Asterisco
Entre amigos, peñas, compañeros de trabajo y otras tribus humanas, surgen palabras que no figuran en ningún diccionario, pero que se convierten en código sagrado. Son términos sin sentido aparente, pero con un significado profundo para los iniciados. Y como todo lenguaje tribal, se transmite por vía oral, con risas, guiños y alguna que otra contractura.
Hace unos días, acudí a mi médica de familia por un dolor en la rodilla izquierda, cortesía de la artrosis y de mi fecha de nacimiento. Cuando me preguntó dónde me dolía, señalé con el dedo y solté, sin pensar: “Aquí, en el… esto… ehhh… en el asterisco”. Me miró como si acabara de pedirle que me recetara croquetas homeopáticas.
Tuve que explicarle. En mis años universitarios, turno nocturno y café en vena, tenía un compañero sanitario que nos deleitaba con anécdotas de consulta. Un día nos contó que un paciente le dijo que sufría un dolor “en toda la zona lumbagar, que le bajaba por el nervio cirrótico y le llegaba hasta el asterisco”. Desde entonces, esos términos se convirtieron en patrimonio lingüístico de nuestro grupo. La zona lumbar pasó a ser “lumbagar”, y cualquier dolencia misteriosa acababa en el “asterisco”.
Al contarle esto a mi amigo Miguel Ángel —que más que amigo es esa clase de presencia que te acompaña como una estela luminosa en la memoria— sacó su libretilla de chascarrillos, esa que lleva siempre encima como otros llevan el móvil o el inhalador. Me leyó algunas joyas:
- “EXCREMENTÍSIMO SEÑOR” (Javiel, 2010)
- “Sodomos y Gomorros” (Javiel, 2013)
- “Cansaduras” (cuando uno está agotado hasta las asaduras)
- “Analgacharse” (enseñar la canaleta sin pudor)
- “Besopetón” (beso que llega sin previo aviso)
- “Añejarse” (envejecer con estilo)
- “Leche destetada” (versión poética de la desnatada)
- Zona “Lumbagar” (x lumbar, Javiel)
Miguel Ángel me llama Javiel, desde nuestras andanzas arqueológicas en la isla de Cuba. Su compañía tiene efectos más revitalizantes que el magnesio efervescente. Con él, las pilas se recargan, las penas se achican y las carcajadas se vuelven terapéuticas.
Y sí, es la única persona que conozco que, jugando al parchís, ha sufrido una lesión grave en el… esto… en el asterisco.