La Receta

¡Al fin los animales son liberados de sus campos de concentración científicos!

Hubo un tiempo, no tan lejano, en que para saber si un medicamento podía producir fiebre, había que inyectárselo a un conejo y ver si el pobre animal empezaba a sudar la gota gorda. O que, para saber si una mujer estaba embarazada, se le metía su orina a una rana africana (Xenopus laevis, para más señas) que, si ovulaba, ¡voila!, embarazo confirmado. Y ni hablar del método de Magnus, donde se sometía a los gatos a una intoxicación con digitálicos, y siempre con el mismo final dramático para el pobre bicho.

Pues bien, señoras y señores: ¡esto se acabó! Los conejos, las ranas y los gatitos pueden dormir tranquilos. La Agencia Europea del Medicamento (EMA) acaba de anunciar que se elimina oficialmente la prueba de pirógenos en conejos de la Farmacopea Europea. Y no es cosa menor: es el fin de casi un siglo de calvario conejil, donde cada lote de medicamentos tenía que pasar por el suplicio de los saltarines orejudos, para asegurarse de que no daba fiebre.

Pero no son sólo los conejos los que cuelgan la bata. Las ranas ya hace años que se jubilaron de su oficio de anunciador de embarazos. Antes se miraba menos lo que costaba la dignidad animal y más lo que costaba un predictor de farmacia. Y los laboratorios farmacológicos que colgaban corazones de ranas, perros o gatos para ensayar la fuerza con que latían tras recibir digitálicos… bueno, esos vivían en un gore científico que hoy resultaría digno de la peor serie B, y tendría merecidamente todo el rechazo social.

¿Y qué pasa ahora? Pues que la ciencia, tan moderna ella, ha decidido darles vacaciones perpetuas a los animales de laboratorio. Las pruebas in vitro, cultivos celulares, sensores moleculares y demás avances tecnológicos permiten saber si algo es pirogénico, tóxico o simplemente inofensivo… sin tener que hacerle pasar sudores a un conejo.

Sin embargo, uno no puede evitar cierta nostalgia. Al fin y al cabo, muchas de estas pruebas, crueles y todo, han sido parte de la historia de la Farmacia y la Medicina. ¡Cuántos farmacéuticos aprendimos en la facultad a preparar el montaje de Magnus, con gatos callejeros, midiéndole las contracciones como si lleváramos las riendas de un caballo desbocado! Ahora sería delito de lesa animalidad, y los gatos que han subido de escala social para llamarse ‘gatos comunitarios’ y recibir especial protección en la Ley de Bienestar Animal. Y la rana africana, tan calladita ella, convertida en oráculo de la maternidad… hoy sustituida por un palito de plástico, siempre disponible en las farmacias.

Por más que el progreso mande, uno mira a estos métodos antiguos como quien contempla las máquinas de escribir, los coches de manivela o las farmacopeas en latín: cosas que tuvieron su razón de ser, que forjaron un oficio, aunque hoy sólo queden para el museo, para comentarios con tintes de humor, o para airada defensa de los derechos de los animales.

Así que, con un suspiro y un aplauso, digamos: ¡Gracias, conejos, ranas y corazones felinos, por vuestros servicios prestados! Ahora sí podéis iros a pastar, o cazar ratones, tranquilos, lejos de los campos de concentración… perdón, de experimentación científica.