Maruja Mallo y José Vázquez Cereijo: colaboración gráfica en homenaje a la Revista de Occidente
Avanzada la década de los sesenta, y tras el regreso de Maruja Mallo del exilio, Revista de Occidente solicitó nuevamente su colaboración. En las portadas de las ediciones de julio, agosto y septiembre de 1968 las viñetas creadas por la artista revelaban la presencia de una nueva poética. Más adelante, en abril, mayo, agosto y octubre de 1974, la revista volvió a incluir en sus portadas obras de Mallo, algo que repetiría en los números de abril y junio de 1980, noviembre de 1981, marzo de 1983 y octubre de 1985. Es, por tanto, un hecho que su relación con la histórica publicación es fluida y cercana. Por ello cuando conoce al pintor José Vázquez Cereijo (1940-2016) en Madrid en 1977, la proximidad con el núcleo directivo de la revista, junto con el deseo de actualizar su condición de integrante de la Generación del 27 serán factores relevantes a la hora de abordar el proyecto gráfico “Homenaje a la Revista de Occidente”.
Vázquez Cereijo sabía de la existencia de Maruja por las referencias que le había dado su padre, antiguo alumno de la Residencia de Estudiantes y el encuentro entre ellos se produce, según sus palabras, en la galería Ponce de Madrid. Enseguida congenian y comienzan una amistad enriquecedora y llena de afectos; se comunican, asisten al cine, frecuentan teatros y exposiciones; él la acompaña en algunas de sus gestiones cotidianas como las visitas al banco cada quince días; comparten largas charlas que ella monopoliza con su vivaz e ingeniosa forma de transmitir su azarosa vida, especialmente la transcurrida entre los años veinte y treinta, y con menos alusiones a la etapa americana.
Excelente grabador, Vázquez Cereijo le propone la idea de realizar un proyecto que evocase aquel espíritu de vanguardia y la labor pionera de Maruja como ilustradora. De inmediato comienzan con la preparación de unas planchas de acero con las que realizarían tres aguafuertes. Estampan las primeras pruebas pero no están satisfechos con los resultados: hechas en colores planos—negro, marrón y gris—, las composiciones resultantes no evocaban aquellas creaciones que Maruja había realizado entre los años 1933 y 1936 desarrolladas principalmente a partir de una serie de dibujos alusivos a los siguientes frutos: manzana, pera, sandía, trigo, almendra y naranja. Finalmente, él le sugiere que elabore unas maquetas con lápiz litográfico para retomar el proyecto. Tales motivos habían sido utilizados por la pintora en uno de los tres calendarios de su autoría publicados entre 1931 y 1936. El primero de ellos estaba dedicado a las frutas del mes; el segundo, a los juegos en cada estación del año; y el tercero, a las labores agrícolas correspondientes a cada una de ellas.
Después de cuatro décadas, el tema de las frutas, el trigo, y la almendra renacerá en las seis litografías que compondrán la Carpeta-Homenaje. Las nuevas imágenes son prácticamente idénticas a las portadas de aquellos años que recogían el mismo motivo y la pintora no tuvo inconveniente en repetirse; la reiteración pone de manifiesto el deseo de afirmar y mantener viva una iconografía a través del tiempo.
Las litografías se realizan en el Taller Prova de Madrid, a cargo del pintor Alejandro Gómez Marco, y estarán acompañadas de una selección de pequeños textos de escritores, poetas y viejos compañeros de generación y con la introducción de una gran imagen a modo de collage en la que se representan momentos álgidos de la vida y obra de la autora. El proceso de elaboración fue largo y se desarrolló entre los años 1978 y 1979. Vázquez Cereijo recordaba las jornadas de trabajo y chocolate, en su estudio y de las aportaciones de artistas y amigos de ambos que pasaron por su taller: José Bergamín, Gregorio Prieto, Soledad Ortega, Tierno Galván, Julián Gallego y Jaime Vigo.
La carpeta Homenaje a la Revista de Occidente se publicó en 1979 y supuso un proyecto hecho realidad de indudable interés para ambos y a través del cual Mallo pudo rememorar su gloriosa etapa previa al exilio. Pero también significó su ferviente intención de estar presente en el mundo del arte español de aquellos años, de mantenerse, como siempre, activa, jovial y luminosa, fiel a su espíritu inconformista y visionario.