Madrileños por Madrid

¿Por qué fallan las encuestas?

Responder a esta pregunta es fácil. Los sondeos fallan básicamente por dos cuestiones: los encuestados “mienten” en sus respuestas, y las empresas demoscópicas “cocinan” los resultados antes de publicarlos, algo técnicamente necesario -incluso imprescindible para llegar a alguna conclusión coherente-, pero que indudablemente implica un sesgo que puede acercarnos o alejarnos de la realidad que queremos medir.

Esas dos sutiles mentiras: la de los entrevistados que no están dispuestos a desnudarse ante el entrevistador y la del científico que -si es honesto- pretende eliminar desviaciones para acertar en sus previsiones y, a veces, confunde deseo y verdad, han ido minando la credibilidad de la demoscopia.

Al descrédito de las encuestas no solo contribuyen estos dos factores. Hay otro. Las encuestas están sobrevaloradas. Esperamos mucho de ellas... Demasiado. Y es que la mayoría de la gente -incluyo a periodistas y políticos- cree que son una especie de oráculo científico que les va a decir quién va a ganar las próximas elecciones. Y no es así. Los sondeos son instrumentos para medir el pulso de opinión de un grupo concreto de personas en un instante determinado o para captar tendencias hacia las que parece encaminarse la sociedad. No permiten saber la decisión que va a tomar una persona, como tampoco averiguar el número que va a salir en la lotería.  

Se ha puesto de moda hablar del fallo en las encuestas electorales por el garrafal error de los últimos sondeos presidenciales en EE.UU. Casi todas las empresas del ramo pronosticaron un empate técnico entre Harris y Trump… y ya sabemos los resultados.

Cuando fallan las encuestas, la gente sesuda se pone a analizar qué ha ocurrido. A tiempo pasado es tarea más sencilla. Ahora sabemos que las empresas demoscópicas norteamericanas no ponderaron bien los resultados y no contaron con personas que optan por ocultar su intención de voto a Trump, ya sea porque consideran que su entorno no lo va a entender (paradójicamente norteamericanos con bajos recursos o con altos niveles educativos), bien porque no se fían de las intenciones de los entrevistadores.

En España el descrédito es aún mayor por la sospecha de que no todos los sociólogos, ni todos los medios de comunicación que publican encuestas, actúan de buena fe. Los españoles, con buen humor, acuñamos expresiones tales como “encuestas atezanadas” que todo el mundo entiende y no contribuyen precisamente al prestigio de instituciones -el CIS- que han visto tiempos mejores.

Hay una expresión muy usada en los últimos años, que considero absurda. “La única encuesta válida son las urnas”, escuchamos a los candidatos peor parados por los sondeos. Es obvio que, si la muestra es el 100% de la población las posibilidades de acertar aumentan. Pero hay que decir que no todos los resultados de una votación reflejan la opinión real de la mayoría de los ciudadanos. Está la gente que se ha abstenido sin desearlo porque se le ha estropeado el coche o ha caído enferma. Está la gente que ha pensado que su voto no era estrictamente necesario. Y hay gente que opina siempre, pero no participa nunca. Son múltiples las variables a tomar en consideración: por ejemplo, los que votan con la misma racionalidad con la que van a un partido para apoyar a su equipo de siempre.

Y también hay fraudes, que en algunos países no son la excepción, sino la regla. Ahí sí que las encuestas son necesarias, no para acertar en el resultado que todo el mundo intuye, sino para calcular lo que podría haber pasado si la democracia hubiera funcionado.

Romero Robledo, “el Gran elector”

En España, en el siglo XIX ya teníamos resuelta la cuestión, sin necesidad de encuestas. Francisco Romero Robledo era el experto que siempre daba en el clavo, convocatoria electoral tras convocatoria electoral; de ahí que formara parte de distintos gobiernos, sin que nadie que quisiera ganar unas elecciones se planteara dejar de contar con él en puestos clave del Ministerio de Gobernación o en la Comisión de Actas del Congreso de los Diputados. No en vano le apodaban “el Gran elector”.

