Antonio Espina García. Escritor novecentista madrileño
Nació en la calle Lope de Vega de Madrid el 29 de octubre de 1891 en el seno de una familia acomodada y murió en Madrid en el invierno de 1972. Abandonó los estudios de medicina en cuarto curso para dedicarse a la literatura. Fue poeta, periodista, crítico, ensayista, narrador y un destacado discípulo de Ortega y Gasset, que pudiendo haber formado parte de la nómina de autores de la Generación del 27 rechazó la adscripción, o quizá fue excluido de manera caprichosa, cuando se le pretendió ningunear como poeta. Solía ser crítico con algunos de los círculos literarios de su entorno y ese posicionamiento pudo haber contribuido a que sea uno de los literatos más olvidados de su tiempo. Incluso a pesar de haber sido uno de los más sugerentes escritores del renacimiento cultural madrileño, en la época que se ha venido a llamar “Edad de plata de la literatura española”. Como escritor estuvo muy comprometido con las vanguardias experimentales en plena época del ultraísmo literario y del surrealismo. En sus novelas “Pájaro pinto” de 1926 y “Luna de copas” de 1929 rompió con los modos narrativos tradicionales y llegó a denunciar la deshumanización de la sociedad madrileña y las condiciones humanas tan duras y tan irracionales. Pero después fue ninguneado y excluido por muchos de los autores que se relacionaron con él, ya que en ocasiones llegaba a ser incómodo. Para Juan Ramón Jiménez tampoco debió ser santo de devoción, pues dijo que Antonio Espina era genial, pero desaprensivo, agudo, misterioso, irónico, aislado y satírico; incluso llegó a referirse a él como El príncipe poético de las tinieblas. Sin embargo Bergamín aseguró que Espina poseía el arte singular de ser genial y además tener talento. Otros autores consideraron que era audaz, comprometido, imprevisible y tan sorprendente que algunos de sus correligionarios políticos ni siquiera lo recuerdan. Sobrino de la escritora Concha Espina y gran viajero. En sus años jóvenes recorrió algunos países europeos y el norte de África. Los primeros años de su vida transcurrieron en Madrid, donde colaboró con periódicos y revistas como el semanario España (fundado por Ortega y Gasset), El Sol, el Heraldo de Madrid, La Pluma, Verso y Prosa, Crisol, la Revista de Occidente, Diablo Mundo (semanario satírico) y la Gaceta Literaria. También dirigió, entre los años 1930 y 1931, con Adolfo Salazar (Escritor, periodista y musicólogo nacido en Madrid en 1890), José Díaz Fernández (autor en 1930 del interesante ensayo “El nuevo romanticismo” subtitulado “Polémica de arte, política y literatura”con el que defendió la necesidad de la rehumanización de la literatura y el arte), y unos meses después con Joaquín Arderíus, la revista política de izquierdas Nueva España, en la que escribieron Azorín, María Zambrano, José Bergamín, Juan Gil-Albert y César Vallejo entre otros. Frecuentó la tertulia de Ramón Gómez de la Serna en el Café Pombo y también la del Café Regina con Valle-Inclán, Unamuno y Azaña.
Antonio Espina fue uno de los autores más censurados por la dictadura de Primo de Rivera, y a partir de la Guerra Civil siguió viviendo en Madrid hasta que en 1946 consigue salir clandestinamente de España, primero se fue a Francia y después a México. A finales de 1953 regresó a Madrid. Trabajó en la editorial Aguilar y, poco a poco, volvió a incorporarse en la vida cultural de la villa. En esta etapa de su vida consiguió ser - gracias a su amigo Luis Calvo - columnista de ABC y también colaboró con la Revista de Occidente en su segunda época, entonces solía firmar con el seudónimo Simón de Atocha. Tras su regreso asistió a algunas de las tertulias del Café Lion (cerca de la Puerta de Alcalá) con Bergamín, Francisco de Ayala y otros contertulios.
A partir de 1925 había dejado de escribir poesía para dedicarse, sobre todo, a escribir en la prensa, algunos libros en prosa y aforismos. Uno de ellos dice: El sonido de la palabra para el ojo se oye con el oído del ojo, o sea que: se oye racionalmente con musiquismo de fotogenia y por los ecos de la geometría.
En el año 1930 fue invitado, junto a otros intelectuales que también escribían en La Gaceta Literaria dirigida por Giménez Caballero a una cena, celebrada en la cripta del Café Pombo, que estaba presidida, entre otros, por un dramaturgo italiano. Y a la hora de los brindis Antonio Espina se levantó para hablar, pero antes sacó una pistola de madera que puso encima de la mesa, y comenzó a decir incongruencias sobre el suicidio de Larra. También dijo que no le agradaba la presencia de un representante del fascismo italiano. Algunos de los asistentes protestaron violentamente y uno de los que más gritaba sacó una pistola de las de verdad. Como consecuencia de aquello dejó de escribir en La Gaceta Literaria.
Había sido una persona controvertida y a la vez un autor con mucho talento creativo, pero su obra quedó truncada tras la Guerra Civil. Cuando estalló el conflicto era gobernador civil de Baleares. Fue encarcelado e intentó suicidarse cortándose las venas y, como consecuencia, fue enviado a un manicomio, donde estuvo ingresado hasta el año 39.
Otro de sus aforismos dice: “Aquí yace boca arriba uno que cayó de bruces muchas veces en la vida”
Antonio Espina fue autor de dos interesantes libros de poesía: Umbrales de 1918 y Signario de 1923. También fue autor de la biografía titulada Luis Candelas, el bandido de Madrid. En esta obra retrata a uno de los bandidos románticos madrileños que fue célebre por su fama de galán que seducía a las damas y por sus múltiples fugas de las prisiones madrileñas. También dejó escrito un interesante libro póstumo titulado Las tertulias de Madrid.
La prensa de Madrid lo silenció el día de su muerte. Solamente lo recordaron Francisco de Ayala, José Luis Cano (fue uno de los grandes conocedores de la Generación del 27 y director de la colección Adonais) y Alberti, que desde Roma le dedicó un breve poema que había escrito en 1927: Di muerto / ¿por qué estás muerto / si yo lo estoy más / y vivo? / Si más que cuestión de ausencia / la muerte es cuestión de frío. / A tu corazón ceniza / opongo de hielo, el mío.