El cambio climático: la epopeya del engaño y el negocio de los listos
¡El volcán va a despertar! Tiemblan las piedras y el aire se carga de presagios. Hasta los mismísimos pájaros vuelan raro porque agitan sus alas. Las ardillas, por su parte, siguen viviendo en los árboles —lo cual, dicho sea de paso, no inquieta a nadie— Las abejas fabrican miel, los peces nadan, y los políticos…, bueno, ellos también siguen igual. Entre tanto los heraldos del Apocalipsis, que son esos encantadores jóvenes del tiempo, con sus vocecitas aterciopeladas nos encandilan a todos mientras señalan mapas cargados de un rojo intenso que aparenta ser el mismísimo infierno.
Confieso que he llegado a creer que algo muy extraño estaba sucediendo. Me sedujo hasta la idea del Metaverso, ese mundo fantástico en que los expertos de los tebeos —los del mundo Marvel— describen universos paralelos en donde también vivimos, pero lo hacemos en situaciones que son completamente diferentes, o sea, que al parecer existen otros planetas en los que estamos, pero que tenemos otro tipo de vida. Hasta es posible que en uno de ellos nuestro amado presidente Pedro Sánchez ejerza de masajista con vocación de manoseador en una sauna, o quizás, como humilde mamporrero. En otro mucho más alejado tal vez sea mecánico de un concesionario Peugeot, ¡quién sabe!
Pero he querido preguntar a mis amigos sobre esto del calor, uno a uno, y si recuerdan aquellos veranos en los que muchos lugares de Andalucía sufrían temperaturas de más de 45º. Todos dijeron que sí. Zaragoza, Sevilla, Zamora, Soria, Madrid… Mérida, que es la sartén de España y en donde he vivido un tiempo. En esta última localidad he visto los termómetros que en septiembre no bajaban de los 44º. Pues pregunté y lo recordaban bien, lo habían visto en televisión, escuchado en la radio y leído en la prensa. Así, año tras año y desde que tienen memoria.
Sin embargo, parece que algo ha crecido en la frágil memoria del pueblo porque en la calle se habla del cambio climático sin parar. Frases como “¡no recuerdo esto!” “¡cuando era niño no hacía tanto calor!” “¡es que las noches eran más frescas!”, se repiten con convicción. Personalmente, esa lasitud originada por tanto calor casi me ocasiona un desmayo. Hay gente que cree que el tiempo de su vida es el termómetro oficial del planeta, que los años de su existencia son un ejemplo vital y la prueba suficiente de la vida de la tierra, cuando ni cincuenta, ni setenta, ni cien años ni doscientos, son más que un simple suspiro en la historia del clima terrestre. Para saber si hay un cambio real, hay que estudiar siglos, milenios diría. Pero claro, eso exige esfuerzo y es sabido que el esfuerzo no es algo que hoy cotice al alza.
Vivimos en la inopia, y esa mengua parece forzada por una falta de perspicacia. Nos rendimos ante los que ayer juraban que el agua era seca y que son los mismos que mañana querrán vendernos mascarillas anti-lava. Asturias, por poner un ejemplo, hoy tiene el punto de alerta sanitaria por calor a partir de los 23,9º ¿Razones? Ninguna. ¿Intereses? Todos.
Estamos pues, ante una ciencia silenciada, substituida por profanos con ínfulas de sabios. Son gente oscurecida que no coopera en la verdad y que han convertido el miedo en herramienta. No hay nada más rentable que un volcán dormido y una ignorancia bien alimentada. Con el ayuno en los análisis científicos han montado una campaña de pánico que es completamente efectiva y rentable. Recalificaciones, subvenciones, paneles solares, molinos de viento, coches eléctricos, prohibiciones en las ciudades…, proyectos de toda índole que nunca se ejecutan pero que siempre se cobran. ¡Ah, sí, que hay cambio climático! El magma no sube, como tampoco la temperatura de la tierra, pero el Falcón no se detiene, ni tampoco los presupuestos, ni los impuestos.
Y el pueblo… ¡ay, el pueblo! Ese que presume de escéptico pero que compra cada rumor como si fuese agua fresca. “Yo no he conocido nada así”, dice uno. “El cambio climático es evidente”, dice otro. Y los mandamases, entre suspiros y supersticiones construyen una narrativa apropiada para incautos e ingenuos: es el despertar del hombre cándido.
Permítanme una revelación —lo que ahora llaman spoiler—: el clima está en coma desde hace milenios. No hay cambio climático. Lo que hay es una perfecta tragicomedia en donde la verdad es lo de menos. Lo importante del hilo argumental es que todos corran, todos hablen y, por supuesto, que todos voten y todos paguen. Mientras tanto, el tiempo sigue igual, sin cambios, aburrido, viendo cómo algunos derriten los termómetros de sus cabezas hablando de temperaturas que, en realidad, este verano son más frescas ¡Y Córdoba sin llegar a los 45º! Eso sí que es raro.
No hay calores extremos, ni tampoco subidas del nivel del mar, ¡no se derriten los polos! Han aprobado cambiar el cálculo y el cómputo de estos calores que siempre, durante más de un siglo y medio, se ha llamado verano. Ahora lo tratan como “cambio climático” o “alarma por calor”. Ciudadano, nada puedes hacer para alterar el sol, tampoco para modificar el viento y, en menor medida para perturbar los volcanes. Despierta de una vez y, si estás formateado, espabila y busca en hemerotecas. Verás que en este “cambio climático”, como en tu creencia, solamente hay humo, mentiras… y políticos.