Alberto Ruiz Gallardón y su río
Me he repetido muchas veces que no es ya que ningún político, conocido por mí, hubiese podido llevar a cabo el soterramiento de la M 30 ¡Es que ni siquiera se le habría ocurrido!
Cuando Alberto Ruiz Gallardón ganó sus primeras elecciones a la alcaldía de Madrid, en el año 2003, por mayoría absoluta, provenía de la Comunidad de Madrid, de la que había sido presidente entre 1995 y 1999. Es de suponer (porque estas ideas geniales no nacen de un día para otro) que ya como presidente recorrería su mente la posibilidad de soterrar la M 30, pero su empeño más destacado de aquella etapa presidencial fue la ampliación de la red de cercanías de RENFE. Un empeño formidable que modificó el mapa ferroviario de la Comunidad, y en el que no es posible olvidar la figura de Joaquín Leguina, su predecesor en el cargo, a quien se deben los primeros planeamientos ferroviarios.
La M 30 había sido construida por Franco y su inauguración se produjo en 1974, el año antes de la muerte del dictador. Pero aunque conceptualmente su misión era romper los embudos de Madrid y evitar el caos circulatorio que generaba tener que cruzar la ciudad constantemente (es decir, la misma misión que en la actualidad) su realización sobre el terreno produjo muchos efectos secundarios, indeseados y lacerantes.
Los miles de coches que la atravesaban a diario eran todos de combustión contaminante, sobre todo diésel. En pocos años, una pátina negruzca y sucia fue cubriendo las casas que la circundaban; el aire en su entorno era espeso, como una niebla permanente. Si el cambio climático se produjo en algún momento, fue en esos años, justamente cuando nadie hablaba de él. Los precios de aquellas desdichadas viviendas estaban por los suelos; nadie quería comprar un piso que diese a la M 30: ruido, suciedad, contaminación, las 24 horas, siempre, siempre…
No he encontrado fotos de aquellos atascos, pero valga esta, más actual, para recoger lo que era la M 30, a la que el lector añadirá el todo diésel, mucha suciedad, y una espesa nube de contaminación cubriéndolo todo.
La M 30 fue la primera autopista española de competencia municipal. Así que cuando Gallardón fue elegido alcalde de Madrid acometió la empresa más titánica que podía imaginarse, que modificó para siempre el mapa de la ciudad. No eliminar la M 30, como sugerían los “ecologistas a la violeta”, por sus daños medioambientales demoledores, sino enterrarla, dejando la superficie para un parque de nueva creación. Hay que decir que excepto Ruiz Gallardón, su científico de referencia, el ingeniero de caminos Manuel Melis, y quizás sus dos fieles segundos, Manuel Cobo y Pío García Escudero, nadie creyó nunca en aquel proyecto.
Y menos aún, que semejante obra pudiese llevarse a cabo en los tres años que prometió el alcalde. Si costó poco o mucho dinero (tuvo que costar muchísimo, no hay más que verlo) es hoy día irrelevante. Se ha pagado o se terminará de pagar algo que para Madrid es inapreciable, porque su valor no se puede calcular.
La obra de ingeniería fue brutal. Desde la casa de Campo, al oeste de Madrid, se puede acceder al “pirulí” de O`Donnell, totalmente al este, sin salir a superficie, en un túnel de más de seis kilómetros. Pero en ida y vuelta, con ramificaciones, accesos y salidas intermedias hacia muchos enclaves de la ciudad. Y hay que pensar que no es un túnel cualquiera sino un túnel, en muchos de sus tramos, bajo un río.
No es mi propósito hablar de las obras pero si atestiguar la desaparición de la contaminación. Los túneles disponen de unos sistemas tan perfectos de aireación que se ve con nitidez dentro de ellos a 300 metros y podría circularse con las ventanillas bajadas…mucho más saludablemente que por la anterior M 30 con ellas cerradas. La velocidad está limitada a 70 km hora. Y a fe que se respeta porque la multa te cae como te pases (a mí, por ir a 74 km hora) El graciosillo que se diga “¡qué lentos van estos, van a ver!” irá contando billetes para pagar en su siguiente recorrido.
