Botiquín de viaje: el arte de prevenir desastres
Hay quien, antes de un viaje, revisa el itinerario con lupa, dobla camisas con rigor castrense y pesa la maleta para no pagar exceso. Y hay quien, entre las camisas y los calzoncillos, mete el botiquín de viaje como quien guarda un talismán. Porque viajar, amigo lector, es tan antiguo como el hombre mismo, y desde que Ulises se lanzó a surcar mares infestados de cíclopes y tentaciones, ha existido el arte prudente de llevar remedios para las dolencias más variadas.
Un botiquín de viaje es, en esencia, un relicario contemporáneo: un pequeño cofre donde reposa la tranquilidad del viajero, convencido de que, gracias a esas pastillas y pomadas, la fiebre bajará, la diarrea cesará y el esguince no arruinará las vacaciones soñadas. Y así, con aire ceremonioso, colocamos vendas, tiritas, suero oral, y hasta termómetro digital.
Pero ¡ay!, no todos los viajeros son iguales. Pienso, inevitablemente, en la célebre clasificación de Julio Cortázar en sus Historias de famas y cronopios. Si un ‘fama’ prepara el botiquín, lo hace con lista escrita, letra de médico, y pone todo en bolsas etiquetadas: “Analgésicos”, “Antisépticos”, “Alergias” y “Emergencias varias”. Sabe el fama que la medicina caduca y revisa prospectos con rigor. Incluso anota teléfonos de hospitales en cada ciudad de destino.
El ‘cronopio’, en cambio, echa en el neceser un blíster suelto de paracetamol (con dos pastillas menos), un esparadrapo medio pegajoso y una pomada de hace cinco veranos que huele raro. Está convencido de que nada malo puede pasarle, y si sucede, lo resolverá con optimismo o improvisación. Total, dice el cronopio, “siempre hay farmacias y las urgencias funcionan en cualquier sitio...”
Y no olvidemos a las ‘esperanzas’, que viajan livianas y creen firmemente que, con fe y buena cara, ni picaduras ni torceduras las asaltarán. Aunque, a la primera rozadura, se lamentan de no haber hecho caso a los ‘famas’.
Viajar, decían nuestros abuelos, era ir prevenido. No en vano, en los antiguos baúles de viaje, entre camisas de lino, se guardaban tarros de ungüentos, frascos de láudano y remedios secretos. Hoy cambiamos el láudano por ibuprofeno y las ventosas por sprays para mosquitos, pero el espíritu es el mismo: proteger nuestro frágil cuerpo ante los imprevistos del camino.
Así que, querido lector, antes de hacer la maleta, piense en su naturaleza: ¿es usted fama, cronopio o esperanza? Y si me permite un consejo tradicional, aunque ame la improvisación cronopia, lleve siempre un buen botiquín. Y, si piensa en un viaje perfecto hágase acompañar por un ‘fama’, un par de ‘cronopios’ y alguna ‘esperanza’, lo pasará mejor, y entre todos reunirán un botiquín perfecto.
¡Feliz viaje… y buena salud!