Poéticas de la inteligencia

La atonalidad en la palabra: la música reservada a la poesía

En la música, la atonalidad significó una ruptura con la jerarquía sonora que había regido durante siglos. La desaparición del centro tonal —esa nota madre que daba sentido a todas las demás— abrió un territorio nuevo donde la tensión y el desconcierto se convirtieron en materia expresiva. Del mismo modo, la palabra poética contemporánea parece haber abandonado su tónica tradicional, su eje de armonía y de sentido, para internarse en el terreno movedizo del silencio, de la disonancia, del caos que también canta.

La poesía, como la música atonal, se atreve a desprenderse del “centro” —del significado unívoco, de la cadencia esperada— para encontrar una forma de verdad más profunda, más libre. La palabra deja de ser una melodía previsible y se convierte en un espacio de exploración donde cada verso se sostiene por su propio peso, sin necesidad de una tónica que lo resuelva. En ese sentido, la poesía moderna encarna una atonalidad del pensamiento, una forma de decir que no obedece a la norma, sino al vértigo del descubrimiento.

Así como el oído clásico podía anticipar el final de una sinfonía de Beethoven, el lector tradicional esperaba encontrar en la poesía una resolución armónica: el cierre lógico, la metáfora iluminadora, la emoción contenida. Sin embargo, la palabra atonal —como la música de Schönberg— se rebela contra la previsibilidad. Habla desde la fractura, desde la dispersión de sentidos. No busca un equilibrio, busca la posibilidad de sostener el misterio.

En esta ontología de la complejidad, la poesía encuentra su nueva forma. Quizás porque el ser humano siempre ha buscado explicaciones creíbles a su propio abismo, o porque la realidad misma, con su exceso y su sombra, obliga al lenguaje a reinventarse. La atonalidad, entonces, no es carencia de música, sino otra música: aquella que nace del silencio entre los sonidos, de la vibración que persiste cuando todo parece disolverse.

Como señaló Harold Bloom, “la personalidad es la más elevada fusión de arte y naturaleza, y, mucho más que la sociedad, es el condicionante principal de la vida y obra del artista.” El poeta, como el compositor atonal, crea desde esa fusión íntima de su ser con el mundo. En su voz conviven la tensión y el reposo, la melodía y el vacío, la palabra y su ausencia.

La poesía —esa partitura del alma— continúa buscando su música secreta. Y acaso, en la atonalidad de su palabra, logre decir lo indecible: el rumor de lo eterno en el caos del instante.