El Retrovisor

La Glorieta de las (falsas) Pirámides

El Puente de Toledo sobre el río Manzanares, obra barroca del primer tercio del siglo XVIII diseñada por el arquitecto Pedro de Ribera, está flanqueado por dos glorietas, la del Marqués de Vadillo en la orilla oeste y la de las Pirámides en la parte este.

La denominación de Glorieta de las Pirámides llama la atención, dado que en dicho lugar no existe ninguna pirámide y sí dos modestos obeliscos de 14 metros de altura. Elementos que, obviamente, sí guardan una relación con la cultura del antiguo Egipto. La denominación de Pirámides, por otra parte, es históricamente reciente ya que se remonta a hace poco más de 80 años, por un acuerdo del Ayuntamiento de Madrid, presidido por el alcalde Alberto Alcocer y Ribacoba, del 28 de diciembre de 1944.

Es muy posible que el arraigo de la denominación como Glorieta de las Pirámides, a pesar de la sorpresa o confusión que pueden representar las formas arquitectónicas que la presiden, se corresponda con la denominación de la estación de Metro, inaugurada en 1968, en ese punto, en la línea que unía las estaciones de Carabanchel y Callao. Pirámides, por añadidura, era el acceso más popular en transporte público para llegar al estadio Vicente Calderón, feudo del Club Atlético de Madrid, que ha estado operativo entre 1966 y 2017. En Pirámides, igualmente, se ha ubicado una estación de la línea de cercanías de Renfe que desde 1980 ha unido todas las ciudades del sur de Madrid con la estación de Atocha. Finalmente, la autovía de circunvalación de Madrid M-30, tanto antes como después de su soterramiento, ha contado con una entrada y salida en Pirámides que conecta con las calles que van al centro de la ciudad. Al cabo de los años han sido muchos millones de transeúntes para los que el nombre de “Pirámides” ha sido un punto de destino o de referencia en sus desplazamientos; es decir, es popular por imperativo de paso.

Año 1896 - Perspectiva desde el Puente de Toledo de los obleisco y al fondo la Puerta de Toledo

La actual Glorieta de las Pirámides inició su historia en la década de los años treinta del siglo XIX y permaneció sin denominación oficial hasta 1903, en la que fue incluida en el callejero oficial de Madrid como “Glorieta del Puente de Toledo”. En el Diccionario de Pascual Madoz, elaborado entre 1846 y 1850, se la califica como “hermosa”, pero sin nombre propio: 

“Paseo de la Puerta de Toledo: de esta puerta arrancan tres caminos, uno que sigue recto al puente, y otros dos colaterales: el primero y principal, llamado de los Ocho Hilos, tiene de largo 1.165 pies por 155 de ancho; consta de 8 filas de árboles, que componen 7 calles, terminando en la hermosa plazuela que hay a la entrada del puente: los otros dos cuentan 4 filas de árboles; el de la derecha que marcha en dirección al puente Verde ó de San Isidro, tiene 1.326 pies de largo hasta el citado Imperial, desde donde sigue otro trozo de 600, que no se halla del todo concluido: igual á este, con poca diferencia, es el otro colateral titulado de los Olmos. La entrada a la corte por esta parte es de las más sorprendentes por el vistoso puente, la plazuela citada, y el aspecto que forman los tres indicados paseos”.

Año 1900 - Glorieta del Puente de Toledo en plano de Madrid de Facundo Cañada

La glorieta, en sus orígenes, formaba parte de un conjunto monumental que pretendía dignificar la entrada y salida de Madrid por el Puente de Toledo que daba acceso a incipientes industrias, las quintas recreo de la aristocracia en los Carabancheles, las tropas acantonadas en Leganés y el camino de Toledo. En definitiva, un paso muy frecuentado por gentes de toda condición.

Poco antes de planificarse la glorieta, en 1817, ya se había situado, muy próximo a ella y al Puente de Toledo, el monumento de cabecera del Real Canal del Manzanares, obra del arquitecto Isidro González Velázquez, consistente en dos escalerillas a ambos lados de canal rematadas por un león de mármol y dos columnas de Hércules con la inscripción “Non plus ultra” (todo ello ha desaparecido, aunque quedan grabados del mismo en el Diccionario de Madoz).

El diseño de la glorieta y sus obeliscos (1833) corresponde al arquitecto municipal Francisco Javier de Mariátegui y Solá. Su vida fue muy ajetreada. Oriundo de Sangüesa (Navarra) se formó como ingeniero militar. Activo masón con el nombre de Aurora, ya como civil fue nombrado ingeniero de la Inspección General de Caminos y Canales del Reino. Tras la caída del Trienio Liberal sufrió las depuraciones de Fernando VII y fue despojado de su acreditación como ingeniero. No obstante, supo burlar los filtros de la represión y, con 49 años, en 1826, alcanza el título de arquitecto en la Academia de San Fernando. Al año siguiente ya obtiene un empleo público en el Ayuntamiento de Madrid, participa en las reformas de la Puerta de Atocha de 1828 y 1829 y, en 1832, comenta el investigador Pedro Monleón, que, por recomendación directa desde el Palacio Real, es nombrado arquitecto y fontanero mayor de Madrid, lo que provocó la dimisión de los tenientes arquitectos que se consideraban con mayores méritos. Para esa fecha su hija María Concepción de Mariátegui ya había contraído matrimonio con Marianito, el nieto de Goya. En cuanto a sus obras más conocidas se encuentra, también de 1833, el obelisco del Paseo de las Delicias de la Princesa (hoy Paseo de la Castellana) dedicado al nacimiento de Isabel, hija de Fernando VII que la reconocerá como Princesa de Asturias. Ese obelisco permaneció muchos años en la Castellana, hasta ser sustituido por el monumento a Emilio Castelar. Fue trasladado a la plaza de Manuel Becerra y, después, en 1969, al Parque de la Arganzuela colocado en el centro de un estanque ovalado. Tras las obras de soterramiento de la M-30, continúa aproximadamente en el mismo lugar, en el actual parque Madrid Río, pero ya sin estanque. 

