La voz literaria: esa huella invisible que nos delata
Toda obra literaria es, en esencia, un espejo fragmentado de quien la escribe. Está hecha de lo que somos, lo que hemos vivido, lo que nos enseñaron, lo que leímos y admiramos. Y aunque hay en ella un proceso inevitable de elaboración intelectual —muchas veces inconsciente—, también hay algo más: una voz. Propia. Irrepetible. Inconfundible.
Esa voz literaria no es solo estilo ni técnica, no es solo tono ni género. Es la manera única en que un autor se manifiesta en el lenguaje, una respiración íntima que atraviesa el texto. A veces, basta leer un párrafo —una línea incluso— para reconocer de quién se trata, sin necesidad de firma. Como cuando leemos a Cortázar y sentimos el vértigo, o a Marguerite Duras y se nos encharca el silencio. Esa es la voz: la marca de agua del alma.
En este sentido, quiero destacar el trabajo de un escritor que, desde este mismo diario, viene construyendo una obra coherente, profunda y deliciosamente suya. Me refiero al profesor Pedro Tena Tena, Doctor en Filología Hispánica y profesor del Instituto Cervantes de Lyon. Su columna habitual, Plano secuencia, es un espacio de revelación literaria que se ha vuelto imprescindible para mí —y me atrevo a decir, para muchos otros lectores.
Lo que distingue a Pedro Tena no es solo la fluidez de su pensamiento (qué como diferentes riachuelos va recorriendo el camino hasta llegar al río principal) ni la elegancia de su prosa, sino esa voz propia que lo atraviesa todo. Una voz que no adorna la narración con citas: la construye con ellas. Como un alquimista, entrelaza frases de libros, películas y pensamientos ajenos hasta lograr una arquitectura narrativa originalísima. Nunca había leído algo así: relatos que se erigen piedra sobre piedra a partir de las palabras de otros, pero que resultan profundamente personales.
“Todo libro es una cita; y toda casa es una cita extraída de todos los bosques, minas y canteras de piedra; y todo ser humano es una cita de todos sus antepasados”, escribió Ralph Waldo Emerson. Y leyendo a Pedro Tena, se comprende esa verdad con renovada claridad. Porque sus textos no solo rinden homenaje a la intertextualidad y a los que vinieron antes, sino que nos recuerdan que todos somos citas vivas de la historia.
Él mismo lo dice: después de que una idea madre germina en su interior, lo demás surge como un río que encuentra su cauce. Con una erudición sutil —nunca ostentosa—, nos guía por territorios del pensamiento, del cine, de la literatura, del arte y de la vida misma. Leerlo es como entrar en una conversación infinita con el mundo.
Los invito, con entusiasmo y gratitud, a sumergirse en sus columnas. A escucharlo. Porque en un tiempo donde tantas voces se mimetizan, la de Pedro Tena Tena suena clara, distinta, memorable.
Y como lectora feliz, no puedo sino decirle desde aquí, una vez más: Uffff, cada día me gusta más cómo escribes.