Reimaginar el pasado para soñar el presente
Los escritores latinoamericanos, durante las últimas tres décadas especialmente, han encontrado en la historia una cantera para abrir un nuevo sendero en la creación narrativa. Ante esta perspectiva, aquellos hechos remotos que rebullen en la conciencia del creador como un tiempo que aguarda por ser indagado, se descifran e interpretan en la catarsis fabuladora que supone revestirlos de ficción. Este proceso, surcado de riesgos, deriva en gran literatura cuando la dimensión humana se sobrepone y el escritor trasciende el recuento notarial para diseccionar los dramas que la historia, por su ambición científica y exactitud instrumental, no logra aprehender.
No se trata de rivalizar con la ciencia ni objetar los métodos de un campo que en los últimos 50 años ha evolucionado extendiéndose a los predios de las emociones e incursionando en los terrenos profundos de la afectividad humana. La literatura al ser arte logra ahondar en lo profético y lo mítico, lo improbable y lo no cifrado. Lo que pudo ser, lo tentativo y lo imaginado. Aquella dimensión de ensoñación, de realidades difusas y sucesos adulterados por la evocación que la memoria no busca probar sino exaltar. No se trata de perfilar el heroísmo ni de proporcionar exactitud a lo brumoso. Es un plano de singular composición en el que el pasado adquiere vida y el olvido muestra su revés para permitir una nueva versión de lo acontecido.
En la imaginación del pasado, en la concepción de un ayer expuesto a una revaloración desde la esquina del arte y en la apertura de aquel tiempo en apariencia muerto, emerge la versión proteica de un relato. Como lo formuló Fernando Aínsa, del magma imaginativo resurge la utopía de una América construida sobre los pilares de la vida renovada y un arte sin fronteras. En la vastedad del tiempo inédito de la ficción la novela se convierte en el artefacto verbal más logrado para proponer una visión sin las opacidades de la política ni las estrecheces de la ideología. La historia se ilumina a través de sus orificios para sobreponerse a las culpabilidades y construir una obra de interpretación abierta y continua. De esta manera los próceres, categoría de impuesta prevalencia en la difusión y enseñanza de la historia, muestran sus flaquezas.
Esta apuesta implica comprender que la novela como género, en su desafuero formal y búsqueda incesante, deriva en una propuesta de notable repercusión ética. Dialogar con un pasado que esconde responsabilidades siempre lo será. Algunos lo creerán una profanación a lo que ya se ha elevado a un rango casi sagrado. Otros, como un desacomodo en el panteón de los personajes con una biografía merecida y forjada en las gestas de las naciones. Pero no es otra la misión del novelista: incomodar, con las armas de la ficción, para desatar una versión ajena a los maniqueísmos.
Alejo Carpentier, fiel a su devoción polemista y a su compromiso con los debates culturales de la época, manifestó la preocupación que le generaba el desconocimiento de algunos episodios del acervo continental: “Creo que ciertas realidades americanas, por no haber sido explotadas literariamente, por no haber sido nombradas, exigen un largo, vasto, paciente proceso de observación”. Esta afirmación, no es nada distinto que una demarcación del deber del escritor. Es un llamado a reafirmar la capacidad del arte y la literatura como fortalezas del ingenio humano para bautizar lo innombrado y dotar de trascendencia lo que los manuales condenarían a ser solo datos y cifras. Es una confirmación de la vigencia de la novela en una era en la que el tiempo parece encarecerse y el descontrol informativo imposibilita la introspección serena. Es un llamado a dialogar – con la altivez de la ficción – con esa historia apoltronada en el frío desván de la pompa y la solemnidad.
Balboa y Anayanci en el Mar del Sur (Sial Pigmalión), la novela que Fabio Martínez ha escrito y entrega a los lectores del ámbito hispanoamericano interpela la historia a partir del examen a la vida de un hombre al que el aura de leyenda lo ha encorsetado en una vestimenta mítica. Su trasiego comprende todo lo requerido para la consagración en el mármol de las plazas y los museos. De la aventura con 25 años como integrante de las huestes de Rodrigo Bastidas, a la exploración del Pacífico y la posterior fundación de la primera ciudad en tierra firme americana, Vasco Núñez de Balboa condensa en su existencia un capítulo de la conquista no exento de valoraciones contrapuestas. En un momento en el que tanto en España como en Latinoamérica el balance sobre sobre el mestizaje y la conquista suscita enardecidos debates, esta novela, sin ninguna pretensión moralizante, humaniza unos hechos y ahonda en aquellas circunstancias que hacen comprensibles el desenlace de ciertos procesos.
Santa María La Antigua del Darién, la ciudad hoy derruida y apenas entrevista entre las lianas voraces de la selva, fue durante centurias una obra admirada y la concreción avasallante de la fuerza depredadora de Balboa. Su gobernanza, en medio de intrigas y traiciones, supuso un reto para las maltrechas capacidades administrativas de hombres con destrezas militares, pero neófitos en los menesteres de la hacienda y el poder público. De esas tensiones subrepticias, inadvertidas en los recuentos marmóreos de los navegantes que expoliaban el nuevo mundo, se nutre Balboa y Anayanci en el Mar del Sur. Especular sobre las posibles perfidias resulta fácil y divertido, pero recrear las maquinaciones palaciegas y dar voz y cuerpo a las conjuras entre los hombres consagrados a la mezquina acumulación de riqueza, es un oficio arduo que requiere consagración y talento. Fabio Martínez ha logrado construir un fresco en el que un hombre enfrenta los asedios y las caídas, los desvaríos y las pretensiones, todo ello en un marco de desarrollo narrativo de elevado rigor técnico y apropiación lingüística de la época que alcanza fluidez, naturalidad dialógica y un verismo impar.
Si el Sur Global, categoría geopolítica cimentada en las reflexiones contemporáneas y los acumulados investigativos que promueven un nuevo orden mundial, desea abrevar no solo de los tratados de las academias y los estudios culturales, esta obra medular de la ficción histórica será imprescindible. La recomposición de los poderes mundiales y la arbitraria distinción entre occidente y oriente y primer y tercer mundo exige también una resignificación de la tradición literaria. Una nueva escala de apreciación moral que fraternice con el arte y lejos de ennoblecer la sevicia, posibilite nuevos imaginarios conjuntos para lograr sociedades plurales con la madurez requerida para cuestionar el pasado. Leer Balboa y Anayanci en el Mar del sur contribuirá a reafirmar este inaplazable deber.