Memorias de un niño de la posguerra

El arte de la oratoria y la mala educación

He pasado buena parte de mi vida profesional informando y opinando sobre la actividad parlamentaria en nuestro país, en los años de las Cortes franquistas y en la histórica etapa de la transición, a la muerte de Franco, que abrieron paso a las Cortes democráticas. Reconozco que con el paso del tiempo los parlamentos se han modernizado, pero esos avances no han servido para mejorar la oratoria en los actuales Congreso y Senado. La oratoria es un arte que brilló primero en Grecia y luego en Roma, que tuvo sus épocas de esplendor, con grandes oradores que destacaron por su brillantez y su elocuencia. El siglo XIX fue rico en admirables discursos con excelentes oradores.

Uno de los grandes discursos parlamentarios que han pasado a la historia, el de Emilio Castelar en el proyecto de Libertad Religiosa,  que comenzó diciendo. “Grande es Dios en el Sinaí”, fue, según los expertos, fruto de largas horas de ensayo frente a un espejo ´´ A Castelar no le acompañaba la figura ni la apostura, que suplía con el dominio de la locución y el gesto.

Un buen orador necesita la ayuda de la memoria. Sobre todo cuando el discurso no se lee. Los oradores del siglo pasado salían a hablar a cuerpo libre, sin papeles. Ahora la inmensa mayoría de los discursos se llevan escritos, aunque quedan  parlamentarios que continúan hablando sin apoyos. Yo tuve la oportunidad de presenciar el alarde de Federico Silva Muños ante el pleno de las Cortes, cuando era Ministro de Obras Públicas. Nos facilitó a los periodistas el texto de su discurso, de cuarenta y tantos folios, lleno de datos y cifras que soltó sin un fallo. No en vano Silva Muñoz había superado brillantemente oposiciones de la talla de Abogados del Estado y Letrados del Consejo de Estado.

Mis compañeros Antonio González Cavada Y Rafael Chico, que habían informado en las Cortes de la Segunda República me contaron anécdotas de los debates en el Pleno del Consejo, como una intervención de Osorio y Gallardo sobre los problemas de los jóvenes para incorporarse en el mercado de trabajo, y se preguntaba ¿qué será de nuestros hijos? , y el diputado Pérez Madrigal le contestó “ Pues al hjjo de Su Señoría le hemos hecho Subsecretario”-

En el caso de las Cortes actuales, además de la proliferación de oradores-lectores, hay muchos que confunden los argumentos con insultos, y surgen con demasiada frecuencia muestras de mala educación. Los controles al Gobierno de los miércoles nos ofrecen el lamentable espectáculo de que a preguntas concretas en  la respuesta del Presidente o los Ministros se habla de todo menos del tema objeto del debate. Y se aprovecha, con oportunidad o sin ella, para transformar la contestación en insultos. Las intervenciones de diputados de uno u otro signo son de todo menos ejemplares. La consecuencia es que la confianza de la ciudadanía en los políticos se encuentra en horas bajas

No sé cuál será el estado de crispación en la política en general, y en el Parlamento en particular. Pero creo que deberíamos seguir la estela que nos dejaron los padres de la Constitución, y sus parlamentarios, que supieron renunciar a muchas de sus aspiraciones en busca de un consenso que ha producido una etapa de progreso en muchos aspectos económicos y sociales, que ahora corren peligro si no seguimos la senda constitucional.