Fronteras desdibujadas

España en las palabras y el legado histórico de República Dominicana

En el corazón de la Ciudad Colonial de Santo Domingo, el Panteón Nacional resguarda un silencio que aún resuena en español. En esta antigua iglesia jesuita del siglo XVIII —el Templo de San Ignacio de Loyola, perteneciente a la Compañía de Jesús—, convertida hoy en monumento nacional, reposan los restos de algunas de las voces más luminosas de nuestra lengua.

Cada nicho encierra no solo una vida, sino una historia compartida entre la República Dominicana, el Caribe y España, tejida por ideales, palabras y educación.

Entre los sepulcros destaca Eugenio María de Hostos (1839-1903), el Ciudadano de América, puertorriqueño de nacimiento y dominicano por elección. Su sueño de una confederación antillana y su defensa de una educación laica, científica y gratuita lo convirtieron en figura continental. Hostos mantuvo un fecundo diálogo con el pensamiento liberal español de su tiempo, especialmente con el krausismo, corriente que también inspiró a los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza en Madrid.

Muy cerca descansa Salomé Ureña de Henríquez (1850-1897), la gran poeta nacional dominicana. Su voz, de acento cívico y patriótico, puede leerse junto a las románticas y regeneracionistas españolas. Con la creación de su Instituto de Señoritas, abrió por primera vez las aulas superiores a las mujeres dominicanas, adelantándose a las reivindicaciones educativas que en España encabezaban figuras como Concepción Arenal.

De esa misma estirpe nace su hijo, Pedro Henríquez Ureña (1884-1946), uno de los grandes humanistas de la lengua española. Formado en México, Estados Unidos y Argentina, su obra Seis ensayos en busca de nuestra expresión dialoga de igual a igual con la crítica literaria europea de su tiempo. En Madrid, su magisterio dejó huella entre filólogos y escritores, defendiendo la idea de una cultura común hispánica que trasciende fronteras y siglos.

Completa esta ilustre familia Francisco Henríquez y Carvajal (1859-1935), médico, educador, escritor y presidente de la República Dominicana durante la compleja ocupación estadounidense de 1916. Su vida diplomática lo llevó también a España, donde abogó por la autonomía de su país y por una educación moderna y humanista.

Visitar el Panteón Nacional no es solo un paseo histórico: es entrar en una biblioteca de piedra, donde cada tumba es un libro abierto entre el Caribe y la península ibérica.

Allí, entre mármoles y ecos, se percibe que las fronteras no siempre dividen: se dibujan y desdibujan en la memoria, en los libros escolares, en los acentos que cruzan el Atlántico, en la herencia que pasa de maestros a discípulos, y en esa palabra compartida que, más allá de la muerte, sigue uniendo nuestras historias.