Crónicas de nuestro tiempo

El genocidio o exterminio belga de la mano de su rey, Leopoldo II

Para completar la crónica maldita de Bruselas, hemos de retrotraer la historia de Leopoldo II, rey de los belgas desde 1865 hasta su muerte en 1909.

Este criminal belga, fue el fundador y propietario del Estado Libre del Congo, un territorio de más de 2.350.000 kilómetros cuadrados que heredó a raíz del reparto de África pactado en la Conferencia de Berlín de 1884.

Así, el 1 de julio de 1885, el Estado Libre del Congo quedaba oficialmente reconocido, no como colonia belga, sino como un territorio propiedad del rey a título personal. Era desde su constitución un espacio de libre comercio internacional y también libre de esclavismo. Era tan grande como media Europa occidental.

Allí, el monarca belga impulsó una serie de proyectos privados que lo ayudaron a amasar una gran fortuna, entre ellas la explotación de caucho, diamantes y otras piedras preciosas del Congo. Nada de ello hubiera sido posible sin la utilización de la población nativa como mano de obra forzada y esclava.

Leopoldo II, demostró ser un criminal sin piedad, convirtiendo el territorio de su propiedad, en un autentico holocausto.

Con las manos libres, Leopoldo explotó el territorio a sus anchas. El nuevo estado fue administrado de modo privado por el monarca hasta 1908. Con préstamos concedidos por el Estado, desarrollando las infraestructuras necesarias para la explotación de las riquezas de la colonia.

La opresión de Leopoldo II hizo que la población del país africano pasara de 20 a 10 millones de habitantes al final de su reinado. Se estima que su régimen africano fue responsable de la muerte de entre 10 y 15 millones de congoleños.

Miembros de la Force Publique en 1900. (Foto de archivo)

La Force Publique, un ejército privado formado por más de quince mil hombres, era la mano ejecutora de la ley y el orden. Los oficiales de este ejército eran blancos, de diferentes países europeos, y sus soldados eran negros, primero mercenarios hausas y de Zanzíbar y progresivamente pobladores locales.

El marfil y el caucho fueron las materias primas más rentables. Su explotación necesitaba del trabajo sin descanso de los nativos, para lo cual el nuevo estado y su propietario no dudaron en consentir los métodos más crueles: amputaciones de manos, de pies, encadenamientos, violaciones, secuestros y latigazos se convirtieron en prácticas corrientes.

Los dirigentes de las bases comerciales cobraban por incentivos de productividad y, para conseguir mayores beneficios, exigían a los indígenas muchas veces hasta la muerte.

Para la obtención del marfil y el caucho se recurría al trabajo en condiciones de  esclavitud. A los congoleños se les asignaban objetivos concretos de producción, y los métodos de coerción que se les aplicaban incluían las violaciones de sus mujeres e hijas menores y los secuestros de mujeres y niños para que los hombres trabajaran. Estos rehenes morían con frecuencia por malos tratos y desnutrición, y solo eran liberados a partir de la entrega de cierto volumen de mercancía. Otro método punitivo consistía en los incendios y ataques directos contra poblados que no satisfacían los planes de explotación.

El aumento de la demanda internacional de caucho agudizó la crueldad de los administradores coloniales para que se cumplieran los objetivos de producción.

A partir de 1896, la demanda del caucho en los mercados internacionales se disparó. De esta manera, las inversiones de Leopoldo se transformaron en unos beneficios millonarios que ya no cesarían hasta su muerte. Pero el aumento de la demanda no hizo más que agudizar la crueldad de los administradores coloniales. Los castigos hacia los indígenas por no cumplir las expectativas de producción derivaban en asesinatos masivos "ejemplarizantes" de la mano de la Force Publique. La cantidad de víctimas de este abominable régimen se elevó a la dramática cifra de entre cinco y diez millones de personas asesinadas durante el dominio del soberano belga.

Víctima de atrocidades en el Congo belga. En este caso, el soldado fotografía al muchacho negro al que ha cortado una mano.

La máscara filantrópica que cubría el rostro de Leopoldo se sostuvo durante un tiempo, pero el debate sobre lo que sucedía realmente en el Congo terminó despertando el interés de la prensa. Leopoldo no pisó en toda su vida suelo congoleño, pero sí que visitaron el país otros europeos y norteamericanos provistos de ética, quedándose horrorizados con lo que vieron y escucharon.

El primero en denunciar la situación fue el jurista afroamericano George W. Williams, que esperaba encontrarse un enclave experimental parecido a Libreville o Freetown y se topó con un auténtico infierno. Más adelante fueron Roger Casement, cónsul británico en el Congo, y Edmund Morel, empleado de una naviera inglesa que cubría una ruta hasta el país africano, los encargados de hacer llegar al gran público la realidad.

Foto de archivo de algunos de los miles de niños a los que se les amputaron las manos por no cumplir con la rapidez productiva que que les exigían los miembros de la Force Publique que les martirizaban.

La presión internacional sobre Leopoldo fue de tal calibre que en 1908 se vio obligado a renunciar a la colonia a favor del estado belga, si bien es cierto que el propio Estado belga, cuatro décadas después, continuó la explotación y genocidio con las poblaciones de Urundi (hoy Burundi) y Ruanda, donde desde hace cinco siglos viven sumergidos en conflictos étnicos y económicos entre los hutus -mayoritarios- y los tutsis.

No fue sencillo. Leopoldo usó todas sus influencias para impedir que los periódicos informasen sobre la realidad del exterminio. Para ello, Leopoldo II, publicó sus propias informaciones e incluso impulsó su propia “comisión de investigación” como hacen los dictadores bolivarianos y en nuestro caso, "Sanchistas". Invirtió importantes sumas del dinero público para comprar la voluntad de políticos, periodistas, funcionarios, militares y religiosos, como hacen los dictadores bolivarianos y sanchistas.

La presión internacional sobre Leopoldo obligó al monarca a renunciar a la colonia en favor del estado belga.

En 1960 llegó el turno del Congo y de su independencia. El país empezó una nueva aventura en solitario en absoluto fácil, ni siquiera libre de la sombra neocolonial y de su propia crueldad genocida.

Pese a todo, la figura de Leopoldo quedó en segundo plano en la historia respecto a otros representantes de la muerte a gran escala. Leopoldo II, fue un exterminador por simple optimización del lucro, donde en este terreno nadie le superó.