Los medicamentos en un ensayo del fin del mundo
El pasado 28 de abril, España sufrió un corte absoluto de suministro eléctrico que, aunque de solo unas horas de duración, puso en evidencia la profunda vulnerabilidad de una sociedad completamente dependiente de la energía y de la digitalización, especialmente en sectores esenciales como el de la provisión de medicamentos.
Hoy en día, la conservación, distribución y dispensación de medicamentos, en particular los productos termolábiles —como vacunas, insulinas o tratamientos biológicos— depende de una cadena de frío mantenida de manera continua por sistemas eléctricos. Desde el laboratorio hasta el paciente, todo el proceso exige una temperatura controlada entre 2°C y 8°C. Esta cadena es tan sólida como la red eléctrica que la sostiene. Un corte prolongado no sólo interrumpiría el suministro, sino que comprometería la seguridad y eficacia de medicamentos esenciales en cuestión de horas o días. Las insulinas, quizá el medicamento que más preocupa, puede mantenerse activo más de 4 semanas, siempre que la temperatura no exceda de 25º.
A esta dependencia energética se suma otra, igualmente crítica: la digital. Farmacias, hospitales, mayoristas y autoridades sanitarias gestionan recetas, stocks, pedidos y alertas a través de sistemas informáticos. El acceso a una receta, la verificación de un lote o la tramitación de un pedido de emergencia ya no son posibles sin electricidad y sin conexión a redes digitales. Esta digitalización, que ha traído eficiencia y control, ha reducido sin embargo la capacidad de respuesta del sistema, haciéndolo extremadamente vulnerable ante cualquier fallo sostenido.
Se estima que el stock de medicamentos disponible en la cadena farmacéutica española equivale aproximadamente a un tercio del consumo anual. Sin reposición, estos medicamentos cubrirían entre tres y cuatro meses de necesidades sanitarias ordinarias. Sin embargo, en un escenario de crisis, la demanda de ciertos productos aumentaría rápidamente, acelerando su agotamiento. La situación sería especialmente grave para los medicamentos termolábiles: sin conservación adecuada, muchos lotes quedarían inservibles, provocando una escasez inmediata de productos de primera necesidad.
El corte eléctrico del 28 de abril puede considerarse un ensayo controlado de lo que podría suceder en una crisis real. Un apagón breve puede ser absorbido mediante generadores de emergencia en hospitales o mediante la rápida recuperación de los sistemas. Pero un corte que se prolongase días o semanas tendría consecuencias catastróficas. La cadena de frío se rompería de forma irreversible, se paralizaría la logística nacional e internacional de medicamentos, y las farmacias quedarían inoperativas al no poder verificar recetas ni gestionar existencias, y cuanto más digitalizadas, mucho peor. En esta última crisis hubo farmacéuticos que tuvieron que meterse dentro del robot para buscar medicamentos, tarea que no fue fácil, porque no están ordenados alfabéticamente.
Frente a este panorama, es urgente recuperar algunos principios de prudencia que las generaciones pasadas nunca olvidaron. La modernidad ha apostado por la eficiencia, pero ha descuidado la fortaleza y la capacidad de resistencia. Es imprescindible establecer reservas estratégicas de medicamentos, preferentemente en formatos menos dependientes del frío; dotar a farmacias y centros de salud de planes de contingencia energética autónomos; incluso saber dónde llevar los medicamentos termolábiles para su conservación en frigoríficos mantenidos con equipos electrógenos; formar a los profesionales para actuar con procedimientos manuales en caso de fallo digital; y fomentar una producción nacional de medicamentos básicos, menos vulnerable a interrupciones internacionales.
El progreso, lejos de ser rechazado, debe ser equilibrado con la sabiduría de la previsión. La salud pública, y en particular el acceso a los medicamentos, no puede depender exclusivamente de que una red eléctrica funcione sin fallos permanentes. Como bien sabían nuestros antepasados, toda civilización que aspire a sobrevivir a la adversidad debe prever sus vulnerabilidades y construir, en la medida de lo posible, defensas sólidas contra lo imprevisto. El ensayo del 28 de abril nos recuerda que vivimos en un sistema eficiente, pero peligrosamente frágil; y que proteger la vida exige mirar más allá de la comodidad inmediata para restaurar un principio esencial: la capacidad de resistir.