Opinión

El apagón eléctrico y la peligrosa fragilidad del modelo hacia el que nos empujan

El 28 de abril no se fue la luz: se hizo visible la oscuridad de un modelo de sociedad que nos venden como inevitable y eficiente, pero que se tambalea ante el primer golpe. A las 12:33 de la mañana, todo se detuvo. Y, con ello, también cayó parte del relato oficial sobre el progreso tecnológico, la digitalización total y la eficiencia energética europea.

Un silencio demasiado ensordecedor

Durante horas, no hubo una voz política clara, ni una explicación convincente, ni una asunción de responsabilidades. Un apagón histórico en toda la Península Ibérica, con consecuencias graves en Madrid y en las principales ciudades, merecía algo más que tecnicismos. ¿Dónde estaban los responsables? ¿Quién responde ante el colapso de infraestructuras que deberían ser críticas y seguras?

La oportunidad del miedo

No deja de ser sintomático que el mismo día del apagón, el Gobierno prepare una nueva partida presupuestaria para gasto en defensa. El relato se escribe con rapidez: hay amenazas, hay que reforzar el control, hay que aumentar el gasto. Pero, ¿realmente estamos ante un fallo técnico imprevisible o ante una narrativa oportuna para justificar decisiones tomadas de antemano?

Una mochila que encierra una confesión

Desde hace meses se promueve la llamada "mochila de supervivencia": agua, linterna, batería externa, algo de comida y... efectivo. Es decir, ante la posibilidad —ya no tan remota— de que todo falle, el Estado delega en el ciudadano su supervivencia. ¿No deberíamos exigir un sistema preparado, en lugar de asumir que lo normal es que falle?

Energía sin soberanía

Lo que sucedió ayer revela que nuestro modelo energético, en manos de interconexiones y algoritmos, es todo menos autónomo. Dependemos de sistemas exteriores, de decisiones que no pasan por Madrid ni por Bruselas, sino por flujos automáticos y redes mal equilibradas. Esta transición energética no puede traducirse en pérdida de soberanía y vulnerabilidad estructural.

Lo que sí funcionó: el efectivo

En medio del caos, lo que funcionó fue lo que algunos llevan años queriendo eliminar: el dinero en efectivo. Mientras caían los datáfonos, las apps, las plataformas y las tarjetas, quien tenía billetes y monedas pudo comprar, comer o pagar un taxi. La pregunta de los taxistas que se escuchaba ayer en Madrid ante los que les paraban era la misma: "¿Tiene efectivo?". El euro digital, presentado como inevitable, muestra su mayor debilidad justo cuando más se necesita independencia de sistemas centralizados.

La gran paradoja digital

Se nos dice que todo lo digital es más seguro, más ágil, más eficiente. Y lo es... hasta que no lo es. ¿Qué ocurre cuando no hay electricidad, ni conexión, ni infraestructura? ¿Dónde queda el ciudadano cuando todo depende de un botón, de una red, de un algoritmo? Ayer quedó claro: a la intemperie.

¿Y el plan B?

Ni había alternativa, ni hubo una respuesta rápida ni visible. Las grandes ciudades colapsaron. Las líneas de comunicación institucional, ausentes. El sistema sanitario resistió gracias a generadores de emergencia. ¿Este es el nuevo modelo? ¿Uno donde la resiliencia dependa de que tengas batería, agua y algo de suerte?

Una lección que no puede ignorarse

Este apagón ha sido una advertencia: no se puede construir una sociedad sobre una sola cuerda. La diversificación, la redundancia y la combinación equilibrada entre lo digital y lo físico son clave. Porque si todo depende de que todo funcione... entonces estamos perdidos.

La reflexión

No se trata de rechazar la tecnología, ni de temer el progreso. Se trata de recordar que el progreso que no es libre, ni seguro, ni plural, no es tal. El 28 de abril nos dejó a oscuras, sí. Pero también encendió una luz que no deberíamos apagar tan pronto.