A la lumbre
Las tardes camperas de invierno, con sus tempranas anochecidas, se prestan a sentarse al amor de la lumbre, en entrañable tertulia; haciendo semicírculo entorno a la chimenea. La lumbre acoge con entrañas de madre a quien se acerca, así sean una docena de ellos, que comparte pensamientos, anécdotas y chanzas; como cuando se acerca a ella una sola persona; con sus pensamientos y reflexiones mas intimas.
El fuego siempre tiene algo que decirle a quien busca su compañía tanto en soledad, como si hay mas de una persona entorno a ella. Pues hace emerger historias y reflexiones únicas; que no saltan en ningún otro lugar. En torno al fuego, o la candela que dicen en el sur, se puede encontrar, lo que jamás puede dar una barra. Y se pueden hilvanar reflexiones personales como no se fraguan, en ningún otro lugar.
Al calor de la lumbre te puedes encontrar con esos realidades camperas que este vaivén contemporáneo, va enterrando en sus superficialidades, hasta hacerlas desaparecer para para siempre. Puede saltar la razón de que el ciclo agrario ha de cerrarse c últimos de noviembre, con el escueto refrán de: “De San Andrés a san Andrés, que no quede nada por hacer”. O porque un hielo por Los Santos, puede llevarse por delante la mejor de las montaneras, reduciendo a cebo de campo, aquellos cochinos, a los que ya se les imaginaba de exquisita bellota. O porque para que las matanzas queden ricas, es importante la suerte de dar con un buen curadero y la fidelidad a uno mismo, necesitando de saber lo que se trae entre manos.
Y no digamos cuando salen a la palestra, trances de tientas, con vacas arrancándose al caballo desde la otra punta de la plaza, y el vaquero o mayoral de la casa, agarrándose con ellas, con la seguridad y el brío de quien sólo le importa lo importante. Para continuar la conversación con tantos momentos geniales, de quien, muleta en mano, dejo a la vaca, más suave que un guante.
O cuando sale el tema de cruces geniales que dieron lugar a ganaderías legendarias, o vacadas que se hicieron de un desecho o de un puñado de vaca viejas, para encontrar el mas afortunado de los éxitos. Relatos que siempre llevan en sus entrañas, el secreto mejor guardado o tal vez la razón desconocida, de porque tales lances se repitieron hasta la saciedad, para jamás repetir resultado.
Todas esas cosas, a la lumbre, se revisten de la entrañable certeza, de que el alma recobra vida, cuando le permites abrirse a lo que no se vive a diario. Por eso, es importante que nos deje de arder la lumbre.