Una espiga en el asfalto
El Teatro Fernán Gómez propone un viaje de la mano de la compañía La otra Arcadia a la poesía rural, luminosa y esencial de Gabriel y Galán. Hasta el 7 de diciembre en la sala Jardiel Poncela.
El salmantino José María Gabriel y Galán vivió en las últimas tres décadas del siglo XIX, antes de que la muerte lo sorprendiera con apenas 34 años. Abandonó su carrera docente y pasó al campo cacereño a administrar unas pocas tierras, amar a su mujer (su «vaquerilla») y cuidar de sus tres hijos. Desde esas tierras extremeñas, y confiriendo a la obra cierto aroma autobiográfico, brota su verso, sencillo pero hondo, musical y rudo, con mucho de espíritu romancero y de canto popular que lo convirtieron en uno de los poetas más leídos, siendo alabado por poetas como Dámaso Alonso o Gerardo Diego y prologado por autores de la talla de Zeda (Francisco F. Villegas), Joan Maragall o Emilia Pardo Bazán. Esta última llegó a afirmar que «la impresión que producen los versos de Gabriel y Galán es, en ocasiones, no diré estar viviendo, sino estar contemplando la naturaleza castellana». El dramaturgo Raúl Losánez ha conseguido encerrar en poco más de una hora la esencia poética de Gabriel y Galán en Aromas de soledad, un espectáculo dirigido por Ana Contreras que nos permite contemplar esa «naturaleza castellana» en su plenitud, amén de ampliar las fronteras de la palabra poética en la encarnación teatral, en donde el tablado se extiende como grises y azuladas lontananzas y la fantasía nos permite por un momento sentir desde la butaca el olor de los madroñales, los verdosos encinares y recorrer angostas trochas y veredas orilladas de lavanda. Y todo ello escuchando en la soledad acompañada del rito los versos de Gabriel y Galán, donde palidece el castellano frío de los despachos, germina la lengua popular y florece el habla extremeña.
Con unos sencillos mimbres escenográficos –que emulan un campo de trigo–, una luz cuidadísima y un espacio sonoro tremendamente evocador, los versos de Gabriel y Galán entreverados en la dramaturgia de Losánez –con bellísimos textos propios– son levantados con diestra mano por Contreras en una dirección que permite poner siempre la palabra en valor sobre todas las cosas y disfrutar de un momento de asueto alejados del mundanal ruïdo. Carmen del Valle y Jesús Noguero –solo por escuchar en su voz «El embargo» no debieran perderse el espectáculo– comparten el grueso de la función representando (entre otras cosas) la hermosa relación entre un padre y una hija en un entorno rural que, lejos de parecernos decadente, reivindica su presencia y nos invita a visitar. Completa el elenco y apuntala el espectáculo un talentosísimo y polifacético Nacho Vera que, a modo de cantata improvisada, a medio camino entre el ciego romancista medievalizante y el atemporal trovador, nos congrega en su plaza onírica a escuchar los versos, invitándonos a olvidarnos por un rato del trajín –físico y mental– que acecha en la modernópolis allende la puerta del teatro. La otra Arcadia ha sabido –con creces– introducir al espectador en esa Arcadia española que es Castilla, y lo ha hecho de la mano del lírico labrador de Frades, uno de los poetas sencillos que a mí más me conmueve.
Gabriel y Galán es un poeta olvidado en las urbes cosmopolitas, aunque sigan cantando sus coplas los gañanes de las aradas, quizá porque a partir de los años sesenta fue mal leído, su prestigio académico decayó considerablemente y se le consideró demasiado sentimental, conservador y costumbrista. Sin embargo, es un cantor del campo, del trino, la acequia y la esperanza del pobre, del pan y la sementera, de luces torvas de alquería, de fe en los dioses antiguos que visten de pana y sayal y duermen en chamizo, de olor a romero y espliego, con el paso tartamudo de la mula antigua, con la cadencia del molino. Y ahora que los viejos molinos se han vestido con los ropajes del gigante de la posmodernidad y han conseguido romper la lanza de don Quijote, me vienen a la mente las palabras Unamuno, gran padrino del poeta: «Es lo que pueden esos gigantes, rompernos las armas pero no el corazón. Mas sobran encinas y robles con que reponerlas». Saludamos con entusiasmo este estreno teatral que enarbola una nueva y robusta lanza contra los desaforados gigantes del materialismo.
Yo soy de todos, vecinos;
cuente conmigo cualquiera
cuando por buenos caminos
que yo le acompañe quiera.
Son para mí, sin resabios,
iguales grandes y chicos,
iguales rudos y sabios.
iguales pobres y ricos.
Y aunque a todos por igual
doy confianza y amor,
el más honrado y leal
siempre es mi amigo mejor.
Vivamos todos unidos
por lazos de afectos sanos.
¡Los pueblos están perdidos
si no son grupos de hermanos!
–J. M. Gabriel y Galán
Ficha artística:
Dramaturgia: Raúl Losánez (a partir de la obra poética de José Mª Gabriel y Galán)
Dirección escénica: Ana Contreras
Reparto: Jesús Noguero, Carmen del Valle y Nacho Vera
Escenografía: Iván López-Ortega
Iluminación: Clavija Estudio (Inés de la Iglesia y Carlos Carpintero)
Vestuario: Lara Contreras
Videoescena y ayudantía de dirección: Violeta Némec
Composición y dirección musical: Nacho Vera
Composición de canciones preexistentes: Raquel Riaño
Producción de canciones preexistentes: Óscar Claros
Producción ejecutiva y prensa: Manuel Benito
Diseño gráfico: Nuria Cuesta
Producción: La Otra Arcadia