Abandonad toda esperanza
Cuando un soldado ejecuta un acto honorable en el campo de batalla el suceso sirve como un ejemplo para la tropa, pero su acción también es una obra menesterosa del alma. Es una mezcla de virtudes que sirve de enseñanza y esperanza para el espíritu en general. Por eso, sin duda, son muchos los que buscan asumir como propio el brillo de la acción y su buen ejemplo, y les sirve también para declarar con orgulloso aquel: ¡Yo estuve ahí!
Pero frente a estos méritos, los años logran que nos olvidemos de la memoria de las personas, porque, en realidad, la historia, a veces, es ingrata. Hasta los más grandes hombres, aquellos que alcanzaron hazañas sobresalientes, han sido despojados de su nombradía. Vemos cómo su existencia se ha borrado por el desgaste de un tiempo que no cesa. El curso de la vida es imparable y sigue soplando con fuerza, y bien parece ocurre cada vez más rápido. Los jóvenes apenas alcanzan a saber sobre sucesos recientes; bien podría decirse que ni siquiera les importa. Pero se observa que incluso los más mayores han perdido la línea de la verdad, desviando hechos reales, mutándolos e incluso anteponiendo una forma de superchería con la que olvidan el verdadero saber.
En esta forma de enredo, donde el aprendiz instruye al experimentado preceptor, es donde vivimos. Pero no me cabe duda de que mañana nos lamentaremos por tolerarlo con nuestro silencio. Estamos dejando completamente orillada la protección y salvaguardia de la verdad frente a la perversidad y la iniquidad. Y cuando uno consiente, no tarda en sumarse y permitir que se ultraje hasta la verdadera tradición, la buena costumbre, los esenciales usos e incluso los profundos valores de la Patria.
Todo esto, sumado a un mal superior, es lo que ocurre actualmente en la política española. Bien podemos concordar a nuestro Presidente con la magnífica obra La Divina Comedia, de Dante, quien describe su viaje a través del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. Para este camino fue guiado por el poeta Virgilio y pudo comprobar que en el Infierno están representados los siete pecados capitales en diferentes círculos de castigo, de tal forma que cada pecado conlleva un tormento proporcional a su gravedad. Es, diría, una forma de reflejar la justicia divina.
La lujuria es el primer pecado de la lista, aunque aparece en el segundo círculo. Allí los pecadores son arrastrados por un fuerte viento incesante, el cual quiere representar las pasiones más desenfrenadas. La gula la sitúa en el tercer círculo, donde los condenados no arrepentidos yacen bajo una lluvia eterna de fango, mostrando que son incapaces de saciar su apetito desmedido. En el cuarto círculo está la avaricia, que castiga a quienes acumularon riquezas sin ningún propósito, obligándoles a empujar continuamente enormes pesos que buscan representar una lucha eterna. Le sigue la ira, en el quinto círculo, aquí los iracundos personajes se ahogan en el interior de un lodazal mientras se atacan mutuamente. La envidia, que es cosa extraña, se castiga en los niveles superiores del Purgatorio; allí, los penitentes tienen los ojos cosidos, siendo incapaces de ver todo aquello que anhelan. La soberbia es interpretada y tenida como el pecado más grave de todos, por lo que ocupa un lugar destacado tanto en el Infierno como en el Purgatorio; este pecado representa la arrogancia de las personas que hasta separan su alma de Dios. Y por último está la pereza, un pecado fruto de la inacción, cuyo escarmiento es enfrentado en el Purgatorio, obligando a los perversos a moverse continuamente para purgar su falta de esfuerzo.
A lo largo de su obra, Dante busca explicar que cada pecado es una desviación del amor verdadero, y que todas estas pruebas deben de ser superadas para alcanzar la redención. Habla de los pecados capitales como advertencia y alerta del peligro que supone cometerlos. Empero, a lo largo de la historia y hasta este mismo instante, no se conocía a nadie que reuniese estos siete pecados capitales. No existía quien pudiese acumularlos en una misma persona. Pero ahora, en este instante, al tenor de las últimas informaciones obtenidas por la UCO de la Guardia Civil, bien podemos afirmar que el principal cabecilla -quien detenta todos los poderes- cumple con cada una de estas trasgresiones: lujuria, gula, avaricia, ira, envidia, soberbia y pereza. Desde este instante ya puede gozar del deshonroso título para los tiempos y la historia. Pero no olvidemos a sus ministros; no dejemos de lado a sus socios y colaboradores, porque ellos también podrán declarar con orgullo aquel: ¡Yo estuve ahí! ¡Yo lo permití!