El Romanticismo sobrenatural
Las “Leyendas” de Gustavo Adolfo Bécquer –publicadas póstumamente en 1871– son pequeñas joyas góticas que mezclan amor, misterio y apariciones. Entre ellas, “La promesa” representa como pocas el lado oscuro de un movimiento, el Romanticismo, que hoy solemos asociar con flores y violines, cuando en realidad se alimentaba de ruinas, cementerios y culpas que persiguen más allá de la tumba.
Para ver con los ojos del Romanticismo basta mirar un lienzo de Caspar David Friedrich. En mis favoritos, “Abadía en el robledal” o “Cementerio del monasterio en la nieve”, la naturaleza está helada, los muros son ruinas y cada figura humana parece un ente incorpóreo que se pierde entre los árboles. Esa misma atmósfera espectral envuelve la historia de Margarita.
El conde de Gómara, disfrazado de simple escudero, enamora a la joven Margarita y le promete matrimonio antes de partir a la guerra. Ella lo espera, fiel a la palabra dada. Mientras se encuentra en campaña, el conde empieza a percibir la presencia de una mano fantasmagórica que lo socorre cada vez que se ve en peligro. Trastornado por esta visión etérea, un día se cruza con un romero que declama un romance cuya historia le resulta inquietantemente familiar. En él se narra cómo una dama muere esperando a su amado y, al ser enterrada, sus hermanos descubren que no pueden sepultar una de sus manos: la que porta el anillo que le había regalado su prometido.
Cuando el conde regresa años después y descubre que Margarita ha muerto durante su ausencia, jura ante su tumba que cumplirá su promesa. Esa misma noche, la novia espectral se levanta de la sepultura para acompañarlo hasta la iglesia y sellar ese macabro matrimonio.
Pero la leyenda es mucho más cruel si se atiende a sus silencios. En el romance intercalado, los hermanos de Margarita murmuran: «Nos has deshonrado… no te encontrará si torna». Y acto seguido la muchacha muere.
Béquer no lo escribe específicamente, pero todo apunta a un crimen de honra perpetrado por sus hermanos. Margarita sufre una triple condena por ser mujer en la literatura (y la sociedad) romántica. Primero, por amar a un hombre que le oculta su verdadera identidad; segundo, por esperar con paciencia casi mística; y, finalmente, por morir a manos de quienes debían protegerla. La reputación femenina era un cristal frágil: bastaba amar fuera del matrimonio para que se hiciera añicos.
Bécquer retrata así la cara sombría del Romanticismo: pasión, sí, pero atravesada por la culpa, la venganza familiar y el más allá como último escenario. Nada que ver con el concepto que hoy se etiqueta como “romántico”. La tumba de Margarita, la cual imagino semejante a las ruinas de Friedrich, recuerda que, para los autores románticos, el amor auténtico era tan intenso que rozaba la destrucción. Margarita no fue culpable de otra cosa que de amar y esperar. Por eso su sombra regresa: para recordarnos que hubo un tiempo en que el amor podía costarte la vida y, peor aún, tu honra.