Atentado en Australia: la sencilla mecánica del antisemitismo
Aunque algunos no lo crean, lo que ha ocurrido en Sydney (Australia) en la fiesta de Janucá, o la Fiesta de las Velas para los judíos, en que han sido asesinados de una forma infame 16 inocentes y heridas otros treinta personas al menos, responde a una vieja mecánica que se ha repetido muchas veces en la historia. Mientras la prensa liberal y progre habla de un “tiroteo” en Sidney, para silenciar el atentado terrorista islamista en ese país perpetrado por dos estudiantes musulmanes contra un grupo de judíos que celebraban una fiesta religiosa, conviene recordar que los hechos repiten el mismo patrón que tantos otros actos antisemitas. Nada nuevo bajo el sol, por tanto.
En primer lugar, como en la Alemania nazi, hay que señalar al enemigo, al culpable de todos los males que supuestamente acechan a la ciudadanía y, una vez señalizado con el dedo acusador, convertirle en el objeto del odio. En esta ideología islamista radical, como en el nazismo, es fundamental la cuestión de la construcción del enemigo, en este caso el judío, que es un elemento central que debe colocarse en la diana. Para empezar, es vital identificar el objetivo y ofrecer razones convincentes para el odio. Lo más importante es que las mismas sean “creíbles” para que puedan movilizar a la gente y se adhiera, sin más razonamientos, al nuevo credo radical que servirá para justificar los más abyectos crímenes, tal como ha pasado en numerosas guerras de religión y en otras cruzadas nacionalistas.
Así las cosas, y ya señalado el enemigo a batir, el crimen, el saqueo de las propiedades, la tortura y el exterminio, entre otros objetivos, están justificados porque la persona ha sido reducida a una abstracción y ya uno es libre de odiarla porque el obstáculo moral ha sido abolido. Es como darle patente de corso al terrorismo islamista para que pueda justificar y legitimar todo tipo de atropellos y tropelías porque queda probado que nuestros enemigos ya no son seres humanos y no estamos obligados a tratarlos como tales. “Y no importa que, al hacerlo así, también nosotros nos reduzcamos a una categoría abstracta, que ya no seamos individuos porque, a los ojos del enemigo, somos también los otros”, como señalaba con mucho tino la escritora croata Slavenka Drakulic. A partir de ese momento, todo queda justificado y así, como tristemente ocurrió en la Alemania nazi, las puertas de los campos de exterminio se abrieron para que millones de judíos, culpables por el simple hecho de serlo, fueran exterminados.
El ejecutivo australiano, responsable por omisión del atentado
De esta forma, mediante este método de señalar al enemigo, también se expulsaron a casi un millón de judíos en el mundo árabe entre 1948 y 1956, en parte porque poca gente fue capaz de resistir la atmósfera general de normalización del odio. Unos cometían y perpetraban los crímenes, la expulsión de los judíos y el saqueo de sus propiedades, mientras que el ciudadano medio, al igual que ocurrió con los alemanes frente la Holocausto, prefirió mirar hacia otro lado o quedarse callado frente a la injusticia y el crimen, colaborando, de una forma u otra pero no inocente, con una política cuyo programa es la muerte y la destrucción.
Sin el triunfo de esta política de señalar al enemigo, de aniquilarlo primero moralmente despojándole de su carácter humano para después exterminarlo, no se explican los atentados contra los judíos que se están produciendo en todo el planeta desde el 7 de octubre de 2023. El judío es culpable, simplemente, por ser judío y su muerte está justificada por ese simple hecho a los ojos de los otros, ya contaminados por ese odio atroz que no parece tener cura, y las víctimas no merecen ni compasión ni ser siquiera homenajeadas porque son seres reducidos a la más abyecta representación del mal.
Esa mecánica del antisemitismo, tantas veces repetida desde la Edad Media hasta ahora, se repite en nuestros tiempos e incluso la izquierda europea participa de la misma replicando parte de ese discurso, tal como podemos observar en la retórica me atrevería diabólica de algunos líderes de la izquierda, como Irene Montero, Ione Belarra, Pablo Iglesias, Jean-Luc. Menchon y Jeremy Corbyn, por citar solamente a algunos. El antisionismo militante de la izquierda europea es el viejo antisemitismo de siempre; su odio a Israel solamente se explica porque es un exponente judío en sí mismo.
Los líderes de la comunidad judía australiana llevaban meses denunciando el auge y expansión del discurso antisemita en la sociedad de este país, sobre todo en los círculos de las comunidades musulmanas en Australia, y cómo del mismo se podía pasar a la acción, es decir, a los atentados terroristas y actos violentos contra su comunidad, tal como finalmente ha pasado. En lugar de hacer algo, de parar esa deriva retórica antisemita, el Ejecutivo australiano, sumándose al aquelarre mundial contra el Estado hebreo, reconoció Palestina, dio barra libre a los terroristas para que comenzaran la caza al judío y negó la mayor: la campaña que estaba en ciernes para el exterminio de los judíos. El primer ministro australiano, Anthony Norman Albanese, que ahora se hace el sueco, por decirlo de una forma coloquial, es responsable de estos crímenes por omisión. Ahora, con sus lágrimas de cocodrilo, las autoridades australianas no convencen a nadie, la banalidad de su mal ha provocado una matanza que hubiera sido evitable; la misma es el resultante de su pasividad y manifiesta tolerancia ante el monstruo que ante sus ojos iba creciendo en el día a día, mientras muchos miraban para otro lado.