Más allá del talento
Cuenta Laurence Sterne en su famosa novela Tristram Shandy, hablando de la gente de un determinado país, que la naturaleza no había sido ni pródiga ni tacaña a la hora de repartir entre sus habitantes los dones de la genialidad y la inteligencia, sino que había hecho una distribución equitativa en estos aspectos y que casi todos ellos estaban en unos niveles muy parecidos, disfrutando la mayor parte de sus ciudadanos de cualquier clase y condición de una gran dosis de sentido común. Esta afirmación sobre una cuestión primordial del ser humano, hecha en un tono novelístico por el escritor, me ha invitado a reflexionar sobre el talento y la dosis que la madre naturaleza en su reparto indiscriminado concede a cada uno.
Con frecuencia se entiende por muchos que el talento es igual a inteligencia y esto no es así. Indudablemente que hay una gran interrelación entre ambos conceptos, porque la inteligencia es el grado de capacidad que permite aprender, razonar y también resolver problemas en general, en tanto que el talento es cómo las personas utilizan esta competencia en un ámbito concreto, poniendo también una importante cuota de creatividad y de esfuerzo para dar soluciones que destaquen sobre los demás. Por lo tanto, aunque muy vinculados los dos conceptos uno no es igual al otro.
Otra de las cuestiones importantes y muy discutidas cuando se plantean estos temas, es la relación que hay entre el talento y el esfuerzo que un ser humano pone en conseguir logros en su vida. Mucho talento y poco esfuerzo no le lleva a parte alguna, mucho talento y mucho esfuerzo le pone en el camino de la excelencia, y con mucho esfuerzo y poco talento tendrá mayores dificultades para conseguir sus propósitos, si bien, con tenacidad y empeño puede alcanzar el éxito y superar muchos límites.
Este es el tema principal que quiero abordar en este artículo, porque el esfuerzo está en nuestras manos, es algo que depende de la voluntad de cada cual, es una decisión propia del individuo trabajar y esforzarse en algo o no hacerlo. Sin embargo, el talento así como la inteligencia no depende de nosotros, sino que son dones que nos concede la madre naturaleza en la proporción que el azar aleatoriamente nos destina.
Sobre el esfuerzo en general hay mucho que hablar, no obstante, comentaré mi opinión en lo que afecta al aprendizaje académico. Hoy en día, esforzarse en el estudio no se premia y el reconocimiento a los mejores alumnos resulta incómodo en las aulas. Tanto los que hacen un esfuerzo mayor en aprender como aquellos que sobresalen por su inteligencia o talento, permanecen semiocultos porque se teme que al destacarlos se pueda agraviar a quienes se quedan atrás en su formación, olvidando la injusticia que supone para los mejores no estimularles por su trabajo bien hecho. Tal hecho es muy desmotivador para aquellos que consiguen resultados. Por otra parte, se impide a quienes tienen menos recursos intelectuales o no tienen interés en aprender, la oportunidad de conocer unos modelos de éxito en los que mirarse al espejo para intentar mejorar. La igualdad mal entendida hace que el esfuerzo destacable, que debería ser reconocido como un valor en alza, quede minusvalorado en el grupo, por lo que el mensaje que se ofrece a los demás es que da igual esforzarse o no dado que los resultados son los mismos. En muchas más ocasiones de lo que parece el mérito no está en la inteligencia o el talento, sino en la constancia y el esfuerzo que un ser humano pone en conseguir sus objetivos, y esto debería ser siempre un modelo de referencia y destacarlo.
La corriente en boga en la escuela contemporánea de muchos países occidentales está en confundir (o quizás no sea esta la palabra) el término igualdad con el de uniformidad. Se considera que las personas tienen los mismos niveles de talento, inteligencia y creatividad, cuando todos sabemos que esto no es así. La naturaleza nos ha hecho distintos y con distintos dones naturales, y por ende cada persona tiene una composición única de capacidades que la hacen diferente a los demás. Sin embargo, muchos docentes y quienes gestionan, dirigen y decretan leyes y normas para la educación, lo hacen con la generalidad de considerar que todos tienen los mismos atributos, obviando que la diversidad es una de las cuestiones que claramente diferencia a los seres humanos.
Creo que, independientemente de las capacidades con las que cada cual esté dotado, el esfuerzo y la constancia son las dos actitudes que marcan la diferencia. Todos conocemos aquella fábula de Esopo sobre la liebre y la tortuga en la que una liebre fanfarrona, creyéndose ganadora en una carrera contra una tortuga, se paró a descansar bajo un árbol y se quedó dormida. La tortuga que no paró ni un momento la adelantó y con su paso constante llegó a la meta. Cuando la liebre despertó y alcanzó el punto de encuentro allí estaba la tortuga esperándola. Había perdido pese a sus buenas dotes de velocidad.
Lo anterior es una fábula, pero existen muchos ejemplos en los que el éxito se obtuvo gracias a la constancia y el esfuerzo. Todos conocemos a Michael Jordan, uno de los grandes del baloncesto, se dice que entrenaba de madrugada, repetía sus lanzamientos cientos de veces y controlaba constantemente su resistencia mientras otros descansaban. Con el paso del tiempo entró en el equipo de su universidad y llegó hasta la NBA, en donde consiguió su fama mundial. Michael Jordan reconoció que, después de haber fallado y fracasado muchas veces, su tesón le trajo el éxito. Otro de los ejemplos de constancia y esfuerzo fue el de Thomas Alva Edison, al que todos recordamos por la invención de la bombilla eléctrica. Sin embargo, si no hubiera sido por su tenacidad en probar miles de filamentos distintos hasta encontrar el apropiado, a él no le hubiera correspondido la fama de ser el inventor. Seguramente lo habría conseguido otra persona.
La igualdad entre las personas, hombres y mujeres de cualquier clase y condición, ante las leyes, ante la sociedad y en general ante la vida como ser humano, no está puesta en duda alguna, lo que sí debe tenerse en cuenta es que esto no quiere decir que seamos iguales, ni que tengamos el mismo talento ni la misma inteligencia. Desde los genios a los menos dotados en la escala de estas capacidades, hay una graduación que marca diferencias porque no somos uniformes, la naturaleza reparte sus dones de un modo aleatorio y me atrevo a decir que desconocido. En una gran parte de los casos, el esfuerzo y empeño que dedicamos a cualquier objetivo, son los factores de mayor influencia que nos ayudan a conseguirlo.