La receta

Terapéutica digital

Si hace cincuenta años se preguntase a un profesional sanitario por la terapéutica digital, no dudaría en contestar que era una intervención farmacológica a base de los glucósidos cardiotónicos de una planta: la Digitalis purpurea, casi el único cardiotónico conocido hasta hace unas décadas, desde que lo describió William Withering (1721-1791), médico del Hospital General de Birmingham y miembro, junto con Joseph Priestley, James Watt, Erasmus Darwin y otros, de la Lunar Society, una tertulia científica tan original, que realizaba sus reuniones mensuales en las noches de plenilunio. 

Retrato de William Withering con un ejemplar de Digitalis purpurea en la mano

Hoy ya no se acuerda casi nadie de la planta, y lo que ahora se conoce como terapéutica digital es una aplicación informática o un dispositivo, clínicamente evaluado para prevenir, manejar o tratar enfermedades o trastornos desde el móvil u otros dispositivos electrónicos. Países de nuestro entorno, como Alemania o Francia, ya las financian en el sistema de salud público, y en España también existen asociadas a algunos dispositivos médicos que se implantan en hospitales, como los marcapasos o las bombas de insulina. 

Para quien no lo sepa un DAI (Desfibrilador Automático Implantable) en sus modelos más avanzados, es un dispositivo que permite estimular eléctricamente los ventrículos y administrar ‘terapias’ por medio de descargas en caso taquicardia o fibrilación auricular, en la que se produce un número elevado de pulsaciones; o bradicardia, que es cuando el corazón late demasiado despacio. Estos dispositivos implantados subcutáneamente en el pecho, se encuentran conectados por wifi con una central que, cuando percibe una alteración grave, alerta a los médicos para el seguimiento del paciente. 

La terapia digital, en este caso, son descargas eléctricas inducidas por un programa informático. En otros aparatos como las bombas de insulina, el software que contienen comprueba los niveles y dosifica las cantidades adecuadas de insulina en cada momento. Y hay otras muchas aplicaciones conectadas a los móviles para el seguimiento de la medicación, controlar el sueño, el ejercicio físico y otras muchas variables.

 
Imagen de un DAI de tres vías implantable. Imagen de Wikipedia

Una terapia digital se define como una intervención terapéutica realizada a través de un Software y basada en la evidencia científica, que sirve para prevenir, manejar o tratar enfermedades o trastornos. Esta definición me plantea alguna pregunta y me produce un profundo rechazo lingüístico. 

Empezando por el rechazo, encuentro muy inadecuado hablar de ‘evidencia científica’ que es una infame traducción del inglés, ya que en ese idioma ’evidence’ significa prueba y en español, según la RAE, evidencia es: ‘certeza clara y manifiesta de la que no se puede dudar’, algo muy diferente a la necesidad de demostrar con pruebas científicas -como serían los ensayos clínicos- cualquier nueva intervención terapéutica. Así que debería descartarse del lenguaje científico ‘medicina basada en la evidencia’, ‘evidencia científica’, y tantas otras evidencias que no lo son, porque representan una traducción acomodaticia del inglés.

En cuanto a las cuestiones que pueden plantearse, quizá la primera es lo que ocurriría con un fallo informático o un jaqueo que, aunque hasta ahora no se ha producido, forma parte ya de la trama de la serie distópica de televisión ‘Estado de alerta’, en la que el vicepresidente de Estados Unidos lleva un marcapasos. Terroristas logran jaquear el dispositivo y provocar un fallo que simula un ataque cardíaco, lo que resulta en su muerte. La otra cuestión es sobre el futuro de los profesionales sanitarios limitados a intervenir cuando lo indiquen las máquinas y, también, el futuro de una gran parte de la humanidad que seguirá desconectada, bien sea por decisión propia o por pertenecer a países que, por sus niveles de renta, ni se plantean terapias digitales, cuando lo importante es comer cada día.

Las terapias digitales también tienen sus efectos secundarios, sus incompatibilidades, sus interacciones como los medicamentos, pero algunos presentan también cuestiones jocosas como las que se pueden leer en el manual de usuario de un marcapasos en el que se indica: “El hecho de ser portador de un DAI no condiciona su actividad sexual habitual. En caso de tener una descarga durante las relaciones sexuales su pareja no sufrirá ningún daño”. Eso sí, no indica si el calambre resulta placentero, o acaba siendo francamente desagradable para la pareja.