Aracataca 2027: los Nobel de literatura en la tierra de Macondo
En marzo de 2027, cuando se cumplan cien años del nacimiento de Gabriel García Márquez, Aracataca dejará de ser un pequeño pueblo del Caribe colombiano para convertirse, por unos días, en el centro del mundo literario. Allí, en el lugar donde nació el hombre que inventó Macondo y escenificó la realidad y la fantasía, se proyecta una cumbre sin precedentes: la reunión de los premios Nobel de literatura vivos.
La idea no nació en un despacho oficial ni en una gran capital, sino en las conversaciones y cavilaciones del escritor y analista León Valencia y de Catalina Valencia, gestora cultural y exdirectora de la Secretaría de Cultura de Bogotá. Ambos sueñan con un acontecimiento trascendente, un acto que coloque a Colombia en la agenda del mundo no por la pobreza ni el olvido, ni la guerra ni la violencia (aunque también), sino por el poder de la palabra, la fuerza de la imaginación y la posibilidad de ser un escenario de paz.
A su lado ya se sentaron la Fundación Pares, la Fundación Gabo y el Gobierno del Magdalena. El proyecto requiere aún estructuración y recursos ingentes, voluntades firmes y acciones puntuales para movilizar a escritores que residen en distintas latitudes. Pero el corazón de la propuesta late con fuerza para diseñar una agenda novedosa, donde las letras conversen con la realidad social y política del mundo, y donde los escritores más grandes de nuestra época reafirmen su compromiso con la humanidad.
No son cuentas peregrinas. Son retos realizables. Desde 1901, la Academia Sueca de los Nobel ha otorgado 121 premios de Literatura. Apenas 17 de ellos han sido para mujeres, la mayoría en los últimos años, y en siete ocasiones —durante las guerras mundiales— el galardón fue suspendido. Cada premio encarna no solo una obra, sino una visión del mundo. La tarea entonces es lograr que, en 2027, Aracataca pueda recibir a los siguientes premiados que viven:
Han Kang (Corea del Sur, 2024), autora de La vegetariana, Actos humanos y No soy nadie, donde el cuerpo se vuelve territorio de resistencia.
Jon Fosse (Noruega, 2023), dramaturgo del silencio y la introspección, creador de Melancolía, El otro nombre y Yo es otro.
Annie Ernaux (Francia, 2022), que en Los años, El lugar y La vergüenza convierte la memoria femenina en un mapa social.
Abdulrazak Gurnah (Tanzania/Reino Unido, 2021), autor de Paraíso, A orillas del mar y Deserción, narrador de exilios, colonialismos y migraciones.
Olga Tokarczuk (Polonia, 2018), arquitecta de mundos míticos en Los errantes, Sobre los huesos de los muertos y Un lugar llamado antaño.
Kazuo Ishiguro (Reino Unido/Japón, 2017), explorador de la memoria y la identidad en Lo que queda del día, Nunca me abandones y Klara y el Sol.
Bob Dylan (EE. UU., 2016), trovador y poeta de Like a Rolling Stone, Blowin’ in the Wind y The Times They Are A-Changin’, quien convirtió la canción en literatura.
Svetlana Alexievich (Bielorrusia, 2015), cronista coral de la historia en Voces de Chernóbil, La guerra no tiene rostro de mujer y El fin del “homo sovieticus”.
Patrick Modiano (Francia, 2014), caminante de la memoria en Dora Bruder, En el café de la juventud perdida y Barrio perdido.
Mo Yan (China, 2012), heredero del realismo mágico oriental, autor de Sorgo rojo, Grandes pechos, amplias caderas y Ranas.
J. M. Coetzee (Sudáfrica/Australia, 2003), diseccionador de la culpa y la injusticia en Desgracia, Esperando a los bárbaros y Elizabeth Costello.
Cada uno de ellos sería un latido distinto en esta sinfonía de voces que se quiere escuchar en la tierra de Gabo. Esa es su razón de ser porque el proyecto de Aracataca no es solo una reunión de escritores. Es también un homenaje a ese ejército silencioso que mantiene viva la literatura: las bibliotecas, las librerías y los editores, en un tiempo donde las pantallas parecen dictar la velocidad del pensamiento. Pero ese universo resiste con la calma del papel y la persistencia de la palabra.
Es cuestión de mirar el tiempo: en la mítica Alejandría, donde ardió el saber del mundo; o caminar las callejuelas de Oporto y Lisboa, donde el polvo y la madera guardan secretos de navegantes; o en Bogotá, donde la biblioteca Luis Ángel Arango late como corazón de la cultura; en Oxford, París o Atenas, donde los estudiantes respiran siglos de letras; en Tokio, Pekín o Delhi, donde la sabiduría se multiplica entre ideogramas y papel; en México, San Salvador, Montevideo o Buenos Aires, las bibliotecas nacionales son templos de la palabra; y en tantos pueblos del planeta —de Valparaíso a Cusco y a Granada, de Hoi An en Vietnam a Rotorua en Nueva Zelanda, de Nsukka, sede de la Universidad de Nigeria, de Kumasi, capital del pueblo ashanti, en Ghana, en fin, en alguna parte siempre habrá algún librero que abre cada mañana su puerta para que los libros sigan respirando.
Las bibliotecas y las librerías son las verdaderas repúblicas de la imaginación. Sin su silencio y sin sus guardianes —los libreros y bibliotecarios— casi ningún escritor existiría; sin sus estantes, ningún Nobel tendría lectores. En sus pasillos se resguardan las semillas del pensamiento, las voces que el tiempo se niega a callar.
Por eso, la cumbre en Aracataca será más que un evento: será un manifiesto. Una declaración de que la literatura y su contexto puede ser brújula en tiempos inciertos, que la palabra es capaz de unir donde la política divide, que los libros siguen siendo refugio y esperanza.
Macondo, con su polvo dorado, sus mangos, sus casas de madera y su gente maravillosa, se prepara para recibir voces que han narrado la fragilidad y la grandeza humana. En marzo de 2027, los Nobel vivos, provenientes desde distintos rincones del planeta, podrían encontrarse en el mismo lugar donde García Márquez aprendió que la realidad se cuenta al pie de la letra y que los pueblos pequeños también pueden contener al universo entero.
Ese día, Aracataca no será solo Aracataca. Será Alejandría, Lisboa, Bogotá, Atenas, París, Tokio, Caracas o Buenos Aires, pero también Santa Marta, Quibdó, Turín, Sevilla, San Sebastián, Santander, Santiago de Compostela, Minneapolis, Burdeos, Paipa, Tibasosa, Hoi An, Rotorua, Gyeongju y otros pueblos traídos de la geografía remota. Macondo será, al mismo tiempo y en una sola voz, todos los Nobel vivos, y las bibliotecas y librerías del mundo reunidas en un pueblo del Caribe.
Macondo despertará otra vez, para recordarnos que la literatura no solo cuenta la vida: la transforma. Opiniones y comentarios al correo jorsanvar@yahoo.com