Andanzas. Vivencias. Poesía.

La poética de José Asunción Silva y su legado artístico

Comparto con el estimado lector algunos aspectos de la estética del poeta José Asunción Silva, tales como su conciencia artística, la fuerza de su decir poético, entre el abismo y lo inefable, la valoración de la existencia entre la afirmación y el desengaño, su diario batallar y la vitalidad de su poesía, el cultivo de la emoción y la belleza, todo lo cual constituye su legado para la poesía en lengua castellana. José Asunción Silva (1867-1896), “el bogotano universal”, inicia para Colombia la revolución modernista. Según Fernando Charry Lara, la poesía de Silva “es el intento más decidido y mejor logrado de impregnar la lírica castellana de la estética simbolista”. María Mercedes Carranza afirma que la poesía de Silva es un fruto maduro del modernismo y no su precursor. Álvaro Mutis aconseja descubrir al auténtico Silva apartándonos de las contrarias y confusas leyendas sobre el poeta y penetrando en “la dolorida y sabia música de sus versos”. Silva fue paradigma de la sensibilidad de su tiempo. En sus dos años en Europa conoció y asimilo la cultura del hombre europeo de fin de siglo. Fue diplomático colombiano en Caracas.

La poética de Silva se orienta hacia el misterio que encierra la existencia y se nutre del deseo ferviente de arrancarle a la vida y a la muerte sus secretos. Los espacios poéticos a donde acude en su búsqueda serán el cosmos y la naturaleza, el pasado personal en la infancia y el pasado colectivo en la intrahistoria. Buscará en la pintura, en recintos y objetos macerados por el tiempo y visitados por la muerte, en las formas difusas que lo acompañan en sus sueños y desvelos, en el vacío de la nada, en regiones intuidas que lindan con el infinito, en la muerte, en los sepulcros y en las noches solitarias, “en el diálogo confuso / de las tumbas y el cielo” y en “las campanas plañideras que les hablan a los vivos de los muertos”.

Paralelo a un anhelo de verdad, la poesía de Silva persigue un ideal de belleza, no solamente la creada a través de la imagen sensorial, sutil y evocadora, sino una belleza intelectual fraguada en el dolor, ya que “Sólo en el agua salobre de los mares, se forjan perlas pálidas” (“Juntos los dos”). En su poema “Ars”, que sirve de poética, Silva infunde en su poesía un aura mística a la vez que busca en ella la pureza del pensamiento. “El verso es vaso santo; poned en él tan sólo, / un pensamiento puro, / En cuyo fondo brillan hirvientes las imágenes / Como burbujas de oro de un viejo vino oscuro”. La poesía existe “para que la existencia mísera se embalsame” y se purifique “quemándose en el fuego del alma enternecida”. También anida en su lírica un deseo de aprisionar en su verso los fantasmas de su imaginación y darnos, junto con el concepto, la fragancia, la melodía y la voz que extrae de las cosas. Así expresa ese anhelo: “Si aprisionaros pudiera el verso / fantasmas grises, cuando pasáis, móviles formas del universo, sueños confusos, seres que os vais”.

Su actitud poética se caracteriza por una búsqueda de absolutos. El vuelo hacia lo inefable e imperecedero que se realiza en sus poemas responde ciertamente al anhelo de infinito. Con razón Juan Ramón Jiménez llama a Silva “el colombiano ansioso de órbitas eternas”. Para el poeta esta ambición estética y metafísica es el refugio vital e intelectual.  No obstante, resulta ser su condena. Sus anhelos infinitos chocan con la realidad (“helados son los brazos de la fría realidad”) y producen el desfallecimiento, la incesante lucha, el tortuoso análisis, la duda cruel. En su poema, “Día de difuntos”, se pregunta el poeta, ¿“Contra lo imposible que puede el deseo?” El dolorido sentir será “la herida siempre sangrante”, hecha de sombras, desesperanzas y amarguras infinitas, presentes en sus poemas.

