“Don Jorgito” Borrow, el inglés que recorrió España pertrechado con una Biblia protestante
No hubo ninguna inscripción -hasta 1947- en la lápida sobre la tumba de George Borrow en el cementerio londinense de Brompton, que le identificase como un hombre singular. Tan solo una fecha: la de su muerte el 26 de julio de 1881, a los 78 años de edad.
Pero hoy los curiosos que se acerquen a ese lugar de paz en Londres ya pueden descubrir que allí descansa un viajero errante del siglo XIX, autor de “La Biblia en España”, publicada en 1843, una obra tan exitosa que solo en el primer año tuvo casi diez ediciones en Londres y EE.UU. y fue traducida al francés, alemán y al ruso.
El mayor interés que tiene George Borrow es su distancia con otros viajeros ingleses que también recorrieron España y escribieron sobre su experiencia en el siglo XIX. En su obra -“La Biblia en España”-, que no es un libro religioso como alguno pudiera pensar, sino un libro de viajes, más próximo al género de la picaresca que a la visión romántica, encontramos un relato de sus aventuras, recorriendo los caminos menos transitados y más populares de España, producto de su convivencia con gente real: campesinos, mendigos, gitanos, arrieros, salteadores, alguaciles, curas y -¿por qué no?- también nobles y burócratas, sin contar las chinches con las que convivió en posadas y albergues del camino.
George Borrow llegó a Madrid desde Lisboa a lomos de una mula - “en tiempos de guerra escasean los buenos caballos y sobran los ladrones”-, en enero de 1836, para actuar como propagandista protestante, subvencionado por una Sociedad Bíblica londinense para difundir en la Península el Nuevo Testamento en lengua vernácula y sin notas ni apéndices, misión difícil incluso en un período de caos como el de la primera guerra carlista, pero no imposible como lo hubiera sido en tiempos de Fernando VII. A este encargo añadió por su cuenta una traducción al caló del Evangelio de San Lucas hecha por él mismo, que obtuvo mayor éxito que la versión de la Biblia Vulgata en español y que los gitanos recompraban a los mismos alguaciles que los habían requisado por orden de las autoridades españolas.
Como es lógico, Menéndez y Pelayo le dedica unas páginas nada laudatorias en su “Historia de los heterodoxos españoles”. Le describe como “un personaje estrafalario y de pocas letras, tan sencillo, crédulo y candoroso como los que salen con la escala a recibir a los Santos Reyes”. Se refiere con esta última frase a la costumbre que había en Madrid de salir a la calle con escaleras la noche del 5 de enero, que la gente de mal vivir aprovechaba para “tangar” unas monedas a los más crédulos, con la excusa de subir a las murallas para tratar de divisar a los Reyes Magos.
No es extraño que don Marcelino trate de desprestigiar a Borrow tachándole de crédulo e inculto, pues la obra del inglés presenta una España muy distinta y probablemente mucho más real que la suya, y el libro del inglés tuvo más de veinte ediciones en diez años, algo a lo que nunca podrá aspirar “La historia de los heterodoxos”. Lo cierto es que George Borrow, si bien era hijo de un oficial de reclutamiento y, por tanto, no pertenecía a la aristocracia ni a la alta burguesía, no se puede decir que fuera hombre de pocas letras, pues hablaba una treintena de idiomas, desde el romaní que aprendió en Inglaterra, hasta el manchú, pasando por el galés, español, griego, latín, ruso y árabe. También había estudiado derecho en Edimburgo y filología en Londres (aunque no culminó ninguna de las dos carreras), y había ejercido el periodismo siendo corresponsal del Morning Herald. Tenía, además, buenos contactos diplomáticos que le permitieron concertar entrevistas en España con Mendizábal, Istúriz, Alcalá Galiano, el duque de Rivas, e incluso el Arzobispo de Toledo, la mayoría para tratar de lograr permisos para editar su Biblia, distribuirla y abrir una librería en Madrid en la calle del Príncipe, rotulada como “despacho de la Sociedad Bíblica y Extranjera”.
Con esa misión de distribuir su Biblia, Borrow viajó durante 4 años,desde enero de 1836 a finales de 1839, por la mayor parte de España: Badajoz, Mérida, Trujillo, Talavera, Toledo, Aranjuez, Madrid, Ávila, Salamanca, León, buena parte de Galicia, Asturias, Cantabria, Burgos, Valladolid, Valdepeñas, Córdoba, Granada, Sevilla, Cádiz… saliendo finalmente por Gibraltar hacia Tánger.
