Férvido y mucho

Alarmismo climático en retirada

En el número 287 (marzo/abril 2023) de la revista cultural Claves publiqué un ensayo -Razones de la creciente oposición al alarmismo climático- cuyo contenido el tiempo parece confirmar. Por una parte, a pesar de la intoxicación mediática apabullante, considerable porcentaje de la opinión pública ya es consciente que las energías renovables, necesarias a término, son prioritariamente un enorme negocio de racionalidad socialmente discutible en el medio plazo. Y, por otra, la reconsideración científica de causas naturales que pueden explicar los ciclos de calentamiento global de forma más pertinente que las emisiones antropogénicas de gases con efecto invernadero. Asimismo, aunque menos presente mediáticamente, se observan movimientos pendulares decisivos en el enfoque climático profesional contrarrestando excesos que intentaban justificar el alarmismo. Me refiero, por ejemplo, a no pocos físicos y matemáticos especializados en mecánica de fluidos que dudan de la robustez de las proyecciones climáticas de largo plazo establecidas por los modelos. Me refiero, también, a la concienciación, a la fuerza ahorcan, de que carecemos de una verdadera teoría del clima. Verbigracia, el papel real que juegan en el calentamiento global, en términos netos, bosques o aerosoles. O el acoplamiento océanos-atmósfera.

En Nature –considerada internacionalmente una de las mejores revistas científicas- acaban de retractar un artículo (1), publicado en el 2024, que exageraba los catastróficos efectos económicos que provocaría, según los autores, el “cambio climático” en curso. Lo nunca visto. Hace pocos años, Nature (entregada descaradamente al IPCC, al ecologismo político y al lobby de las renovables) jamás hubiera retractado un artículo climáticamente alarmista. Falso desde el mismo título pues aun aceptando algo de “calentamiento global” –nada especialmente grave y que siempre ha habido- no se observa “cambio climático”. Y más importante, muchísimo más importante e impactante a todos los niveles, ha sido la autocrítica de Bill Gates (28/10/2025) –apóstol tempranero de la visión apocalíptica del calentamiento global- reconociendo públicamente en extenso documento que se han exagerado los efectos perversos (llegó a sostener que la humanidad desaparecería como consecuencia) y va siendo hora de ocuparse a fondo del bienestar de la buena gente que pasa por disponer de energía barata y abundante. Lo mismo que sostiene John Clauser, Nobel (2022), lo cual llevó al FMI a suspender (2023) una conferencia del eminente físico, culpable de dudar de la perversidad intrínseca del calentamiento global y que tuviese origen antropogénico. Resumiendo, el alarmismo climático empieza a plegar velas. Así las cosas, creo de interés dedicar dos o tres artículos de carácter pedagógico a indagar elementalmente en la problemática científica del calentamiento global. Empezaré por los bosques.

En climatología, albedo es la proporción entre la energía luminosa solar que incide en la superficie de un cuerpo y la que refleja. Entre los factores que influyen en el aumento del albedo están la textura y el color. Colores oscuros y superficies rugosas absorben; color blanco y superficies lisas, reflejan. Hielo y nieve tienen elevado albedo; los árboles, bajo. Ello, sobra decir, es importante para establecer el balance global de los bosques en términos de calentamiento global. Habida cuenta que el albedo de los árboles es bajo (la mayor parte de las radiaciones ultravioletas y de luz blanca –o simplemente luz- son absorbidas en el proceso de fotosíntesis y no son reflejas hacia el espacio como sucede cuando las radiaciones inciden en las nubes bajas blancas o la nieve) alguno climatólogos han sugerido que la absorción de calor por los bosques podría descompensar algunos beneficios obtenidos por la captura vegetal del CO2 (o compensar el impacto negativo de la deforestación sobre el clima) Asunto distinto, a no confundir, es el efecto de atenuación de los árboles en las islas de calor urbanas. Yo resido en un Bois de los alrededores de Paris cuya temperatura media anual es bastante inferior a la del casco urbano.

