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La vivienda y otros frutos amargos

Hace muchos años, en los comienzos de mi actividad periodística, escuché una frase al prestigioso arquitecto Miguel Fisac que ha quedado grabada en mi memoria: “La vivienda puede ser un negocio, pero nunca un cochino negocio”.

Esta frase cobra una indiscutible actualidad cuando las encuestas consideran que es uno de los más graves problemas, quizá el más grave que afecta a la sociedad española. En todas partes, especialmente en las grandes ciudades, conseguir un piso en alquiler, y no hablemos de un piso en propiedad, constituye, para los jóvenes y los menos jóvenes, una especie de misión imposible. La oferta es cada vez más escasa, y la demanda crece sin cesar. Si se anuncia un piso, los solicitantes se lanzan a él en masa, y se están alquilando lo que hace años una Ministra de la Vivienda calificó de "soluciones habitacionales”. En este concepto se incluyen espacios de menos de treinta metros cuadrados en los que se amontonan, una cama abatible, una mesa, unas sillas, una cocina diminuta y un cuarto de baño más diminuto todavía, sin apenas ventilación, y por el que se pide el ochenta por ciento del sueldo del joven que aspira a ocuparlo. La situación actual me hace recordar los años de la posguerra, cuando los más necesitados se conformaban con tener una habitación con derecho a cocina.

Los que llegan a las grandes capitales para cursar sus estudios  universitarios se juntan con dos o tres jóvenes compañeros para alquilar un piso. Es una especie de simulacro de independizarse, y tenemos que escuchar que la economía va como una moto, mientras la mayoría de los jóvenes que quieren emanciparse se ven obligados a continuar viviendo con sus padres.

Estamos a punto de volver a la burbuja inmobiliaria de hace unos años, y parece que no hemos aprendido nada, y que la vivienda vuelve a ser un cochino negocio. Lo  peor es que esto se venía llegar, y hemos perdido unos años en los que prácticamente no se ha construido, especialmente en viviendas de protección oficial para las familias más necesitadas. Se calcula que harían falta  más de trescientas mil nuevas viviendas para las clases más modestas Es preciso entregar terrenos urbanizables, y tener en cuenta que el tiempo  necesario para la construcción necesita muchos meses. Y que cada vez llegan a España extranjeros para vivir sus años de jubilación.

Tengo serias dudas de que la nueva Ley de Vivienda pueda solucionar el problema. Y que acabemos pasando buena parte de nuestras vidas en tristes “soluciones habitacionales”-