Por los caminos, Borrow mantuvo conversaciones con toda clase de personajes insólitos: un fraile que confundía la Biblia protestante con una obra de su temido Virgilio, su criado griego Antonio Bocchino, posaderos que le cobraban un plus para “purificar” su posada tras su marcha al considerarlo hereje, maragatos, aldeanos que en Finisterre le detienen confundiéndole con Don Carlos, gitanos cuya cultura Borrow apreciaba por su experiencia en Inglaterra, y otros extranjeros residentes en España, como el mercenario suizo Benedicto Mol, con el que Borrow coincidió en varias ocasiones, cuyo padre era el verdugo de Lucerna, del que se decía que “cuando murió, embargaron su cadáver para pagar sus deudas”.
Estamos ante un hombre al que las clases populares identificaron como uno de los suyos, pues se ganó entre los manolos de Madrid el apodo de “don Jorgito el inglés”, como se había ganado durante su adolescencia el de “Lavengro” (el romaní sabio) al compartir viaje con una familia de gitanos ambulantes por las zonas rurales inglesas. Además, era difícil no fijarse en él, pues medía 6 pies y 3 pulgadas -un metro noventa-, y presentaba la figura contradictoria de un joven con el pelo completamente blanco.
La España por la que anduvo Borrow
Cuando “don Jorgito” llegó a España, nuestro país estaba sumido en una gran tensión. La primera guerra carlista dividió aún más un país que ya había sido fragmentado por la pugna entre liberales y conservadores… y sus respectivas corrientes internas.
En ese contexto, hacer propaganda del protestantismo a través de la Biblia se demostró posible, pero también arriesgado, como lo demuestra su detención y prisión durante tres semanas en la Cárcel de Corte de Madrid, su segundo arresto en Sevilla (por desacato e introducción clandestina de impresos), aunque éste último duró solamente 90 horas, y la requisa de sus Biblias que -paradójicamente- habían sido previamente impresas y distribuidas en territorio español con sus permisos legales para ello.
Así describe su experiencia con la censura el propio Borrow: “Una mañana, dos individuos con trajes negros y caras de piedra llegaron a mi tienda. Preguntaron con frialdad si era yo el responsable de aquellos libros en el escaparate. Les respondí que sí, y que podía venderles uno si lo deseaban. Respondieron: ‘Usted no venderá más libros hoy. Tiene orden de cesar esta actividad.’”
Por lo visto, el Arzobispo de Toledo había intervenido directamente, al considerar sus Biblias “eran herejía encuadernada”. La policía vino no por orden judicial, sino por sugerencia de la mitra. Pero como el inglés tenía la autorización oral no revocada para imprimir de Francisco Javier Isturiz, que había sustituido a Mendizábal al frente del gobierno liberal, acudió a las autoridades civiles, apelando a la constitución y a la libertad de prensa, y así narra su experiencia: “Fui recibido por un ministro que, al ver que era extranjero, adoptó un tono de cortesía protocolaria. Me dijo: ‘Compréndalo usted, Don Jorge, hay ciertas cosas que no se pueden tolerar, aunque estén permitidas”.
El resultado, ya lo pueden imaginar, fue el cierre de su librería y la suspensión de distribución de las Biblias en español, pues -como escribió otro viajero inglés de la época, Richard Ford: “La justicia española duerme la siesta”.
Y ya que hablamos de la España por la que anduvo el inglés, sobre su capital tenía Borrow esta impresión: “Madrid posee una energía peculiar. Sus calles están llenas de vida, desde el bullicio de los mercados hasta las conversaciones en las plazas. La ciudad es un mosaico de contrastes: elegancia y pobreza conviven en un mismo barrio, la tradición y la modernidad luchan por espacio (…) Madrid es una ciudad extraña: una capital sin comercio, sin industria, sin río navegable, sin puerto de mar, sin ninguna de las condiciones naturales que suelen explicar la existencia de una gran urbe. Y, sin embargo, es el corazón de España.”
Cierro este artículo con lo más interesante, la opinión que tenía “don Jorgito” de los españoles, no muy alejada de la que podría tener hoy si viajara en estos tiempos del siglo XXI. Decía el inglés que “el español es altivo y desconfiado. No te entrega su amistad, pero si lo hace, será hasta la muerte”, pero también que “El poder en España está en manos de quienes usan la astucia antes que la justicia, y la palabra antes que la acción”… “La corrupción es un huésped antiguo en los pasillos del poder, tan común que nadie se sorprende ya de verla.”
Nos quedamos con esta última reflexión de don Jorgito el inglés: “He visto mucha oscuridad, pero el alba siempre llega, aunque tarde. La historia no perdona a los que se quedan quietos.”