En corto y por derecho

Autorretrato tardío de Rembrandt

Sostenía Goethe que ‘envejecer es retirarse progresivamente del mundo de las apariencias‘, sin duda, una forma de sabiduría que facilita el tránsito hacia la desaparición social. Habiendo tantas reflexiones literarias sobre el asunto, desde ‘De senectute’ de Cicerón al último libro de Compagnon, quizás la pintura de los grandes maestros ha sabido expresarlo mejor que nadie. Seguimos aquí a este último autor.

Tomemos ‘El hijo pródigo de la taberna‘, también conocido como ‘La alegre pareja’ pues representa a Rembrandt, su autor, con su esposa Saskia. Está datado en 1636, cuando ambos estaban en un momento álgido de su vida. En este cuadro, según Simmel, se percibe una efímera risa, una alegría de vivir artificial y superficial, mezclado con un trasfondo de grave fatalidad. Los objetos, la bolsa, la espada, siguen evocando el género del memento mori y la Vanitas. Es como si el maestro, con suprema ironía, nos estuviera anunciando la fugacidad de la existencia.

Tomemos ahora un autorretrato de Rembrandt datado en 1668, uno de los últimos. ‘El conjunto está como atravesado por la muerte y orientado hacia ella’, de nuevo una observación de Simmel. Aquí el mundo de las apariencias se ha extinguido, no es un autorretrato monstruoso, como los últimos de Picasso; lo que hay es una imagen de extrema sobriedad, una expresión de fatalidad que remeda la de ‘La alegre pareja’.

Georg Simmel, Berlín (1858-1918), fue un influyente filósofo que reflexionó sobre la obra de Goethe y Rembrandt. Impulsó la traducción de Ortega y Gasset al alemán y fundó, junto a Max Weber, la Sociedad alemana de Sociología.