Sin embargo, el desencanto de la vida y la fatalidad no revelan sino uno de los rostros de la poesía de Silva. Su verdad es matizada, sus imágenes plurivalentes. De entre las sombras se vislumbran un rayo de luz pura, una diafanidad y un claroscuro. Ante lo imposible se yergue el poeta con el temple vital que anima su poesía como bálsamo que unge y fuego que purifica. Lucha con ardor contra la adversidad en busca de una respuesta esperanzadora. Las amarguras infinitas que corresponden a un contexto vital de muertes, separaciones, fracasos, incomprensiones, hallan en el poeta dos actitudes: una de confrontación donde el poeta se acoraza en la firmeza de su credo estético y el alto valor que asigna a la poesía, y la otra, de huida: el poeta se refugia y defiende por medio de la ironía y la sátira, especialmente en los antipoemas de sus Gotas amargas.

La visión antitética de sombras y de luces, cuerpo y alma se repite en variantes como en el poema “Las crisálidas”. Una mariposa, liberada de su capullo, vuela hacia el ancho espacio en el preciso momento en que una niña exhala su último aliento. Los deudos lo atestiguan: “En el instante que murió, sentimos leve rumor de alas / y vimos escapar, tender el vuelo / por la antigua ventana / que da sobre el jardín, una pequeña mariposa dorada”. La muerte, en esta imagen que recuerda el vuelo del ave de otros poemas, como símbolo de trascendencia, ya no se concibe en medio de las sombras sino en un viaje o vuelo hacia la luz. El poeta concluye con una reflexión esperanzada: “Y pensé, si al romper su cárcel triste / la mariposa alada, / la luz encuentra y el espacio inmenso, / Y las campestres auras, al dejar la prisión que las encierra / ¿Qué encontrarán las almas?”.

De igual manera, en la poesía de Silva se aprecia una plurivalencia de las sombras desde su función protectora, refugio o lugar ameno, hasta su connotación de augurio siniestro, muerte y misterio. La sombra y su derivado, lo sombrío, evocan sentimientos de tristeza y melancolía y son un recurso poético para ambientar y unificar el paisaje exterior y el paisaje del alma: “sombras son las esperanzas perdidas”. En las sombras de la noche, la luz de la luna ofrece el contraste visual y emocional. En estos dramáticos claroscuros, el ambiente se erotiza y la luz que disuelve las tinieblas representa el triunfo del amor y la conexión con el cosmos.

Las sombras son también lo ignoto y misterioso y son las vagas figuras que asedian al poeta en sus noches de insomnio como signos visibles de su angustia o su nostalgia. Por medio de las sombras, el poeta entra en el ámbito de lo fantástico, de lo sobrenatural y de la magia. En otro plano, la sombra representa la ignorancia, frente a la luz del entendimiento. Es todo lo que vela, cubre y opaca el mundo y generalmente aparece en su poema, en lugares mustios, junto a musgos, ruinas, jardines y sobre el camposanto. El crepúsculo y la aurora simbolizan las mutaciones de luz y sombra, horas preferidas por el poeta. Significativamente, la sombra implica una presencia y se convierte en la identidad, en el ánima de los seres y las cosas.

En la poesía de Silva, el espacio se puebla de aves, insectos, ranas, grillos mediadores del pensamiento y del sentimiento, entre flores silvestres, follajes, juncales, árboles, fuentes, ríos, cascadas, vientos, brisas y lloviznas de un paisaje generalmente frío. Pero también son escenarios poéticos el paisaje del trópico ardiente, el mar con sus olas y sus arenas. Estos paisajes “de acentos misteriosos” son para el poeta manantial eterno de poesía como le dirá a Diego Fallon en su poema, “La musa eterna”: “Nacerán los idilios / Entre musgo, a la sombra de los árboles, brotarán nuevas fuentes de poesía / en lo bello y lo grande / y quedará el poema / De amor puro y suave”.

En el poema “Sepulcro del bosque”, se crea un ambiente nocturno de gran sencillez que sobrecoge al poeta. “A los pálidos rayos de la luna”, un árbol es portador de la sombra que cobija una tosca cruz de piedra salpicada de rocío. El errante pájaro que baja del árbol a libar las flores azuladas, le evoca al poeta los genios flotantes de la noche. Dos símbolos se juntan y entrelazan en este recóndito paraje sombreado: la cruz, símbolo de muerte y resurrección y el árbol, símbolo de vida y renovación. Ambos ofrecen su sombra protectora a los vivos y a los muertos. El poema concluye con una personificación de la naturaleza en un ámbito de sombras: “Y cabe aquel sepulcro abandonado / La gran naturaleza / agrupa con solícito cuidado verdeoscuras coronas de maleza” (241).