Romero Robledo ha pasado a la historia no sólo como un gran orador -su debate de una Interpelación en el Congreso llegó a alargarse durante cinco días-, sino también como primer muñidor para la consecución de actas de diputado, por cualquier circunscripción y partido (él mismo cambió en varias ocasiones de ideología). Lo atestigua el poeta, que tuvo la veleidad de ser diputado, Ramón de Campoamor, cuando, a la pregunta de un Embajador acerca de por cuál circunscripción había obtenido su acta, contestó “por Romero Robledo”.

Al “Gran elector” se le atribuye el uso en 1879, por primera vez, de “escuadras de votantes” que sustituían en el voto a electores vacantes (por deceso o ausencia). Era una época en la que se empleaban técnicas de manipulación electoral sistemáticas y conocidas por la sociedad en general, como refleja la respuesta de Sagasta a Alfonso XII cuando le reclama elecciones limpias: “serán todo lo sinceras que puedan serlo en España”​. Y Maura, en una intervención en el Congreso por la revisión del acta de Don Benito (Badajoz), justifica que en unas elecciones en las que hubo un importante número de candidatos se produjeran más flaquezas y vicios electorales por la mera razón de ser unas elecciones más reñidas.

Escalera hacia la urna

Merece la pena enumerar algunos de los instrumentos de fraude electoral usados durante la Restauración y perfeccionados en la Segunda República. Algunos de ellos eran francamente pueriles, aunque efectivos, como la escalera hacia la urna.

Hay testimonio de estos fraudes en diarios de sesiones de las Cortes, que por entonces constituían, al inicio de cada Legislatura, una Comisión de Actas con la importante misión de revisar las que fueran protestadas. A nadie le preocupaba que aquellos que debían decidir si las actas eran calificadas de leves o graves fueran otros parlamentarios, muchos de ellos compañeros de filas del acta en cuestión.

Por estos diarios conocemos técnicas como la de poner obstáculos al acceso a la urna de los potenciales votantes del opositor. En un distrito se llegó a poner una urna en un establo, cuyo único acceso era una escalera de mano que se colocaba y quitaba según cuál fuera el elector que pretendiera depositar su voto, aunque lo más común era que los gobernadores civiles recibieran la instrucción de aglomerar en los colegios un gran número de electores que llenaran por completo el espacio sin que cupiera nadie más, o bien la presencia intimidante en las puertas de los colegios de algún guardia municipal “con bandolera”. Otros instrumentos eran más sutiles: la propia ley electoral que favorecía el uso por los caciques locales de una red clientelar de electores, la inscripción temporal de gente de otros distritos que desaparecían tras depositar su voto -los llamados “cuneros”-, el voto de los fallecidos -“lázaros”- o el conocido “pucherazo” (volcar el puchero -léase urna- y rellenarlo a voluntad).

En las elecciones de 16 de febrero de 1936 que ganó el Frente Popular, según analizan Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa, las alteraciones de la Comisión de Actas sumaron 23 escaños a la izquierda y otros 33 en la segunda vuelta electoral, algo más del 10% del total de escaños de las nuevas Cortes que alteraron los resultados reales, mediante la técnica de manipular burdamente las actas electorales sumando votos al candidato del FP, anulando todas las actas de determinadas provincias o sencillamente no permitir que llegasen a buen puerto las actas de los distritos en las que perdían, ante la dimisión en bloque de los gobernadores civiles.

Como reflexión final, cualquier manipulación empieza por un sistema electoral deficitario y las prácticas poco ortodoxas de algunos, pero tiene más posibilidades de éxito en una sociedad que no reacciona frente al abuso.  Por ello, me preocupa más que hoy las encuestas afirmen unánimemente que a los españoles no les interesa la política que sus errores a la hora medir su intención de voto.   

Acta manipulada en las elecciones de 16-2-1936, reproducida en “1936: Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular”/ Manuel Álvarez y Roberto Villa. Fuente: Archivo de la Diputación de Jaén

Definición de “Pucherazo”. Diccionario de modismos: primero y único de su género en España, Madrid, Librería de Antonio Romero, 1899.

Caricatura de Manuel Portela Valladares, “publicada en el último número del semanario satírico “Gracia y Justicia”, el 15 de febrero de 1936, justo el día antes de las elecciones que dieron la victoria al Frente Popular”

Propaganda electoral del 16 de febrero de 1936. Fotografía del Servicio Español de Información. Fuente BNE.