La racionalidad de la fe
La fe sin haber visto, es un invento religioso que data de la mitología romana con la hija de Saturno para describirla como la diosa de la “Lealtad”, que se arrogó el apóstol Pablo, en Hebreos,11:1, donde declaró “que es la convicción de lo que no se ve”, nada más lejos de la realidad objetiva.
La fe religiosa , es como creer, en una sentencia judicial de cadena perpetua, después de no haber presenciado las declaraciones y pruebas fehacientes aportadas, y donde tan solo unos escritos sin firmar, acusan a una persona. Circunstancia que no se da en ningún país democrático, y solo en las dictaduras teocráticas, fanáticas y tiranas.
En la Biblia, solo existe el “Eclesiástico” escrito por Jesús Ben Sirá, con textos firmados. Todos los demás libros del Antiguo y Nuevo Testamento, ninguno de ellos fueron firmados, si bien atribuidos por la Iglesia, y que no son reconocidos por la religión Judaica, como es el caso de los Evangelios, escritos los cuatro, decadas muy posteriores a la crónica y copiados entre ellos.
La fe, sin testigos presenciales o por lo menos relatores históricos de reconocida veracidad, constituye más bien una hipótesis sometida a la credulidad relativa o absoluta sin pruebas, dejando de ser fe y pasando a ser una emoción más o menos apasionada
En el ámbito humano, puede manifestarse de diversas formas: desde la confianza en la palabra de alguien hasta la adhesión a principios religiosos, filosóficos o incluso científicos, cuando se carece de evidencia directa. Sin embargo, la solidez de la fe varía en función de los fundamentos que la sostienen.
En contextos donde la verdad debe establecerse con precisión —como el derecho, la ciencia, la religión o la historia— la fe sin pruebas fehacientes es insuficiente, y por consiguiente, un tribunal, por ejemplo, no dictaría sentencia, basado en la creencia personal de un juez, sino en la presentación de pruebas verificables con testimonios corroborados y documentación legítima que acredite los hechos.
Un notario, no podría levantar protocolo para dar fe de un acto jurídico, sin la presencia de los interesados, así como las pruebas y documentos que certifiquen la autenticidad de lo declarado. Sin estos requisitos, su afirmación carecería de validez legal y objetiva.
Por tal motivo, la Biblia no podría acreditarse notarialmente como relato documentado y veraz. Contrariamente a lo que sucede con el Corán en países teocráticos, donde se aplican las leyes que conciernen a esa religión, y donde religión y Estado se unifican como poder dominante.
Siguiendo esta lógica, cualquier afirmación de fe que dependa exclusivamente de escritos antiguos, cuya veracidad no pueda ser comprobada por métodos científicos, históricos y rigurosos, carece del respaldo epistemológico necesario para ser considerada un conocimiento válido.
Las religiones, en particular, suelen basar su autoridad en escritos antiguos que han sido transmitidos, traducidos y reinterpretados a lo largo de los siglos. La ausencia de evidencia material directa sobre los acontecimientos narrados en estos textos los sitúa en una categoría distinta de la verdad histórica o científica: su credibilidad depende únicamente de la confianza que los fieles depositen en ellos.
A diferencia de un documento legal que puede ser cotejado con registros oficiales o de un hallazgo arqueológico que puede ser sometido a pruebas científicas, los textos religiosos no pueden ser verificados de manera objetiva, en la medida en que carecen de testigos contemporáneos o históricos de la época, que puedan ser sometidos a análisis crítico y en la que sus afirmaciones no pueden ser contrastadas con evidencia externa confiable, por cuyo razonamiento su validez se reduce a la creencia subjetiva.
Si se aplicaran los estándares de prueba que rigen en la ciencia o en la jurisprudencia, muchas de las afirmaciones contenidas en estos textos no superarían el escrutinio de la duda razonable. No hay testigos vivos que puedan corroborar los eventos relatados, ni registros históricos independientes que fehacientemente los confirmen sin depender de los mismos círculos de transmisión subjetiva. Esto significa que la fe en estos escritos no puede considerarse un conocimiento en sentido estricto, sino una convicción basada en tradición y creencia, más que en hechos verificables, que yo por lo menos respeto.
La fe, cuando no está respaldada por pruebas oficiales, es una actitud personal, no un medio fiable de acceso a la verdad objetiva. Aceptar algo como cierto simplemente porque está escrito en un documento antiguo no tiene más validez que creer en cualquier otro texto sin verificación. La verdad, cuando se busca con rigor, requiere evidencia contrastable, testimonios verificables y métodos que permitan distinguir la realidad de la ficción. Otra cosa bien distinta, es la necesidad de creer por razones dogmáticas o emocionales, en busca de una esperanza o fantasía personal auto razonada simplemente.
Cuando la fe se basa exclusivamente en escritos sin pruebas externas y se aplican sus fundamentos como pilares en un Estado político, se convierte en injusta e irracional. Y aunque la fe puede ser un motor poderoso en la vida humana, no puede ni debe ser considerada un sustituto del pensamiento crítico a través de la investigación y la prueba objetiva.
En mi caso personal -para dejar bien claro que no soy ateo- , mi fe subjetiva, se basa en la creencia de que Dios se consustanció en la Conciencia que nos guía, aconseja y recrimina, como esencia de nuestra naturaleza divina, pero, no, atendiendo milagros ni plegarias bíblicas, como recoge Mateo, 18: 18 y 19.
Ha quedado sobradamente demostrado que Dios, sea la religión que sea, no atiende súplicas, por mucho que el propio Pontífice de la religión cristiana, pida -como tantas veces lo ha hecho, acompañado por todos sus obispos del mundo- por el cese de guerras pandemias, tsunamis, terremotos, hambre, etc., incluso asesinando en iglesias y lugares de culto a los fieles que allí se encontraban proclamando el nombre de Dios. Y lo mismo sucede con cualquier movimiento religioso. Es más, en la religión musulmana, para justificar desgracias, aducen que son castigos de Allá.
En cambio, cualquiera creyente o no creyente, puede oír la voz de la conciencia, y que posiblemente no sea otra cosa, que el legado que nos diferencia de la fauna animal por medio de la virtud divina, que con fe subjetiva podríamos haber heredado del Creador