El maestro
Tal día como hoy, Miércoles Santo, Judas Iscariote conspiró con el Sanedrín para traicionar a Jesús por treinta monedas de plata; después, el remordimiento le condujo al suicidio en el campo del alfarero. Es uno de los hechos relevantes acontecidos durante la Pasión de Cristo, el itinerario seguido por nuestro Señor en la Semana Santa.
Todos hemos sido traicionados en alguna ocasión, e, incluso, hemos ejercido de traidores a pesar de obviarlo o de no querer reconocerlo. En la medida de lo posible, debemos evitar aceptar las treinta monedas simbólicas que la vida nos ofrece a cambio de una traición. Debemos distanciarnos del Iscariote que asoma su hocico en el abrevadero de la conciencia. El remordimiento del traidor acaba en desgracia. Aunque, los hay tan acostumbrados a quebrantar la lealtad del prójimo que no se inmutan ante ninguna de sus vilezas. Aceptan monedas allí donde van, sin padecer escarnio frente al espejo de la moral, incólumes a los ojos de su código de conducta.
Dicen que fue una higuera, el árbol donde se ahorcó Judas. Los frutos de una bajeza son difíciles de tragar, tienen el sabor de la deshonra. Tantos fueron los frutos podridos que encontró Cristo en su camino, a tanto llegó su amargor, que acabaron barnizando su cruz. Desde el Domingo de Ramos al Domingo de Resurrección, Jesús tuvo que vérselas con muchos traidores. Traicionaron la esencia de sus enseñanzas, la bonhomía de su carácter, la divinidad de sus actos, el mensaje de fraternidad que nos legó su palabra… se traicionaron a sí mismos, al humano que eran, al Hijo del Hombre.
Judas arrastra sus pies por el campo de sangre, la pesadumbre le empuja al árbol donde acabará colgado, solo anhela desaparecer. Así expía su pecado el apóstol traidor, elegido también de Jesús. Todos hemos sido elegidos, y, en nuestro camino por la vida, habrá que soportar algunas cruces que, lejos de representar la desolación, nos acercan a Jesucristo. Sintamos el peso de la cruz sin desaliento; a pesar de ser mortales, seremos premiados con la resurrección. Él, vencedor de la muerte, ha de ser nuestro ejemplo. Su naturaleza redentora nos salva, también a los traidores. Sin embargo, hay monedas que no debemos tomar; caminos que no transitar, porque solo conducen al remordimiento. No seamos Iscariotes, el Señor no lo merece, y nosotros, debemos ser merecedores de su bondad. Recorramos la Semana Santa con gratitud: mañana jueves en la última cena, el viernes en la cruz, el sábado acompañando a María, y, el domingo, celebrando la resurrección. Resucitar de entre los muertos, esa es la fe que ha de mantener nuestro espíritu. Un espíritu de búsqueda, de nuestro lugar en el mundo, donde sentirnos plenos. Porque, como es sabido, no hay lugar más alto que estar a los pies del maestro.