Sucede que el potencial de los bosques en la atenuación del calentamiento no es fácil de medir expresado en grados. La temperatura de la atmosfera no se mide –como cuando tomamos la fiebre a una persona- sino se estima. Tratándose de bosques de hoja perenne de regiones sometidas a nevadas estacionales la deforestación aumenta el albedo y el resultado neto es de enfriamiento. Pero los árboles también impactan en el clima por otros caminos mucho más complicados a partir de la evapotranspiración. El flujo en forma de rocío que sueltan los bosques enfría el suelo pero calienta la atmósfera allí donde condensa -al ser el vapor de agua un potente gas con efecto invernadero- y aumenta el albedo al convertirse en nubes bajas y blancas. Los climatólogos generalmente tratan la evapotranspiración como generadora de enfriamiento neto. Echando cuentas, la deforestación no coadyuva inevitablemente al calentamiento global. La fuerte capacidad que tienen los árboles a absorber la radiación solar –debido a su débil albedo- puede contrarrestar la captura de CO2. Todo depende de la región del planeta considerada. Se ha calculado (V. Brovkin y al., Global Change Biology, 10, 1253, 2004) que la intervención humana en los bosques europeos y estadounidenses en los últimos mil años ha provocado enfriamiento neto del hemisferio norte a pesar de la emisión de CO2 ocasionada por la deforestación.

El impacto neto de los cambios en el albedo y la evapotranspiración debidos a la desforestación depende del clima local (Bonan GB, 2008, Forests and Climate Change: Forcings, Feedbacks and the Climate Benefits of Forests, Science, 320, 1444-1449). En latitudes norte –Siberia, por ejemplo- el albedo de la superficie terrestre es preponderante. Cuando la tundra reemplaza al bosque el suelo refleja más radiación solar ya que el albedo aumenta de 10% a 50% sobre todo cuando la nieve empieza a caer (la nieve no cubre las copas de los arboles tan fácilmente como la tierra). Por tanto, aunque la región retenga menos dióxido de carbono la deforestación en Canadá o Siberia contribuiría al enfriamiento de la Tierra. En latitudes tropicales o ecuatoriales la deforestación contribuye al calentamiento ya que el suelo conserva más energía por la radiación solar diurna y no puede dispersarla hacia el espacio por evapotranspiración ni tampoco facilita la formación de nubes bajas, blancas, con gran albedo. En estas regiones no nieva, al menos en cotas bajas, y el albedo juega un modesto papel de enfriamiento ( E. Davin y al., GRL, 34, L13702, 2007). La presencia continua de follaje y las altas temperaturas provocan la permanencia del ciclo hidrológico en los bosques. Este reciclado continuo del agua mantiene una convección fuerte por encima de los bosques y atempera la disminución pluviométrica de las fluctuaciones estacionales de la zona de convergencia intertropical. La deforestación de estas regiones debilita la capacidad de reciclado del agua de la lluvia y convertiría la estación seca en árida. Además, la disipación de energía por evapotranspiración disminuiría y el suelo emitiría más radiaciones infrarrojas que calentarían las capas bajas de la atmósfera al ser retenidas por los gases con efecto invernadero aunque la disminución de vapor de agua incidiría en el enfriamiento. A su vez, los incendios amazónicos afectan al albedo (a la baja) de las nieves andinas por depósito de capas de ceniza oscura y al aumentar la temperatura activan la evaporación de la nieve y su transformación en vapor de agua provocando más calentamiento.

En definitiva, cuando se repuebla con árboles una región en aras de contrarrestar el calentamiento global hay que tener en cuenta el cambio en el albedo y el efecto de captura del CO2. Hay cierto consenso en que nuevos bosques en regiones tropicales y latitudes medias tienden a enfriar la atmosfera; nuevos bosques en latitudes altas provocan un efecto neutro o quizás de calentamiento.

(1) https://www.nature.com/articles/s41586-025-09726-0