Anécdotas literarias de Madrid

Miguel de los Santos Álvarez, amigo de Espronceda

Miguel de los Santos Álvarez

Nació en Valladolid en el verano de 1818 y murió en Madrid a finales del otoño de 1892. Fue un escritor de la segunda época del romanticismo madrileño. Había llegado a la villa en 1836, cuando apenas tenía dieciocho años de edad. Frecuentó la famosa tertulia literaria de El Parnasillo en el Café del Príncipe y empezó a colaborar enseguida en diferentes revistas, en las que publicó interesantes artículos sobre el Madrid que había conocido recorriendo sus calles y sus plazas. Solía decir: “para escribir de Madrid hay que pisar sus aceras”. Colaboró en revistas románticas como No me olvides (editada entre 1837 y 1838 y dirigida por Jacinto de Salas y Quiroga), El Pensamiento, El Semanario Pintoresco Español (fundado por Ramón de Mesonero Romanos) o en el periódico satírico La Malva que fundó con Valera, Pedro Antonio de Alarcón y Joaquín Maldonado Macanaz.

Miguel de los Santos Álvarez fue autor de algunas fábulas: Un gato y un ratón se convivieron, / y recíprocamente se comieron. / ¡Efectos de la gula, mal pecado, / que debes evitar, Teotimo amado! También escribió cuentos y quintillas de tono jocoso: “¡antes de seguir contigo / En tan sucio matrimonio, / Reniego de ti y maldigo, / Y contra ti busco abrigo / En el seno del demonio!...”así como ensayos, novelas, poesía y obras de teatro que generalmente tuvieron poco éxito de público. Se contaba en las tertulias de Madrid que en una ocasión un periodista, tras el estreno de una pieza teatral que se acababa de representar, le dijo de sopetón: “he visto que esta no era su mejor obra de teatro”, y de los Santos, sin titubear ni un instante respondió: “y yo también he visto que su crítica no era su mejor crítica”.  

Conoció y admiró a José de Espronceda, con el que coincidió en Madrid seis años solamente, ya que el autor romántico extremeño murió en 1842... Pero así todo, algunos autores de aquel tiempo aseguraron que ambos escritores llegaron a hacerse íntimos amigos y que incluso durante un tiempo vivieron juntos. También se llegó a decir que Miguel de los Santos Álvarez estaba acompañando a Espronceda en el justo momento en que expiraba. Y que el 24 de mayo de 1842 asistió compungido a su entierro en Madrid con los numerosísimos amigos y escritores que aquel día se congregaban alrededor de la iglesia de San Sebastián.

Espronceda murió dejando inacabada la obra titulada El Diablo Mundo, que se había ido editando por entregas en la revista El Pensamiento durante los años 1840 y 1841, y que entre los editores ya figuraban Enrique Gil y Carrasco, Miguel de los Santos Álvarez y Antonio Ros de Olano (militar, político y poeta del romanticismo. También amigo de Espronceda, tertuliano de El Parnasillo y uno de los miembros activos de la Partida del Trueno). Unos años más tarde Miguel de los Santos Álvarez escribió para incorporar al poema El Diablo Mundo los versos que consideró que le faltaban y lo editó cuando creyó que estaba concluido. A lo largo de su vida viajó y vivió en diferentes ciudades españolas y americanas. En Río de Janeiro fue secretario de la legación española de Brasil, y en 1854 fue gobernador de Valladolid durante un año. También llegó a ser consejero de Estado durante los tiempos de La Restauración y de la Primera República.

Miguel de los Santos se relacionó también con José Zorrilla. Ambos eran vallisoletanos y casi de la misma edad. Juntos recorrieron y conocieron en profundidad los ambientes literarios de la capital de España, y seguramente asistieron juntos en 1837 al entierro de Larra. Fue el día en el que Zorrilla salió espontáneo para leer en el cementerio unas estrofas que lo encumbraron a la fama y que comenzaban diciendo: “Ese vago clamor que rasga el viento / Es la voz funeral de una campana: / Vano remedo del postrer lamento / De un cadáver sombrío y macilento / Que en sucio polvo dormirá mañana...”  Se cree que antes de asistir al entierro, en el Cementerio de la Sacramental de San Justo de Madrid, ya habían ido juntos a dar el último adiós al cadáver de Mariano José de Larra y que de los Santos Álvarez se acercó discretamente a despedirlo, y que dio un abrazo tan emocionado y caluroso al féretro que enterneció a todos los presentes. Así todo, hubo cronistas que aseguraron que de los Santos y Larra nunca llegaron a conocerse en persona, pero que el autor de Valladolid era un auténtico admirador y continuador del espíritu larriano y que había sido amigo y confidente de otros literatos muy amigos de Larra.

La obra de Miguel de los Santos se caracterizó por ser en ocasiones pesimista y en otras ocasiones por estar insertada con personajes dotados del humor que caracterizaba al mejor costumbrismo madrileño. Frecuentó a muchos otros escritores de su tiempo. Pérez Galdós llegó a inmortalizarlo en Los Episodios Nacionales, escribiendo con su nombre una carta apócrifa en la que narra la muerte de Larra. Pero donde acentúa y parodia al escritor, entreverando un juego en el que mezcla realidad con mucha imaginación, ya que pone en boca de Miguel de los Santos una serie de observaciones cuanto menos sorprendentes. Valera lo inmortaliza en su Florilegio. Y Emilia Pardo Bazán, que no debía de tenerlo en mucha estima, dijo que su mérito más grande era el de haberse codeado con los mejores escritores de su tiempo, sobre todo con Espronceda y Zorrilla de quienes se consideró un discípulo durante toda la vida.

Miguel de los Santos intentó retirarse en torno a los años de 1860 pero sus numerosos amigos organizaron una comida en el Café de Fornos con la intención de persuadirlo para que no dejara nunca de escribir, ya que consideraban que su pluma seguía siendo necesaria en los ambientes literarios de aquel viejo Madrid.