Crónicas de nuestro tiempo

Prescripción facultativa: la Mili

Sin darnos cuenta, aquella interrupción del medio en el que se desarrollaba la vida cotidiana de los jovencitos de 18 años para ser llamados a filas del servicio militar "La Mili" supuso un cambio vital frente a la rebeldía, la irresponsabilidad y la falta de respeto.

Honroso oficio aquel que hace que el muchacho arraigado a la desobediencia, indisciplina e impaciencia, pase a desempeñar una labor de responsabilidad nacional, donde se convivía con otros de su edad y muy diferentes estratos sociales, en aras de entender el compromiso, la servidumbre, la humildad, la lejanía de su entorno.., y por último el juramento.

Esto era “La Mili”, que no hubiera venido mal que hubiese continuado.

Tras el final de la guerra civil española, se dictó la Ley de Reclutamiento y Reemplazo, obligando a todos los mozos de entre 18 y 20 años cumplidos a realizar un servicio militar de 24 meses.

El servicio activo quedaba establecido en un máximo de dos años, y se podían conceder licencias para solicitar el voluntariado sin esperar a su reemplazo obligatorio tras cumplir los dieciocho años. El resto de los años pasaba a ser reservista.

Cuando llegaba el tiempo de cumplir la obligación militar, tanto los que estudiaban como los que trabajaban en lo que fuese, y salvo quienes físicamente no eran aptos por razones establecidas y conocidas, como por ejemplo: pies planos, problemas óseos, ceguera, sordera, cardíacos, epilépticos, psicológicos, exceso de peso, etc., dejaban sus trabajos y estudios para incorporarse.., unos como suboficiales y otros como reclutas, llamados “quintos” de su reemplazo, aunque los destinos era lo que les cambiaría su vida, su mentalidad o su suerte, en función de circunstancias diversas.

El Estado implicaba a las empresas en el control del cumplimiento del servicio militar, así, todos los empleadores debían comprobar, antes de admitir a personal a su servicio, si se encontraba en regla con sus obligaciones militares, incurriendo en responsabilidades en caso de incumplimiento.

Previo a cambios que se dieron para compaginar y dividir los 24 meses de mili con las obligaciones laborales; estado civil o aquello tan socorrido como era lo de objetor de conciencia, lo cierto es que el servicio al ejército que había existido en España durante casi dos siglos, fue abolido por el entonces presidente del gobierno, José María Aznar, en el mes de diciembre del año 2.001.

Topar con oficiales o suboficiales indeseables no era lo corriente pero tampoco solían ser transigentes con tanto atontao por el cambio, y mucho tenía que ver poder acceder a destinos privilegiados en función de la relación comprensiva de un brigada, sargento, teniente, capitán, etc.

Los padres y los hermanos les despedían llorando y las novias más (.!.) mientras "los quintos" se marchaban con incertidumbre, miedo y honor.

Se les llamaba "quintos" por la obligación de servicio militar que impuso Juan II de Castilla durante su reinado en el siglo XV para que uno de cada cinco jóvenes sirviese en el ejército, disposición que Felipe V retomó sin hacer cambios en 1705.

El destino poblacional y cuartelario, duraba tres meses en un campamento de formación militar que a veces se encontraba a pocos o cientos de kilómetros de su domicilio, lo cual suponía un desánimo que al principio les abatía haciéndoles sentir abandonados, para posteriormente fortalecerles convirtiéndoles en hombres responsables y preparados para afrontar competencias y extraer de ellos esa resiliencia aprendida a fuerza de perder el cordón familiar a la sombra de la obediencia desconocida.

Cuando se llegaba al destino cuartelario, cada joven se despojada de su personalidad; cambiaba el nombre por un número; le rapaban el pelo al uno, y desaparecía el  temperamento y la chulería propia de la edad, pasando a ser una especie de despistao y atontao vestido de uniforme y con miedo a ser arrestado.

Durante el campamento, los domingos, si uno no estaba arrestado por alguna razón de despiste, torpeza o suciedad en los zapatos, se encontraba con la familia. Aquellos que vivían en pueblos lejanos esperaban hasta el final del campamento para ver a sus hijos jurar bandera. Para muchos de aquellos jóvenes, la crudeza de trabajar en el campo, arando, madrugando y terminando tarde y agotado, era mucho peor que la disciplina militar de “la Mili".

Servicio Militar "La Mili"

Cuando se terminaba el campamento de 3 meses, aprendiendo el uso del arma, la instrucción y los ejercicios militares, se juraba bandera, y ni que decir tiene, que se hacía en un escenario al aire libre dotado de anfiteatros, en un acto solemne y muy emocionante donde el orgullo del hijo que regresa sano y salvo con la misión cumplida del deber a la patria, hacía que las familias llorasen como lo hicieron cuando le vieron partir, y tirarse fotos con la Polaroid, Werlisa, Canon, Kodak Jasica o Instamatic. Los himnos militares al ritmo del desfile, fascinaba al más duro y ponía al mozo en el punto de mira de la novia o mejor dicho, viceversa. 

En aquellos años 40, 50, 60, 70 y digamos que 80, a las chicas de servicio domésticos se les llamaba cariñosamente "chachas", y los reclutas que no tenían novia, salían de paseo un día a la semana, saludando a los conserjes de hoteles creyendo que eran militares mientras las "chachas" que libraban, generalmente los jueves, daban vueltas esperando encontrar entre ellos su apuesto galán para cazarle, emparejarse y casarse cuanto antes que el tiempo apremiaba porque ya estaban hartas de ver casarse a otras más feas.

Una vez cumplida "La Mili", comenzaban a encauzar su futuro regresando a su entorno familiar con un espíritu renovado tras una experiencia que les conduciría a valorar cabalmente el concepto de la novia, el futuro y la familia, con la intención de saber lo que cada cual quería, a fin de trabajar, formar un hogar y cuidar de los padres.

Lo cierto es que aquel cambio brusco en chavales inocentes, cumpliendo órdenes disciplinarias, hizo que la mayoría se convirtieran en hombres comprometidos y acostumbrados a dominar la insolencia y la suficiencia que tanto les sobra a los chicos de hoy día.

Ni que decir tiene, que si se volviese al régimen obligatorio del servicio militar como fue antaño, esa suficiencia arrogante de muchos chavales a los que ni sus padres dominan y que hace que los profesores estén deseando de jubilarse ante la presión colérica o intolerante de muchos de éstos, se moderaría notablemente convirtiéndoles en hombrecitos humildes, respetuosos y responsables que esta sociedad presuntuosa no ha sabido impulsar, ni enseñarles.