Hacia una filosofía práctica del vino: Y el vino se hizo pesebre
Como es costumbre, les invitamos a escuchar el villancico "Angels We Have Heard on High" interpretado por Andrea Bocelli. Este hermoso himno tiene su origen en un villancico francés llamado "Les Anges dans nos campagnes", cuya melodía y letra original datan de mediados del siglo XIX.
En 1512, al culminar el fresco de la Capilla Sixtina, los cardenales pidieron a Miguel Ángel ajustar un detalle esencial: los dedos de Dios y Adán no debían tocarse. El dedo de Dios debía permanecer completamente extendido, mientras que el de Adán debía flexionarse en la última falange. Esta decisión simbolizaba una verdad profunda: aunque Dios siempre está al alcance, es el hombre quien, tras su caída, debe elegir buscarlo.
Y ese libre albedrío se garantizó con la encarnación de un Dios desarmado, en el silencio de su mansedumbre. Esta tradición del niño que salva está presente en la tradición judía, como sucede en el Tárgum Pseudo-Yonatan (תַּרְגּוּם פְּסֵדוֹ-יוֹנָתָן).
¿Qué hilo invisible une al vino con la humilde epifanía de un Dios desarmado?
En el Midrash Agádico Avot de Rabí Natán (en hebreo: אבות דרבי נתן), se relata que el primer hombre, después de pecar, lloró su caída desde la morada real divina. Con gran consternación y repugnancia, lamentó ser rebajado a la suerte de las bestias tras ser ordenado por Dios a alimentarse de raíces, a comer la hierba del campo y al morir retornar al polvo.
En su desesperación, Adán se estremeció y se dirigió al Creador con estas palabras: "Señor del universo, ¿acaso comeremos yo y mi ganado en el mismo pesebre?".
Fue entonces cuando Dios, según el Midrash, le concedió la gracia de comer el pan con el trabajo, con el sudor de su frente, vinculándolo con la dignidad del trabajo a la tierra de donde fue creado y elevando así su condición por encima de los animales, aunque al igual que estos, también retornaría al polvo.
Y es por esto que, hace ya dos milenios, Dios extendió su dedo a Adán y lo tocó, descendió al lugar donde estábamos obligados a comer, donde habíamos caído, para convertirse en nuestro alimento.
En la tradición judía, uno de los nombres más importantes de Dios es "HaMakom" (הַמָּקוֹם), "El Lugar". De tal manera que Dios, que es el lugar por excelencia, que no puede ser contenido en un lugar, que es el lugar mismo, eligió ser “sin lugar”, itinerante en este mundo, y así acompañar al hombre en el destierro.
Dios, que no puede ser contenido, quiso contenerse y buscó un lugar; y lo halló en el lugar más bajo de todos. Eligió nacer en un pesebre, en nuestro pesebre, en el vacío del hombre, para que a su vez el hombre encontrara su lugar en Él.
Así se inició el retorno de la criatura formada de la tierra ("adamah") desde este establo, desde este fango, al polvo a la morada real.
El hombre, que era pesebre fue convertido en trono porque estamos llamados a convertirnos en Belén, Beit-Lehem (בית לחם), que en hebreo quiere decir la "Casa del Pan".
Al amasarse con la tierra de la humanidad, se hizo hombre y alimento, invitándonos a comer y a beber, no ya la hierba del campo, sino a compartir el pan que Él mismo preparó.
Es el preludio del desenlace de un largo recorrido desde el primer Adán hasta el segundo Adán, donde todo vuelve a comenzar.
La misión de Adán fue la de renovar en la desesperación el anhelo del paraíso perdido y de sus frutos; la de Noé la de dar testimonio de la reconciliación al plantar la primera cepa tras el diluvio.
En el Éxodo, la del pan sin levadura, el matzá (o pan ácimo), "el pan de la aflicción", ya que en su prisa por salir de Egipto, los israelitas no podían dejar que el pan leudara.
Fue sin embargo, en el momento de la entrega de Sí Mismo en Bet helem que, en el polvo de la tierra ("adamah" אֲדָמָה) fermentó la carga sagrada hasta el éxtasis del pesebre.
La harina y la vid leudantes trascendieron el polvo de la tierra, el barro de nuestra humanidad, colmando y transfigurando en plenitud el paraíso perdido y sus frutos. Por eso, los aromas del vino, esa voz nacida del fermento, no solo evocan, sino que superan la sencilla melodía de los frutos originales.
Y es aquí que el “Ser del vino”, al transfigurar en plenitud el paraíso perdido, recobró su verdadero sentido acompañando al “Ser ahí” a una comunión en el "Ser-con" (Mitsein) compartiendo el silente vacío de otros pesebres.
El Dasein está llamado a ser "praesepium" (pesebre) y compartirlo porque es un “Ser que está ahí” pero que “ni colma ese ahí” ni “se colma con el ahí”; solo encuentra plenitud en el “Ser-con.”
Ya Heidegger afirmó que el ser humano es el único “ente” que entiende y se pregunta por el Ser, y en particular por ese “Ser ahí” posicionado en la ensoñación de ese jardín del que fue expulsado; un jardín que permanece como una sombra lejana, más allá de la frontera del exilio.
Fue en la humildad del pesebre que se garantizó la encarnación de la carga divina en un encuentro inexorable que restituyó al polvo de la tierra las fuentes y los recursos perdidos tras el destierro.
Y fue aquí, junto al vino, cuando, al igual que en la capilla Sixtina, que la última falange del hombre se extendió, y con ella, se volvieron a redibujar unos dedos que alguna vez se tocaron.
Shalom leCulechem, Salam li-l-jamī‘. Que la paz del Mesías les acompañe en esta Santa Navidad.
Notas:
En Hebreo: שלום לכולכם, שלום, ועל כולם (Shalom leCulechem, Shalom, v'al Kulam) significa "Paz a todos vosotros, paz, y sobre todos." y en árabe: سلام للجميع، سلام، وللجميع (Salam li-l-jamī‘, Salam, wa-l-jamī‘) significa "Paz para todos, paz, y para todos".
La palabra Adán en hebreo (אָדָם - Adam) está etimológicamente relacionada con la palabra hebrea "adamah" (אֲדָמָה) que significa "tierra" o "suelo".
El Tárgum Targum Pseudo-Yonatan (תַּרְגּוּם פְּסֵדוֹ-יוֹנָתָן), es una traducción en arameo del antiguo testamento hebreo donde se insertan algunas interpretaciones midriásicas.