Canibalismo político
El atentado al precandidato presidencial colombiano, Miguel Uribe Turbay, plantea cuestionamientos que no deben pasar desapercibidos. Determinadas expresiones sobre el triste episodio en ciertos personajes de la vida pública, más que luces para el momento aciago incendia pasiones en sus seguidores, sirve para atizar la hoguera del odio, revive trágicos episodios de barbarie y violencia. Resultan irresponsables ante la inconformidad, porque sus aseveraciones deberían servir para iluminar caminos, callar incendiarios, desmontar la agresión verbal de sindicaciones sin pruebas, y especialmente requiere de sensatez ante las mismas circunstancias.
No se puede defender la reprochable acción del menor, el victimario es la consecuencia de su descomposición familiar, cuyo resultado social es tan grave que terminó ilusionado con el dinero por el servicio de la muerte, cuyo resultado se muestra ahora, en la fragilidad ante el dolor de familiares de Uribe Turbay, horas de naufragio ante la adversidad emocional, reproche de allegados y especiales amigos, y el mismo desencanto ciudadano por las circunstancias trágicas del hecho.
A las manifestaciones de algunos líderes políticos, inescrupulosos seguidores, y no pocos fanáticos, es preciso señalar, si acaso la violencia se debe responder con más violencia en sus diferentes manifestaciones, como reclaman las mentes infelices. Si los señalamientos descarnados deben aplaudirse o corresponden a la furia de emociones ante el desastre en que convirtieron una vida.
Ciertas acciones consumen y devoran la indignación, y hay odios que permanecen en silencio hasta que llega el momento propicio para estallar. De pronto explotan terriblemente y es entonces cuando muestran toda su ferocidad. Propician la sed de venganza para hacer justicia por la propia mano, que solo dejan más desolación, perversidad, tristeza en el alma, y cuerpos marchitos como un tormento de equivocaciones que se confunden al penetrar en los abismos de la depravación humana.
Necesitamos propiciar un nuevo pacto social donde el lenguaje permita discrepar con altura, y ante todo se abogue por el respeto a la existencia. Hacer un frente ciudadano a las miradas de odio y retaliación, al oportunismo de tantos, a los señalamientos sesgados sin soporte probatorio, a las palabras desentonadas de unos y otros, mientras que los verdaderos culpables se refugian en un maquillaje de sonrisas ya que sus acciones convirtieron los ánimos en fuego.
Ahora que todo parece como el iris cobrizo de un nuevo día que pestañea entre las nubes negras ante el último parte médico, lo que no podemos es continuar anestesiados ante el dolor de patria, ya que el hecho lamentable apaga las caricias familiares y el silencio de voces de ternura, en un hogar donde la oración es permanente y la súplica por su recuperación es cada vez mayor.
Se necesita de la reconciliación nacional a partir del ejemplo, desechar egos y la agonía del canibalismo discursivo. Es importante el acierto en el timón verbal ante los actos criminales para no generar más violencia, y que no se ahogue la esperanza de defender el derecho a vivir y disentir.