Luis Ángel Galindo “Sin innovación, una empresa está muerta en dos años”
El responsable de la sección de Innovación y Tecnología en el Diario de Madrid analiza las diferencias entre Europa, Estados Unidos y China, el papel de la regulación, la importancia de la comunicación, la cultura empresarial, la atracción de talento y el legado de una compañía que ha marcado la historia tecnológica en España.
En un mundo marcado por la velocidad de los cambios tecnológicos, innovar no es un lujo, sino una condición de supervivencia. Desde su visión, la innovación atraviesa todos los ámbitos: desde la competitividad de Europa frente a China y Estados Unidos hasta la forma en que las marcas comunican su propuesta al mercado, pasando por la cultura interna de las empresas y su capacidad para atraer talento. Con ejemplos históricos y reflexiones provocadoras, Galindo traza un mapa de desafíos y oportunidades en un tiempo acelerado.
¿Hasta qué punto la innovación es hoy un factor clave para las marcas y para cómo las perciben los grupos de influencia?
Es totalmente fundamental. Hace años la innovación era menos relevante, pero hoy, sin innovar, una empresa está muerta: en un plazo de uno o dos años puede desaparecer, según el tipo de producto o servicio que tenga. Y claro, innovar cuesta dinero. Ahí radica una de las grandes dificultades.
El problema es que los ecosistemas de innovación varían mucho según el lugar. En China, todas las empresas reciben fondos del gobierno; la innovación se considera cuestión de Estado. En Estados Unidos el ecosistema es mayoritariamente privado. Y en Europa dependemos en exceso de fondos públicos, lo que retrasa todo el proceso. Un proyecto financiado solo con dinero público puede tardar entre tres y cinco años en ejecutarse. En ese tiempo, las preguntas ya han cambiado: lo que antes era urgente ha dejado de serlo. Eso genera un desfase estructural en nuestra capacidad innovadora.
¿Cómo se podrían mejorar las condiciones para que las empresas europeas innoven más?
Facilitando la inversión privada. No solo con subvenciones, también con incentivos fiscales: reducciones en la seguridad social, en impuestos o en costes de acceso a la innovación. Si las empresas ponen su propio dinero en juego, necesitan un entorno más ágil que premie ese esfuerzo.
“Europa regula más, pero innova menos; China y Estados Unidos marcan el ritmo”
¿Qué papel juegan las regulaciones en todo esto?
Son determinantes. Vivimos en un mundo global, pero con marcos regulatorios distintos que generan asimetrías. La Unión Europea protege los derechos de los ciudadanos —privacidad, inteligencia artificial—, lo cual es positivo. Pero esas mismas normas frenan la velocidad de las empresas europeas frente a estadounidenses y chinas.
Hace quince años, veinte de las cien compañías más innovadoras del mundo eran europeas. Hoy prácticamente no queda ninguna. La regulación desigual provoca que unos avancen a gran velocidad mientras otros se quedan atrás. Y en un mercado global eso significa pérdida de competitividad.
¿Puede poner un ejemplo concreto de esa asimetría?
El ratio deuda/EBITDA es muy ilustrativo. A una compañía como Telefónica, con un ratio de 2,5, los analistas consideraban (y consideran) un punto negativo. Sin embargo, empresas chinas con ratios del 150% seguían comprando compañías en Europa sin que nadie dijera nada, porque estaban respaldadas por el gobierno chino. Esa desigualdad crea oportunidades de negocio para unos… y amenazas para otros.
“La innovación no es solo lo que haces, es cómo lo comunicas”
¿Es posible que una marca sea percibida como innovadora sin serlo realmente?
Sí, y sucede mucho. Al final, la innovación es también comunicación. Recuerdo que cuando Telefónica compró O2 en 2006, un asistente a una conferencia me dijo: “Ahora sí que Telefónica será innovadora”. En realidad, Telefónica ya hacía cosas mucho más avanzadas que O2, como haber creado el primer sistema de prepago móvil del mundo. Pero O2, sin duda, comunicaba mejor.
En el mercado no basta con innovar: hay que saber contarlo. Y ahí entran las redes sociales, los influencers, la narrativa. Puedes ser percibido como innovador incluso sin serlo tanto en realidad. Lo vemos con Apple y Samsung: Samsung lanza funcionalidades antes, pero Apple se percibe como la marca más innovadora.
¿Cómo influye esa percepción en la atracción y retención de talento?
Muchísimo. A la mayoría de estudiantes, si les preguntas dónde prefieren trabajar, elegirán Apple antes que Samsung. ¿Por qué? Porque Apple se percibe como cool, smart, diferente. A todos nos gusta formar parte de algo relevante. Esa percepción influye en el talento tanto como en los clientes.
“Apple se percibe más innovadora que Samsung aunque no lo sea tanto en realidad”
Más allá de la percepción externa, ¿qué papel juega la innovación dentro de la cultura interna de las empresas?
La cultura es crítica. La transformación digital no va de aprender a usar herramientas, sino de transformar personas. La innovación está ligada a la creatividad, y todas las personas somos creativas. Una verdadera cultura de innovación implica que cada empleado contribuya a mejorar productos, procesos o servicios.
Si lo consigues, los departamentos de I+D o de sostenibilidad deberían desaparecer, porque la innovación estaría distribuida en toda la organización. Esa es la verdadera transformación digital: una cultura que motive a todos a aportar su creatividad.
¿Cómo se mide la innovación real más allá del relato?
Hay distintos tipos: de producto, de procesos y de modelo de negocio. Se suelen medir en función de los productos lanzados, sus ingresos o su EBITDA. Pero también hay valores intangibles: una patente puede no generar ingresos directos, pero excluir a competidores.
Por eso hoy se incluyen KPI cualitativos en los reportes no financieros, obligatorios para las empresas cotizadas. Ahí se mide el impacto social y ambiental de las innovaciones. Porque una innovación puede no dar dinero inmediato, pero sí generar un beneficio social enorme.
“La verdadera transformación digital es transformar personas, no herramientas”
¿Cómo imaginas la innovación dentro de diez años?
Acelerada, totalmente acelerada. Vivimos en un mundo de tecnologías exponenciales: inteligencia artificial, big data, internet de las cosas… Pero lo relevante no son las tecnologías aisladas, sino su combinación. Una smart city, por ejemplo, no es una nueva tecnología, sino la suma de varias.
Ya hay robots que construyen robots, software que genera software. Eso acelera aún más la innovación. El problema será monetizarla: los ciclos de vida serán más cortos y solo unas pocas empresas podrán ser ganadoras. Claro que también pueden ocurrir guerras, tormentas solares o incluso sorpresas cósmicas que pudieran destruir toda la electrónica del mundo y entonces… el mundo se pararía. Pero si nada cambia, la tendencia es clara: más aceleración.
Si mañana desapareciera Telefónica, ¿qué legado innovador dejaría?
Un legado enorme. Desde su fundación en 1924, Telefónica ha sido motor de innovación en España. El edificio de Gran Vía fue en su día el más alto de Madrid. Llevar el teléfono a pueblos apartados transformó la vida de miles de personas.
En los noventa Telefónica creó el prepago móvil; lanzó Imagenio, el germen de Movistar +; realizó la primera experiencia de integración de una red social con un operador móvil… Durante décadas, Telefónica ha liderado cambios globales desde España. Ese legado sigue ahí y yo me siento muy orgulloso de haber contribuido con mi creatividad e innovación a todo este proceso.