Pero con ser impresionante la obra de ingeniería, que representa lo más utilitario, lo verdaderamente hermoso y atractivo es la superficie. En los miles y miles de metros cuadrados por los que circulaba la M 30 se ha plantado un jardín maravilloso, cuyos árboles, setos, arbustos y adornos crecen de año en año, mejorando su atractivo de forma constante, como corresponde al devenir de la naturaleza. Yo recuerdo mis primeros paseos por la zona de Príncipe Pío, entre pinos recién plantados, tiernos, con sus anclajes protectores todavía necesarios. Hoy son unos preciosos árboles medios, autosuficientes, creadores de sombra y de salud.
Gallardón decidió rellenar de agua el río Manzanares. No existía la moda de la naturalización, que es (dicho sin mala intención) la que ha llenado de cañas y ramas el barranco del Poyo, por ejemplo. No, el río tenía sus patos y sus peces, pero unas compuertas garantizaban su llenado artificial. Ahora el Manzanares ha recobrado su aspecto humilde, porque se ha impuesto la moda de que vaya como quiera, sin artificios. Bueno, en Madrid parece que no habrá inundaciones.
Toda la zona sur de la capital quedó transformada. Desapareció la contaminación. Las casas que daban a la M 30 pasaron de míseros figones a pisos valoradísimos, con vistas envidiables. Un potente polo de atracción se trasladó al sur de la villa y permitió todo un desarrollo posterior, con la rehabilitación de los antiguos mataderos como sedes permanentes de actividades culturales de todo tipo. Obviamente, durante las obras los vecinos se quejaron porque aquello se tornó en aquelarre…
... pero tan pronto terminaron los trabajos se apreció de inmediato la calidad del empeño. Como siempre hay psicópatas al descuido, algunas organizaciones ecologistas y partidos de izquierda denunciaron al Ayuntamiento por no cumplir la “ordenanza 12.734”, por desatender el consejo europeo “FJO 6.531”, por no respetar debidamente al pato y otras mamarrachadas por el estilo. Pero ahí tienen la respuesta: una belleza impresionante, que ni supieron prever, ni saben valorar, ni podrán eliminar.
Mi motivo, al escribir este artículo, es reivindicar la figura de Alberto Ruiz Gallardón como el mayor transformador de Madrid en muchas décadas. Y pedir para él que se cambie alguno de los nombres que se han puesto a su obra, con manifiesta injusticia y olvido de su creador. Podría dar nombre a los túneles, a los jardines, a la canalización del río o a todo ello, porque todo lo hizo él. Si bien, lo de “Calle 30” para los túneles…bueno, es una vía de tráfico. Sobre el río, ya Tierno devolvió los peces (en tiempos de Franco era un pozo ciego maloliente) y mal que bien estaba regulado. Pero los jardines…esos tienen que llevar el nombre del “alcalde Ruiz Gallardón”. Al parecer, el nombre oficial es “Madrid Río” pero eso no es justo. El Ayuntamiento debe escoger la palabra adecuada: “Paseo” “Jardines” “Ribera” “Deambulatorio” o cualesquiera otra que defina, porque esa magnitud de espacios no es fácilmente abarcable. Y precederla al “alcalde Ruiz Gallardón”. “Jardines del alcalde Ruiz Gallardón” quedaría bien. “Deambulatorio del alcalde Ruiz Gallardón” más arcaico, a tono con el conservadurismo del personaje.
Ruego a El Diario de Madrid que, dada su influencia, haga llegar este artículo al Ayuntamiento y al propio don Alberto, que debe vivir una jubilación tranquila. Por supuesto que la oposición se opondrá; pero se opondrá “como no puede ser de otra manera”, es decir, oponerse por oponerse. No debe el PP negar este reconocimiento a uno de sus hijos más preclaros.
Los jardines, el entorno, las frondas y puentes creados por él no se sentirán plenamente felices hasta ver el nombre de su creador allí, donde los madrileños puedan recordarlo.