Año 2020 - Glorieta de las Pirámides en la actualidad- Imagen Ayuntamiento de Madrid

Pedro Navascués, historiador de la arquitectura, nos ofrece algunas claves sobre las pirámides y los obeliscos. Por una parte, explica, se encuentra la idea desde el año 1814 de construir un monumento a los Héroes del Dos de Mayo, que se ubicaría en el Paseo del Prado. En el concurso inicial, el Ayuntamiento proponía una sencilla pirámide. Se conoce un diseño de dicha pirámide elaborado por Goya que se conserva en el Museo del Prado; y otro dibujo, menos específico y documentado, también de Goya, con una pirámide horadada, que se encuentra, en el archivo privado del Marqués de Casa-Torres. El proyecto del monumento se va retasando hasta que vuelve a activarlo el Ayuntamiento del Trienio Liberal. El encargado de su diseño es Isidro González Velázquez, el mismo que ideó la cabecera del Real Canal del Manzanares ya comentada, y su idea como monumento funerario a los héroes se plasma en un obelisco, que es el que en la actualidad preside la Plaza de la Lealtad. Para Navascués, los obeliscos de Mariátegui están inspirados en el de González Velázquez. 

Los obeliscos de la glorieta que nos ocupa no tienen ninguna inscripción y se desconoce el homenaje exacto sobre a quién o quiénes están dedicados. Se encuentran emplazados sobre un pedestal y apoyados sobre cuatro bolas de bronce. El conjunto, con forma de semicírculo, estaba rodeado con estatuas de reyes españoles, de la misma colección de los de la Plaza de Oriente, donde han sido finalmente devueltas.

En la segunda mitad del siglo XIX, la llegada del ferrocarril y la clausura del Real Canal del Manzanares, dieron lugar a la industrialización de esos barrios y, a la vez, al crecimiento de infraviviendas con pésimas condiciones de habitabilidad por los problemas de hacinamiento y falta de alcantarillado. Julio Vargas, periodista de El Liberal, hizo una serie de reportajes en 1855, con los que demostró que la epidemia de cólera de ese año había tenido su origen, precisamente, en la zona. La parte más crítica por sus pésimas condiciones era el llamado Barrio de las Injurias, situado en el final del actual Paseo de las Acacias, junto a la glorieta del puente.

El plan de ensanche de Madrid, diseñado por el urbanista José María Castro a partir de 1846 y aprobado en 1860, sectorializó la ciudad por usos residenciales o industriales y la zona sur, por debajo de la línea del ferrocarril que une las estaciones de Delicias y Príncipe Pío, quedó para usos industriales e infraviviendas. El entorno del Puente de Toledo agudizó su situación de zona muy deprimida. Junto a las Injurias, se encontraba la llamada Casa del Cabrero (otro bloque hacinado) y los barrios de Casablanca y Peñuelas. Una idea más precisa de las pésimas condiciones de estos espacios la podemos encontrar en la novela La Busca, de Pío Baroja, considerada como una radiografía del Madrid suburbial del sur en el tránsito del siglo XIX y XX, que se publicó por entregas en el diario El Globo entre el 4 de marzo y el 29 de mayo de 1903. El ferrocarril había supuesto la absoluta transformación de esta área de Madrid: de las pretensiones residenciales y monumentales de finales del siglo XVIII e inicios del XIX, a las condiciones de hacinamiento y depresión de la segunda mitad del XIX e inicios del XX.

En 1906, dentro del Plan de Higiene de la Villa de Madrid, el alcalde Alberto Aguilera ordenó demoler el barrio de las Injurias, y en 1909 se hizo lo mismo con la Casa del Cabrero donde se hacinaban más de 800 familias.

Toda la zona fue remontando poco a poco a lo largo del siglo XX, aunque con prevalencia de los usos industriales, hasta la década de 1980 en la que un consorcio formado por el Ayuntamiento de Madrid y la Renfe, el Pasillo Verde Ferroviario, llevó a cabo una amplia intervención urbanística soterrando las vías y devolviendo a la zona el uso exclusivamente residencial.

Sobre las “falsas” pirámides de la glorieta, y las razones por las que en 1944 el Ayuntamiento optó por esa denominación, sólo nos queda un ejercicio de imaginación. Se podría suponer que, en aquella reunión alguien sugirió el nombre de “Glorieta de los Obeliscos” y que, otro de los presentes, más cosmopolita o leído, advirtió: “Estáis hablando de unos obeliscos de 14 metros. Pensar en los 13 de Roma traídos de Egipto, uno de ellos mandado instalar en la Plaza de San Pedro del Vaticano, por el papa Sixto V; o, pensar en el obelisco de la Plaza de la Concordia, de París; el que se levanta en Washington, capital de los Estados Unidos, que mide 169 metros de altura; el instalado en Londres, también trasladado desde las orillas del Nilo; o el que acaban de construir en Buenos Aires para celebrar el 400 aniversario de la fundación de la ciudad. Reivindicar estos obeliscos puede ser motivo de chanza. Llamar a esa glorieta de las pirámides o cualquier otra cosa que se os ocurra”. Esta observación, o alguna parecida, puede que se planteara y como “Glorieta de las Pirámides”, para evitar alguna broma, se la bautizó.