Las sombras, las desesperanzas y las amarguras infinitas encuentran su máxima expresión poética, su más sentido lirismo y su inigualable poder mágico en el Nocturno titulado “Una noche”, poema de 1892. Pedro Henríquez Ureña asegura que la forma del Nocturno es la aportación más importante de Silva al modernismo. Concha Meléndez analiza la métrica a partir de disílabos que “multiplicándose en versos de ocho, doce, dieciséis, logra una armónica irregularidad que no es el versolibrismo francés ni el de Whitman, sino una musical combinación rítmica muy grata a nuestros oídos latinoamericanos” (215). Afirma la misma autora que el ritmo becqueriano “atraviesa con estremecimiento entrañable la poética de Silva”. Juan Ramón Jiménez exalta la musicalidad y el hondo lirismo del Nocturno: “Es poesía escrita, casi no escrita, escrita en el aire con el dedo. Tiene la calidad de un nocturno, un preludio, un estudio de Chopin eterno, eso que dicen femenino porque está saturado de mujer y luna”. Arturo Torres Rioseco aclara que el Nocturno de Silva no tiene mayores novedades técnicas, “Y sin embargo tiene la intensidad de una tragedia griega, la sencillez de una égloga latina y la aristocracia de los más refinados poemas de Rubén Darío. La sintaxis adquiere una naturalidad hasta entonces desconocida en lengua castellana”.

El Nocturno es una evocación nostálgica, una elegía a un ser querido que capta dos momentos. El primero es la recordación de una realidad vivida en el ámbito de “luciérnagas fantásticas”, “De murmullos, de perfumes y de músicas de alas”, pero invadida por un fatal presentimiento. La imagen sensorial, impresionista se combina con lo que más tarde sería una geometría cubista donde las líneas dan la forma, el volumen y el concepto. El rayo de luna que proyecta las sombras del poeta y de ella crea la imagen más poderosa del poema: “Y tu sombra / Fina y lánguida / Y mi sombra / Por los rayos de la luna proyectadas. / Sobre las arenas tristes / de la senda se juntaban, / Y eran una, / Y eran una / Y eran una sola sombra larga”. La adjetivación tripartita da un ritmo especial al verso que fluye con naturalidad, la aliteración comunica las sensaciones y el poema se carga de sentimiento: “Y la luna llena / Por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca”.

En la segunda parte, el poeta se halla solo en otra noche con “el alma / llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte”. La irrevocable realidad de la muerte como la absoluta separación e incomunicación se expresa en un tríptico: “Separado de ti misma por el tiempo, por la tumba y la distancia” adquiere mayor lirismo en las imágenes siguientes: “Por el infinito negro / Donde nuestra voz no alcanza. / Mudo y solo / Por la senda caminaba”.  Las luciérnagas fantásticas de la noche primaveral de la primera parte se reemplazan por “los ladridos de los perros a la luna pálida, / Y el chillido de las ranas”. El frío que siente el poeta en su soledad y en esta noche es la concreción metafórica de un vacío metafísico. De ahí se llega al clímax del dolor y la desesperanza: “Era el frío del sepulcro, era el hielo de la muerte / Era el frío de la nada”. Ante la desesperanza, el refugio del poeta es el deseo, el anhelo profundo de un reencuentro a través de lo fantástico, de la magia o el milagro: es decir en la poesía. A través de su palabra, el poeta siente la presencia de esa alma, de esa sombra que es el ánima que “como en esa noche tibia de la muerta primavera se acercó y marchó con ella”. La consoladora imagen desafía la razón en este reino fantástico que el poeta concibe por la fuerza del deseo y del arte proteico de la poesía: “¡Oh las sombras que se buscan en las noches de tristezas y de lágrimas!”

La poesía de Silva, influida por Bécquer, Baudelaire y Poe, es una voz poética matizada, auténtica y sincera, capaz de llevar a su lector a realidades cargadas de patetismo, al descenso a abismos profundos de dolor y desesperanza o elevar la imaginación a zonas inéditas de belleza y deleite. Las luces y las sombras crean ambientes íntimos, a la vez espacios insondables, reinos de la magia y el misterio.