Madrileños por Madrid

¿Cómo celebraban la Navidad los madrileños hace dos siglos?

Si nos paramos a leer periódicos y testimonios de hace doscientos años, puede asombrarnos lo poco que hemos cambiado en nuestra forma de celebrar la Navidad: encuentros con amigos y familiares en torno a una buena mesa, belenes, villancicos, árboles decorados (en la Noche Buena de 1870 el duque de Sexto, creador de las casas de socorro, instaló el primer árbol de Noel en Madrid, en donde hoy se sitúa el Banco de España), lotería, regalos y aguinaldos. Sólo faltaba Papá Noel, el gran invento de Coca Cola, que tuvo la gran visión comercial de vestir de rojo al tradicional San Nicolás y, cómo no, las luces led que por aquellos días eran candiles.

Las Fiestas de Navidad se celebraban entonces en España de forma más ruidosa que brillante, con peligrosas zambombas, tambores y panderetas en manos de los niños. Éstos tenían también su noche de Reyes, ya que en Madrid se celebraba desde principios del siglo XIX, durante la noche del 5 de enero, la “fiesta de la escalera”, también llamada “A esperar a los Reyes”, festividad más próxima al carnaval que a la actual cabalgata, en la que los pilluelos madrileños, pero también adultos (aguadores, serenos, porteros, mozos de cuerda, carboneros y amas de cría), pedían monedas a los recién llegados a la capital a cambio de llevarles a las murallas para esperar a los Reyes Magos. Esta costumbre ha traspasado los umbrales del tiempo, y ahora son los niños los que se suben a las escaleras transportadas por sus padres para contemplar la cabalgata desde una altura estratégica.

El menú de Noche Buena se componía fundamentalmente de una sopa de almendras o un caldo reducido, un plato principal que podía ser besugo, salmón, gallina, capón o pavo trufado, y un postre de turrones de almendras y mazapán de Toledo. Por Madrid transitaban entonces bandadas de pavos de camino a la plaza de Santa Cruz, donde se ubicaba por aquellos años el principal mercadillo navideño, aunque también hacia la plaza Mayor o el mercado de Los Mostenses.

En la Navidad de 1885, La Ilustración ibérica publicaba la transcripción del periodista Fernanflor de un diálogo escuchado en el barrio de las letras de Madrid: “Se acerca la Noche Buena. Los pavos cruzan ya sombríamente las calles. Delante de casa de Lhardy se paró, ayer, una bandada de ellos... Un dependiente salió y preguntó al pavero:  ¿Qué quieren esos pavos? Y contestó el pavero: ¡Están encantados de ver esas trufas!”.

Si bien el pavo no ha desaparecido del todo de las mesas madrileñas, se ha sustituido con éxito por otros volátiles, y se han introducido mariscos y pescados que no desmerecen en precio a los antiguos manjares. De hecho, los madrileños de 1880 no desdeñaban media docena de ostras, como pone de manifiesto el ejemplar de 25 de diciembre de ese año de La Filoxera, en el que se sentencia que “De tan buena gana prescindiríamos de los banquetes , como quisiéramos evitar las bruscas acometidas de los aguinaldistas, pero uno y otro es imposible.

Vendedora de pavos en la Plaza de Santa Cruz. Madrid. Diciembre de 1925. Fotografía de Alfonso Sánchez Portela. Fuente: Museo Reina Sofía.

En la plaza de Santa Cruz se ubicaban además puestos de venta de figuritas de barro para montar el Belén, una costumbre antigua entre los madrileños, pues ya en 1471 había un taller especializado en la localidad de Alcorcón, aunque fue Carlos III, en el siglo XVIII, quien los puso de moda en las Casas Principales al traerse de Nápoles el Belén del Príncipe. Un gran ejemplo es el belén napolitano -en madera- de los Duques de Medinaceli, fechado en 1785, que se expuso a los madrileños por primera vez en 1860 en lo que era su Palacio familiar y hoy es el Hotel Palace.

Para tomar las uvas en la Puerta del Sol hubo que esperar a una cosecha excedente de los viticultores en 1909, aunque en 1882 el alcalde José Abascal prohibió salir a la calle con escaleras, bajo multa de cinco pesetas, a lo que el pueblo de Madrid contrarrestó tomando las uvas en la calle al ritmo de las campanadas del Ministerio de la Gobernación en fin de año ¡Ya sabemos en qué quedó esta iniciativa popular!

