Juan Carlos Cabrero: “La construcción industrializada es la única vía para resolver el problema de la vivienda en España”
El director del Curso de Construcción Industrializada del Colegio de Aparejadores de Madrid analiza cómo este modelo productivo puede duplicar la capacidad de construcción en España, mejorar la sostenibilidad y dignificar el trabajo en el sector.
España afronta una encrucijada: un déficit de más de 700.000 viviendas, una generación que rehúye el sector de la construcción, una crisis de mano de obra cualificada y la necesidad urgente de reducir emisiones y mejorar la eficiencia energética. En este contexto, la construcción industrializada ha pasado de ser un concepto anecdótico, a convertirse en una prioridad nacional.
El Colegio de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Madrid celebró los días 16 y 17 de octubre el II Congreso Técnico de Construcción Industrializada y Sostenibilidad, una cita que reunió a profesionales, fabricantes y promotores para abordar cómo transformar el modo de edificar en España. Hablamos con Juan Carlos Cabrero, director del Curso de Construcción Industrializada del Colegio y una de las voces más lúcidas sobre el tema.
¿Cuál era el objetivo principal del II Congreso de Construcción Industrializada y Sostenibilidad?
El congreso nació con una vocación muy técnica. No queríamos un evento para hacer discursos, sino para aterrizar de forma práctica cómo se industrializa una obra: cómo se integran los distintos componentes en sistemas constructivos coherentes, cómo se gestiona la coordinación entre fábricas, técnicos y obra, y cómo se garantiza la calidad final.
En 2019, la industrialización era casi una rareza. Hoy, con la presión social por la vivienda, las exigencias ambientales y la falta de mano de obra, se ha convertido en una necesidad estructural. No hablamos de una moda tecnológica, sino de una evolución lógica del sector.
La construcción industrializada no es una moda: es la respuesta inevitable a los problemas de productividad y sostenibilidad del sector.
La vivienda se ha convertido en uno de los grandes retos del país. ¿Qué papel juega la industrialización en esa solución?
Un papel clave. En España deberíamos construir el doble de viviendas de las que hacemos actualmente, al menos 250.000 al año. Sin embargo, la realidad es que apenas superamos las 100.000.
Y mientras tanto, las nuevas generaciones no se incorporan al sector. Muchos jóvenes prefieren empleos más estables o cómodos, aunque sean menos técnicos. Es comprensible: la construcción tradicional es físicamente dura, poco segura y con retribuciones modestas.
La industrialización cambia eso. Permite trabajar en entornos controlados, más seguros, limpios y tecnificados, lo que puede atraer a nuevos perfiles y, sobre todo, incorporar a más mujeres. En las fábricas ya tenemos mujeres alicatando baños, ensamblando componentes o instalando cerramientos: tareas cualificadas, mejor pagadas y más seguras.
¿Se podría decir que industrializar la construcción también es una forma de dignificar el oficio?
Totalmente. La industrialización no solo mejora los resultados; dignifica la profesión. Permite estabilidad laboral, mejores salarios y una progresión técnica. Además, reduce la siniestralidad laboral, que sigue siendo una de las más altas de Europa.
Si conseguimos que la construcción sea más cómoda, precisa y profesionalizada, lograremos algo fundamental: que los jóvenes quieran volver al sector. Ese es un reto tan importante como el tecnológico.
Aun así, el problema de la vivienda tiene muchos más frentes abiertos…
Exacto. Nosotros podemos mejorar la parte productiva, pero hay otros cuellos de botella: la falta de suelo disponible, los procesos de licencias que se eternizan, la dificultad de acceso al crédito y la alta fiscalidad de la vivienda.
Durante años existió la cuenta Ahorro Vivienda, que permitía desgravar el ahorro destinado a la compra de una casa. Hoy no hay incentivos equivalentes. Y, sin embargo, hablamos de un bien de primera necesidad. Si queremos que los jóvenes accedan a una vivienda, necesitamos políticas fiscales y urbanísticas más inteligentes.
¿Qué ventajas concretas ofrece la construcción industrializada frente a la tradicional?
Varias. En primer lugar, la reducción de tiempos: dependiendo del sistema, puede recortar los plazos entre un 40 y un 50%. Esto es vital en proyectos como hospitales, centros educativos o residencias.
En segundo lugar, la mejora de la calidad y la seguridad. Al trabajar en fábrica, los controles son mucho más estrictos y se reducen errores y desperdicios.
Y tercero, la sostenibilidad. La industrialización minimiza residuos, optimiza materiales y mejora el comportamiento energético de los edificios. No solo construimos más rápido, sino mejor.
Industrializar no es fabricar edificios en serie; es construir de forma más inteligente, segura y sostenible.
¿Qué tipos de sistemas constructivos se están empleando?
Hay muchos, y esa diversidad es precisamente la fortaleza del modelo. Podemos trabajar con hormigón prefabricado, estructuras metálicas, madera contralaminada (CLT), componentes modulares o baños e instalaciones plug & play.
