Asturias, cuna de nobleza verdadera
Con ocasión del Capítulo General que celebró el Real Cuerpo de la Nobleza del Principado de Asturias. y tras un necesario y merecido panegírico a S.E. don Francisco de Borbón, duque de Sevilla, quien fue durante más de una década su Consejero Magistral, pronuncié como Secretario de la institución un discurso que hoy me place compartir aquí, íntegramente y sin modificación alguna, como homenaje a la memoria, la tradición y el sentido profundo de la nobleza que nos une y nos convoca.
¡Asturias es España, y lo demás tierra conquistada!
Sin duda estamos ante una frase legendaria cargada de mucha fuerza histórica. Y es que hoy nos convoca algo más que un acto, nos convoca una idea, una memoria y una responsabilidad. Nos convoca la nobleza, pero no la que se exhibe, se presume o se compra, nos convoca la nobleza que se respira, se transmite y se honra.
Celebramos también, y nos enorgullece, la incorporación de los nuevos caballeros y damas que, en esta Asturias nuestra —cuna de España y origen del Camino de Santiago— buscan reencontrarse con las raíces más hondas de su educación y vida. A todos ustedes, sed bienvenidos y enhorabuena.
La antigua nobleza, la verdadera, no fue jamás muralla sino puente. Supo fundirse con otros pueblos, creando incluso la actual Hispanoamérica, una unión que en realidad, no fue una pérdida, sino que fue una expansión del alma. El mismo Lope de Vega escribió que “el valor es hijo de la nobleza, y la nobleza, madre del honor”, así que no tenemos nada de qué arrepentirnos, ni siquiera hay razón para pedir perdón, por el contrario, sí tenemos que enorgullecernos por la tremenda obra de nuestros antepasados.
Más pasaron los años y mudó la nobleza. El siglo XIX trajo consigo una nueva forma social —algunos lo llaman clase social—. Llegó “la aristocracia del dinero”, una burguesía sin formas ni de acrisolada educación. Llegaron y ocuparon los espacios que antes habitaban los viejos señores, porque… ¡buen caballero es don dinero!
Empezó a confundirse la grandeza del linaje con ostentación, y la nobleza dejó de exigir educación y costumbres. Así, en pocas generaciones se perdió aquel sentimiento que existía en las casas más tradicionales; y muchos se tornaron arrogantes y vacíos de humildad. Aquella herencia del alma, que algunos llamamos tradición, es en realidad huella, sangre y deber; es la educación íntima, vivida en silencio y no exhibida, es el legado que debemos recuperar.
La nueva sociedad persiguió glorias inmediatas, multiplicándose los títulos como si fuesen monedas en manos de mercaderes, disfrazando la vanidad y confundiendo linaje con lujo.
Hoy vivimos rodeados de muchos nobles fingidos, adulterados, que imitan sin comprender, docenas de señoritos encopetados y cortesanos de normas recién inventadas que creen que la nobleza está en los emblemas, las capas o en el club más privado. Pero la verdadera nobleza no es un título, es una forma de ser, de estar y de servir. La nobleza no se hereda en papeles, en realidad se hereda en gestos. La nobleza no se proclama, se demuestra; no se impone, se inspira; no se presume, se honra. La verdadera nobleza tampoco se compra, se cultiva.
Y si algo debemos rescatar, es aquella disciplina que no se gritaba pero que se sentía; era aquella lección que no se escribía, pero que se vivía y transmitía.
Lo que distingue al noble no son sus bienes, ni su escudo, ni siquiera los árboles genealógicos; es por el contrario su alma, su educación, su corrección, y sobre todo, su justo sentido del honor, de la palabra y de la amistad bien mantenida.
No olvide nadie nunca, que no hay espejo que devuelva nobleza, cuando no hay nobleza en el alma.
El Canciller-Secretario
Real Cuerpo de la Nobleza del Principado de Asturias