Ángel Satué de Córdova: “Europa solo se defiende si se conoce y se ama”

Entrevista a Ángel Satué de Córdova, experto en sociedad global

El experto en sociedad global conversa con Anna Shatalova sobre Ucrania, el federalismo pragmático y el papel de los jóvenes en el futuro de la Unión Europea.

En una mañana gris y lluviosa en Madrid, El Trayecto, la serie de entrevistas impulsada por El Diario de Madrid, se detiene en la cafetería de La Rotonda para reflexionar sobre un asunto que vuelve a resonar en todo el continente: el rumbo de Europa. La periodista Anna Shatalova se sienta frente a Ángel Satué de Córdova, jurista, experto en sociedad global y voz activa del europeísmo español, para abordar con calma un debate que suele desarrollarse entre la urgencia política y la falta de comprensión ciudadana.

Shatalova recuerda que conoció a Satué durante la presentación del libro Ucrania en su historia y sus historias en el Real Casino de Madrid, una obra publicada con el impulso de Global Square Magazine. Aquella coincidencia le dejó una pregunta pendiente: ¿qué lleva a un español, sin vínculos personales con Ucrania, a implicarse en una iniciativa como esa?

Satué responde sin rodeos. Su motivación no nace de una biografía, sino de un principio: la agresión rusa contra Ucrania vulnera el derecho internacional, y con ello amenaza el fundamento mismo de la convivencia europea. “Como jurista, eso me interpela —afirma—. No es una causa perdida, es una causa noble de defender, y es una causa eminentemente europea”.

Europa como experiencia y como memoria

La conversación avanza y la trayectoria de Satué revela un hilo conductor reconocible. Es miembro del Consejo Federal Español del Movimiento Europeo, una organización fundada en 1949 en el exilio que contribuyó a mantener viva la aspiración europea durante el franquismo. Ha participado también en la Unión de Europeístas y Federalistas, especialmente en su capítulo madrileño. Su europeísmo, sin embargo, no es un gesto intelectual, sino el resultado de experiencias concretas.

Una de ellas se remonta a su adolescencia: la caída del Muro de Berlín, que presenció con apenas doce años. Aquella imagen, dice, le reveló que Europa solo avanza cuando derriba fronteras, no cuando las reconstruye. La otra procede de su participación durante años en grupos de trabajo de la llamada Europa de la Defensa, donde se sentó a negociar con representantes de países con los que España tuvo conflictos históricos. “Es impactante llegar a acuerdos con antiguos adversarios —explica—. Demuestra que la reconciliación es posible y que se puede construir desde la amistad”.

Raíces, alas y la idea de Europa

En esa visión, Europa no es únicamente un mercado ni una estructura regulatoria. Satué recupera una idea de Jacques Delors: “Es difícil amar un mercado, pero sí se puede amar una idea”. Y añade que la Unión solo puede sostenerse si conserva raíces —las que remiten a Jerusalén, Atenas y Roma— y alas, que permiten proyectarse hacia el futuro. A su juicio, los extremismos —de izquierda y de derecha— fracasan cuando renuncian a uno de esos dos elementos: unos quieren amputar la herencia, otros impedir el vuelo.

¿Más integración? Sí, pero con realismo

La entrevista entra entonces en la cuestión que hoy divide a gobiernos y electorados: ¿necesita Europa más integración, incluso más federalismo?

Satué evoca el discurso reciente de Mario Draghi y la llamada de Ursula von der Leyen a un “momento de independencia europea”. Pero no se deja llevar por el entusiasmo teórico. Defiende un avance que denomina federalismo pragmático, capaz de profundizar allí donde la realidad lo exige —como la defensa o la seguridad estratégica— y de admitir que no todos los Estados miembros caminarán al mismo ritmo.

Para Ángel Satué, el futuro de la Unión Europea no se dirime en proclamas ni en construcciones ideológicas, sino en la comprensión de aquello que ha permitido que Europa exista como espacio político compartido. Por eso sitúa en el centro el parlamentarismo, no como una formalidad institucional, sino como la expresión más depurada de una tradición que ha convertido durante siglos la divergencia en diálogo y el desacuerdo en método. En su visión, la integración europea solo puede sostenerse sobre esa cultura del encuentro, sin la cual cualquier avance corre el riesgo de volverse frágil, efímero o simplemente ajeno a la realidad del continente.

A partir de ahí, Satué introduce otro concepto que, a su juicio, suele ser invocado pero rara vez entendido: la subsidiariedad. La presenta no como un reparto burocrático de funciones, sino como una forma de inteligencia política que permite que cada nivel de decisión —la Unión, los Estados, las regiones o los municipios— actúe allí donde tiene sentido hacerlo. Esa lógica evita la hipertrofia regulatoria, preserva la capacidad de los Estados y, al mismo tiempo, reconoce que hay desafíos —como la defensa, la seguridad energética o la autonomía estratégica— que ningún país puede abordar en solitario.

En esta arquitectura institucional, Satué incorpora un elemento que considera decisivo para que Europa no derive hacia una abstracción tecnocrática: la sociedad civil. Pero no habla de ella como una categoría académica, sino como una realidad viva formada por asociaciones, familias, agrupaciones profesionales, iniciativas culturales y ciudadanos que organizan intereses y necesidades concretas. Sin esa base social —advierte— el europeísmo se vuelve una idea suspendida en el aire, sin cuerpo que la habite ni voz que la defienda.

Por eso, cuando se refiere al rumbo de la Unión, defiende un avance capaz de apoyarse en la experiencia y no en el voluntarismo: un funcionalismo que evoluciona, que profundiza allí donde la acción conjunta ya demuestra resultados y que deja que esos avances se extiendan hacia otros ámbitos. No se trata de proclamar un federalismo ideal ni de resignarse a la parálisis, sino de permitir que Europa crezca donde la realidad lo exige y donde los ciudadanos lo perciben como necesario.

Los jóvenes y la defensa del proyecto europeo

En el cierre de la conversación, Shatalova le pide un mensaje para quienes heredarán Europa. Satué responde con serenidad: que los jóvenes se interesen por los asuntos europeos que les afectan, que no dejen que otros decidan por ellos y que se formen leyendo y pensando críticamente. “Lo demás —añade— vendrá a través de la amistad con otros europeos y de la experiencia compartida. Eso es, en definitiva, el proyecto europeo”.

Shatalova conecta sus palabras con una imagen de los ensayos ucranianos que ha leído: la idea de que el corazón no traiciona y de que las raíces, incluso cuando se intentan ocultar, permanecen. La conversación concluye así, con la intuición de que Europa no es solo un diseño institucional, sino una comunidad que necesita reconocerse para poder sobrevivir.