Cada sistema tiene su ámbito óptimo. No es lo mismo levantar un hospital que un hotel o un edificio residencial. Por eso siempre insisto en que no hay un único sistema ideal: depende del “dónde” y del “para qué”. La clave es que el técnico sepa prescribir el sistema más adecuado a cada proyecto.
Entonces, ¿no corremos el riesgo de llenar España de edificios idénticos?
En absoluto. Esa es una confusión habitual. Industrializar no significa estandarizar edificios, sino estandarizar componentes. Cada edificio sigue siendo único, con su propio diseño, su normativa y su identidad arquitectónica.
De hecho, la industrialización fomenta la creatividad. Cuando uno trabaja con componentes precisos, se abre un abanico enorme para el diseño. Basta ver ejemplos internacionales: Richard Rogers, Norman Foster o Renzo Piano llevan décadas haciendo arquitectura industrializada de altísimo nivel.
Si algo vamos a conseguir con este proceso, es mejor arquitectura, no peor.
¿Y los famosos “bloques cebra” de los nuevos desarrollos? ¿Tienen relación con esto?
No directamente. Lo de los bloques cebra tiene unas raíces conceptuales que se hunden en el movimiento moderno de principios del siglo XX, y busca un equilibrio entre las prestaciones del edificio y su coste, pero eso es una cuestión arquitectónica relacionada con que hacemos, más que con el cómo lo hacemos.
Con la industrialización puedes hacer arquitectura o no hacerla, igual que con los métodos convencionales. Lo que cambia es el proceso, no el resultado estético, espacial, o funcional. De hecho, cuanto más se asocia lo industrial a lo monótono, más empeño ponemos los técnicos en demostrar lo contrario.
En otros países europeos este modelo ya está muy avanzado. ¿Dónde deberíamos mirar?
Reino Unido es un buen referente. Allí el Gobierno tiene un plan para construir 41 hospitales antes de 2030 con sistemas industrializados y plataformas de componentes, igual que en la automoción. En los países nórdicos o en Alemania, la industrialización también es la norma para edificios públicos y residenciales.
En España estamos empezando a recorrer ese camino. En naves industriales o grandes torres ya es habitual el montaje de componentes en seco, pero la vivienda sigue pendiente de esa transformación. Y ahora nos toca hacerlo, queramos o no, porque la sociedad nos exige resultados.
¿Puede este cambio ayudar a abaratar la vivienda?
En el corto plazo, no. La industrialización no reduce radicalmente los costes, pero sí permite controlarlos y estabilizarlos. En un contexto de materiales caros y mano de obra escasa, eso ya es una ventaja enorme.
El gran valor está en construir de forma óptima: menos desperdicio, más precisión, menos incertidumbre. La vivienda no será mucho más barata, pero sí será mejor, más eficiente y más sostenible.
Y a medio plazo, cuando haya más fábricas, más competencia y economías de escala, sí veremos impacto en los precios.
Durante el Congreso se abordaron también las conclusiones del sector. ¿Qué destacaría?
El Congreso ha servido para constatar la madurez de la industrialización en España. Hemos visto soluciones de todo tipo: módulos volumétricos, fachadas prefabricadas, estructuras mixtas, baños completamente industrializados… Y, sobre todo, una coincidencia total en el diagnóstico: solo industrializando podremos construir más y mejor.
También hemos detectado la necesidad de formar a los técnicos. Aparejadores, ingenieros y arquitectos deben conocer a fondo los sistemas industrializados para poder prescribirlos. Por eso desde el Colegio impulsamos formación específica, como el Curso de Construcción Industrializada, que ya se ha convertido en el referente.
En la conversación ha mencionado varias veces la función social del aparejador. ¿Podría desarrollarla?
Sí, porque a veces se olvida. El aparejador tiene una misión social tan clara como la de un médico o un bombero. El médico cura, el bombero apaga incendios, y nosotros construimos vivienda, que es la base de la estabilidad de una sociedad.
Hoy esa función cobra una dimensión especial. No se trata solo de edificar, sino de garantizar el derecho a una vivienda digna. Y en eso estamos alineados todos: técnicos, fabricantes, promotores, administraciones. El sector está comprometido con la vivienda asequible y con la industrialización como herramienta para lograrla.
La función social del aparejador es construir vivienda. Y hoy más que nunca, esa función es vital para España.
¿Qué perspectivas ve a medio y largo plazo para la industrialización en España?
Soy optimista, aunque realista. Duplicar la capacidad industrial del país no se hará en uno o dos años, pero el proceso ya ha empezado. Cada vez hay más empresas invirtiendo en fábricas, más universidades formando a técnicos y más administraciones interesadas en aplicar estos modelos en vivienda pública.
A largo plazo, la construcción industrializada irá de la mano de la digitalización y la inteligencia artificial: gemelos digitales, diseño paramétrico, control de materiales, trazabilidad… Todo eso nos llevará a una edificación más precisa, segura y sostenible.
Para terminar, si tuviera que resumir el mensaje del Congreso en una frase…
Que la industrialización es la única vía realista para resolver el problema de la vivienda. No lo hará sola, pero sin ella no lo conseguiremos. Tenemos que construir más, mejor y con mayor responsabilidad social. Y eso solo es posible cambiando la forma en que concebimos la construcción.