De admiradores incondicionales, sectarios y otros peligros para la democracia
El pasado Congreso del Partido Socialista ha sido una clamorosa exhibición de apoyo incondicional al secretario general y presidente del Gobierno. Ha sido algo mas que un cierre de filas, ante ataques de sus adversarios políticos. La autocrítica, el debate democrático, el intercambio de puntos de vista, el contraste de pareceres, todo esto quedó difuminado ante el culto a una persona, al jefe. Este entusiasmo delirante precisa de un sentido de la disciplina más propio de ejércitos armados que de instituciones civiles.
En las ruedas de prensa de miembros del Gobierno podemos comprobar que se repiten machaconamente los mismos argumentos. Más que opiniones, se formulan consignas. Ante el momento político, en distintos actos, los ministros parecen haberse puesto de acuerdo en el argumentario, que repiten con las mismas palabras, como si las hubieran aprendido de memoria. No creo que este sentido forzado de la disciplina que parece que quieren convertir a destacados políticos en obligados repetidores, tenga la consiguiente repercusión en la opinión pública. Pero tengo la extraña sensación de que esta situación de enfrentamiento político es un caldo de cultivo para la aparición de aduladores y de sectarios.
No es algo nuevo. A lo largo de mi vida profesional, he podido comprobar la presencia de “pelotas” que han ido ascendiendo en su carrera haciendo de la adulación su norma de conducta. Recuerdo el caso de un gran empresario, creador de negocios y de puestos de trabajo, pero al que no había dado Dios el arte de la oratoria. Su equipo de colabores le preparaba, en la Junta General de accionistas de su empresa, unos discursos claros y brillantes, pero el empresario tenía dificultades para la dicción, aunque era claro al hablar con sus iguales en reuniones de empresa, en sus intervenciones públicas se ponía nervioso y se le veía deseoso de acabar cuanto antes. Cuando terminó, se le premió con una generosa, y no muy larga ovación, y fue saludando a los presentes. Y aquí (fui testigo de ello), entró en juego el “gran pelota” y, con una demostración palpable de hasta donde puede llegar el cinismo, dijo: “presidente, no tengo más remedio que felicitarte. El pasado año te dije que tu discurso fue insuperable. Pero tengo que rectificar, el de hoy le ha superado”. El empresario, en principio, se sintió molesto, y dudó si le estarían tomando el pelo. Pero le vio tan entusiasta, que no tuvo más remedio que darle las gracias.
En mi memoria se enlaza este hecho con una historia que me contaron, cuando empezaba mi profesión, unos cuantos compañeros veteranos. Siendo ministro de la Gobernación el general Martínez Anido, los periodistas que realizaban información del Ministerio, recibían de vez en cuando un sobre con unas pesetas. De ahí la expresión “Los sobrecogedores”, que se extendió, según me comentaron, y sin que yo tenga ninguna prueba, a los informadores taurinos. En el caso del ministro, me cuentan que el protagonista de esta historia se dio cuenta que el sobre que le dieron abultaba más de lo normal. Cuando salió a la calle abrió el sobre, que estaba repleto de billetes de mil pesetas. Fue corriendo a su casa. Le compró un abrigo de pieles a su mujer, se escapó hacia Galicia, y allí cerró una casa de prostitución, corriéndose la gran juerga hasta que le encontró la policía y le trasladó a Madrid ante el general Martínez Anido, que le increpó, diciendo.” Usted, además de sinvergüenza, es tonto de capirote, ¿Cómo le iba dar tanto dinero a un mierda como usted?”. El ministro pidió al periodista que le devolviera el dinero. Pero, y eso parece que era verdad. se lo había gastado todo. El compañero, según los mentideros, dio una respuesta antológica. “Pero, mi general, ¿quién soy yo para dudar de la generosidad del señor ministro?”.
Estas son batallitas que pueden ser verdad, o no. Al menos, si no es cierto, he tratado que sea “Bien trovato”.