Feliz Navidad
En esta época de bulos y cinismo hay quienes viven la Navidad como una fiesta pagana. En el ámbito cristiano, unos celebran el solsticio de invierno, otros el nacimiento de Isaac Newton, los hay que se juntan en familia sin ninguna connotación religiosa, ajenos a toda fe. Cosa aparte es la comunidad islámica, que no reconoce la divinidad de Jesucristo, o aquellas otras comunidades que profesan filosofías espirituales como el budismo o el taoísmo.
Aquí, en España, siempre tan dada a polémicas, algunas voces de la izquierda política aconsejan (por un extravagante sentido de exclusión hacia el no creyente) decir felices fiestas en lugar de feliz Navidad. Su injerencia en la vida del ciudadano es tan radical que nos indican cómo tenemos que felicitarnos en estos días. Parece como si estuviéramos celebrando una fiesta de barrio, una fiesta local vinculada con el folklore de una región, una especie de epifanía de lo alternativo para no reconocer el verdadero sentido y origen que resplandece detrás de su patético intento por obviar lo que nada puede esconder.
Porque sí, señoras y señores progresistas, celebramos la Navidad; es decir, el nacimiento de Jesucristo, el Mesías. El niño Jesús nació para salvar al pueblo de sus pecados. Lo hizo en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes. Unos magos de oriente, guiados por una estrella, llegaron hasta donde había sido alumbrado el Hijo de Dios. Ante él, arrodillados, le adoraron y ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Ese y no otro es el motivo de la fiesta que ahora celebramos. Feliz Navidad es el auténtico mensaje, la genuina forma de acercarnos a lo que representa esta fecha en el calendario cristiano. El advenimiento del Señor trae consigo la vida eterna, el Bautista le anunció como aquel que tiene en su mano el bieldo para aventar su parva, llevar el trigo a su granero y quemar la paja en fuego que no se apaga. Es necesario separar el trigo de la paja. Como es necesario orillar lo inútil, opacar al ignorante que predica sin juicio, quedarnos con el trigo de la razón y tirar al fuego inextinguible la paja; es decir, el populismo y la propaganda, con sus consignas falaces.
Quieren convertir la fe en un pasatiempo idólatra de la nadería. Parangonan la Navidad con la semana blanca de los colegios, como si el periodo vacacional que disfrutan los niños se debiera a un hecho laico, una fiesta aconfesional relacionada con efemérides agnósticas, una especie de trasunto de la vida y obra de cualquier ateo por encima de lo que simboliza el nacimiento de Jesús.
Celebremos la Navidad. Digamos feliz Navidad a nuestros semejantes. Deseemos felices fiestas, por qué no, pero desde la espiritualidad, conmemorando el nacimiento de Jesucristo y el verdadero significado que emana de tal acontecimiento. Y a los herejes de la Navidad, a esos que la denuestan, poseídos por la rabia del disidente, decirles que, con un poco de suerte, serán liberados de sus demonios, como hiciera el nazareno con el endemoniado de Cafarnaún.