Otra tradición que no se ha perdido es el sorteo extraordinario de la lotería. En 1829, el norteamericano Mackenzie,  residente en la Capital, nos cuenta la pasión de los madrileños por la lotería, que también por aquel entonces tenía un sorteo en diciembre:

Aquí (en Madrid), como en toda la Península, el juego es una pasión endémica, que se extiende a todas las edades, sexos y condiciones (…) Sin embargo, la forma más usual de jugar es la lotería, que aquí, como en muchos otros países europeos, es un monopolio del Estado. La principal lotería, llamada Lotería Moderna, se divide en veinticinco mil billetes, que se venden a dos dólares (al cambio de la época 40 reales), y se sortea a final de cada mes, hecho del que uno nunca deja de enterarse por mediación de los mendigos ciegos, que se reúnen en torno a las puertas de los despachos de lotería y en las principales esquinas, y alborotan con su griterío la ciudad entera”.

Lotería Moderna. 1830. Fuente: Biblioteca de la Universidad Complutense

Años antes, la Guía de Forasteros de la Corte de 1815, confirma los datos de este viajero norteamericano sobre la lotería Moderna, añadiendo que “de cuya suma total, extraído el cuarto en beneficio de la Corona, se dispone para premiar 837 números que salen en cada sorteo”. De esta lotería era posible comprar medios y cuartos de billetes, que se adquirían en la calle Hortaleza número 25.

Pero había también en Madrid otra lotería -ésta privada- que, en visión del joven viajero americano, podía considerarse: “una miniatura de la Lotería Moderna, ya que los billetes, en lugar de venderse a dos dólares, cuestan otros tantos cuartos. Es la Lotería del Cerdo. Se sortea en una esquina de la Puerta del Sol, frente a la Iglesia del Buen Suceso. Allí, contra la pared de la tienda de la esquina, tiene instalado su tenderete un memorialista (notario), que se encarga de vender los billetes”. El premio, por si no había quedado claro al lector, era naturalmente un hermoso cerdo que se podía contemplar en la misma Puerta del Sol los días previos al sorteo.

Todavía hubo un tercer tipo de sorteo no lucrativo, que describe el farmacéutico francés Sebastian Blaze, integrado en la Corte de José I:

 “Se hace en Castilla una pequeña lotería para diversión privada de los jóvenes. Se meten en un saquito boletos doblados con sus nombres. Un saco para las mujeres y otro para los hombres, en igual número. Se les empareja al sacar los boletos alternativamente. Los hombres hacen un pequeño obsequio de dulces o flores a la dama que les toca en suertes. Se denomina “sacar los estrechos” a esta pequeña lotería celebrada en Fiesta de Reyes. Durante todo el año se hacen favores de todo tipo y se mantiene una relación estrecha.”

Cierro este artículo reproduciendo un suelto de La Filoxera sobre las fiestas navideñas de hace poco menos de doscientos años que suena parecido a lo que hoy podría publicar un periódico satírico:

La noche buena, dígase lo que se quiera en contrario y respetando tan solo la opinión de Cánovas, cuyos hábitos a la soledad y al silencio merecen disculpa, no es otra cosa que el delirio llevado a su último grado, la locura en su mayor acceso, el vértigo en toda su longitud,, latitud y profundidad (…) El individuo más reservado, en esta noche, se hace espontáneo, la persona más tacaña espléndida, el hombre más insociable decidor y bromista, y, hasta la suegra, ese espíritu de contradicción del hogar doméstico, se hace tolerante y casi casi nos parece simpática, que es la mayor de las aberraciones. Pero al fin la noche pasa, el estruendo cesa, la bulla se calma, la excitación se desvanece y al despertar encontramos la triste realidad de la vida y la sombra de una situación que no se va nunca, que no se marcha jamás, que no se la echa sin saber por qué. Que a ustedes les haga buen provecho el pavo, felices pascuas y engordar. “

“Las Pascuas de la política”.  Caricaturas publicadas en La Filoxera. 25 de diciembre 1880