Florito
El pasado 12 de octubre, fue sacudido en la plaza de Las Ventas, por intensos sucesos; de los que no pasó desapercibida la retirada de Florito, como mayoral de la Plaza más grande del mundo, tras casi cuarenta años eficaz y callado servicio, ambas cosas en la misma medida.
Florencio Fernández Castillo, conocido por el gran público como “Florito”, y por “Floro” en su entorno más cercano, vivió el toro desde su niñez, en la plaza de toros de Talavera de la Reina, donde su padre ejercía de mayoral. Aquello propició que el joven Florito, empezase a torear profesionalmente, bajo el nombre artístico de “El Niño de la Plaza”. Su gran inteligencia y un profundo conocimiento del animal de lidia, hicieron de él, un novillero solvente y profuso. Sin embargo, vivía embebido en el sentimiento de que la felicidad, la había dejado en los corrales de las plazas, donde al pie de su padre tenía todo en orden, para dar máximo brillo, a cualquier festejo. A tal punto llegaría ese sentimiento, que mandó un parte facultativo, que le eximía de matar una novillada, para estar en la feria de Almería, encargándose de embarques, desembarques, apartados, devoluciones y tantos cuidados, que necesitaba esa feria mediterránea, tantos años organizada por la casa Chopera. La misma empresa, que le llevó a las Ventas, una vez había dejado el traje de luces, y ya daba lecciones de pericia, a la hora de manejar el ganado, cada vez que caía en sus manos el manejo de reses para un festejo.
Cuatro décadas en la plaza más importante, más difícil, y más trabajosa del mundo: donde ha tenido la oportunidad de hacerse, como maestro y como persona; donde ha hecho vida y ha visto crecer a su familia. A menudo, menos de lo que le gustaría, ya que el ajetreo de la temporada, no le ha dejado estar tranquilo ni en la cama; cuando en medio de la noche, tenía que salir a apartar toros para que no se mataran en los corrales. Una vida llena de viajes, en las largas etapas, en que ha visto veces al año, todos los toros que se han lidiado en las Ventas; con experimentada vista y desmedida afición.
Una pasión que ha chocado con tantos intereses, que no han conseguido levantarle los pies del suelo, por su incansable trabajo y su inagotable inteligencia. Dotes manifestados con una envidiable discreción y prudencia, llegando a manejar la parada de cabestros, para devolver un toro, sin que se le viera a él, máxima expresión de dominio, de lo que se está haciendo. Así mismo ha manejado temporadas venteñas, desde las mismas entrañas del sistema de la plaza. Esa es la profundidad de un hombre, que se va, por que ha conseguido unas cotas de profesionalidad, que considera difíciles de mantener e imposibles de superar, dadas tantas circunstancias de la ganadería y el empresariado.
Aun así Florito, seguirá siendo Florito. Y mientras tenga salud, atisbaremos su sombra menuda, gorra de visera y vara en la mano, allí donde brille la perfección. Una silueta que nunca se expondrá del todo, dada su profunda personalidad.