Los actores de doblaje: una voz insustituible
La grandeza no se enseña ni se adquiere, es la expresión del espíritu de un hombre hecho por Dios. —John Ruskin
Jamás, nunca en la historia, el ingenio humano podrá remedar una vida, porque nada alcanzará a comprender algo tan vivo, enigmático y misterioso como es el sentimiento humano que crece dentro de nuestros cuerpos. Nos encontramos frente a regiones del mismísimo espíritu que están vedadas al cálculo, de manera que la razón se detiene y es, en ese instante, cuando comienzan a fluir los sentidos del corazón y el alma.
El sentimiento humano es ese misterio que vibra en lo más profundo de cada uno de nosotros, el mismo que nos arrastra hacía la ternura, la compasión o el dolor. Es el momento en que una persona se desprende de toda razón y alimentado por la profundidad de una sencilla mirada y sin ningún otro motivo, se contrae en sí mismo ante sensaciones que brotan más allá de la razón. Es la lágrima que surge sin aviso, el temblor de la voz que se quiebra en un momento de tristeza, el abrazo que transmite una energía capaz de iluminar la tierra. Ese sentimiento que se forja en nuestro interior es el amor y la amistad, el cariño, el aprecio, la piedad y la compasión, es la delicadeza de un niño y el instinto de una madre. Todo esto constituye esa extraña conexión que llamamos humanidad.
El sentimiento humano son nuestras emociones y afectan en nuestro comportamiento, haciendo visible lo que es invisible. Es nuestro ánimo, la unión del cuerpo, la belleza de la vida, como también es una caricia, el aroma de quien queremos, es el cuidado, el trato, la amabilidad y misma la amistad, es todo junto en una genial combinación. Esta es una característica del hombre, capaz de unir pasión, ardor, pena, dolor, tristeza e incluso pesadumbre, es la amargura que sufrimos cuando perdemos a quien queremos, son las alegrías y los sinsabores, es la felicidad y la emoción. Toda esta admiración nace en cada uno de nosotros y surge de un lugar realmente desconocido que todos sabemos hermoso —aunque en ocasiones resulte sombrío—. Llorar por la emoción o por alegría, llorar cuando alguien marcha, por cumplir un objetivo, llorar es esa lágrima que sin buscarla surge penetrante, pero es también sentirnos ahogados en la pena de un instante o, si acaso, estremecerse con un recuerdo.
¡Nunca te dejaré, Jack, nunca! Esta frase dictada en el séptimo arte hizo llorar a millones de personas y jamás una máquina la podrá advertir con verdadera pasión. El cine nos recuerda instantes con frases que se convierten en símbolos universales, como ocurrió en la película Titanic, en donde Rose la expresó en medio del dolor y la desesperación. La actriz de doblaje supo que debía hacerlo exactamente cuando una simple mirada se lo exigió. Fue una línea suya, privada, con mucha carga de pasión y que estaba unida a un profundo sentimiento. El sufrimiento por la pérdida fue apoteósico y al escucharlo se podía encoger el mismísimo alma. La actriz que la dictó no repitió palabras, sintió estremecerse por dentro y también que se le rompía el corazón. Ella fue capaz de unir todos los sentidos, los más profundos y vividos, es como si se adhiriese su dolor al interior de la piel, es la pérdida y el adiós, aquel que un día todos hemos conocido. Y junto a ese mensaje de amor —¡Nunca te dejaré, Jack, nunca— fue necesario añadirle una gran porción de pasión, tanta que uno sufre al escucharlo. Sólo un instante, unos segundos cargados de amor y tragedia en una forma de promesa eterna que se une al desgarro de tener que cumplirla para siempre en segura soledad. Fue una línea estremecedora y grande, extraordinaria, una cita que contiene dentro de sí un océano de pasiones capaces de traspasar generaciones.
¿A qué viene todo esto? Recientemente he asistido a la última gala de los Premios Nacionales de Doblaje celebrada en Oviedo. Allí se congregaron docenas de artistas invisibles que, sin aparecer en pantalla sostienen con su voz toda una arquitectura del sentimiento. Son estrellas, estrellas con mayúsculas, intérpretes de la magia capaces de transitar por todas las fases del alma —la ira, la dicha o la pesadumbre—, pero también de comunicarlas con tanta intensidad que el espectador se siente acompañado. Los actores de doblaje son verdaderos genios, los mismos que nos han hecho crecer y disfrutar con ilusión y confianza, esos que un día también hicieron trepidar a los que ahora lucen grandezas y brillos por todas las pantallas de los cines. Ellos nos enseñaron a escuchar y nosotros lo transformamos hacía nosotros en realidades, en respuestas que después se convirtieron en una fuerte presión en el pecho, un vacío en el estómago, en ganas de llorar o un nudo en la garganta, en palpitaciones e incluso, en unas hermosas “mariposas en el estómago”.
Sin embargo, se cierne sobre estos actores de doblaje la sombra de la substitución por la inteligencia artificial. Algunos cuentan que la máquina podrá imitar sus voces o reproducir sus inflexiones, incluso que podrán transformar en voz el dolor, la felicidad, la ira o la tristeza, ahora bien, ¿cómo puede alguien pensar que las máquinas serán capaces de mostrar la pasión fugaz, una risa espontánea o el llanto que nace del corazón? Esto pertenece al hombre y sólo a él, porque no estamos frente a un artificio, en realidad el sentimiento humano es un maravilloso don divino, una virtud asombrosa que solamente está en manos de Dios.
De este modo nuestros actores nos dejaron impregnados numerosos sentimientos interiores que nos place volver a recordar. Fascinantes diría, como aquel: ¡Al infinito y más allá!, de José Luis Gil, en la película Toy Story; el “Recuerda quien eres”, del afamado Constantino Romero, en El Rey León, o su también célebre frase “No he venido aquí para salvar a Rambo de ustedes, sino a ustedes de él”; ¡La cebolla tiene capas!, de Juan Muñoz, y contada con mucho humor en Shrek; ¿Quieres un globo?, de José Luis Mediavilla, en la película It. Sin ninguna duda estas fueron algunas frases que trascendieron a la propia película y que, incluso llegaron a superar al original en popularidad.
Conviene, entonces, proclamarlo con firmeza, decir que los actores de doblaje son actores con todas sus letras. Actúan, interpretan y representan artísticamente mediante sus voces, logrando que el ciego pueda ver y sentir, o que un iletrado pueda entender. Son nuestros actores, los guardianes de esa misteriosa conexión que conocemos como humanidad. Defendamos pues a nuestros actores, defendámoslos como un patrimonio nuestro, casi espiritual, porque no cabe duda de que mientras haya hombres que lloren, rían, amen y sufran, seguiremos teniendo voces que transformen esos sentimientos y ninguna máquina podrá venir jamás a sustituirlas.