12 de julio, en memoria, dignidad y traición
Hoy, 12 de julio, se cumplen 28 años del vil asesinato de Miguel Ángel Blanco a manos de ETA. También fue sábado aquel día negro de 1997, cuando España entera contuvo el aliento durante 48 interminables horas de angustia, mientras un joven concejal del Partido Popular, secuestrado por la banda terrorista, esperaba una muerte anunciada. Fue ejecutado con una frialdad inhumana, con la misma cobardía con la que actuaban los verdugos de la serpiente. Ni siquiera le dieron el “privilegio” de una muerte inmediata: lo abandonaron malherido, agonizante, para prolongar su sufrimiento... y el de toda una nación.
Aquel crimen marcó un antes y un después. Porque ese día ETA perdió lo que más temía perder: la calle. Porque España entera, desde la derecha hasta la izquierda, desde las grandes capitales hasta los pueblos más humildes, se levantó en un clamor de dolor y de rabia. Perdimos el miedo. Y en ese acto de unidad, de manos blancas alzadas al cielo, recuperamos algo que ni las balas ni los chantajes pueden arrebatar: la dignidad.
Un millón y medio de personas gritamos al unísono “¡Basta ya!”. Miguel Ángel, quizá sin saberlo del todo, sacrificó su vida por todos nosotros. Su muerte nos hizo libres. Nos recordó lo que significa ser valiente en un país que entonces aún luchaba por cerrar sus heridas.
Pero la traición llegó después.
En 2011, cuando ETA ya estaba derrotada policial y socialmente, el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero decidió pactar una salida política y digna para sus verdugos protegidos. No fue una rendición de los asesinos, sino un “empate” infame, una claudicación moral que jamás debió producirse. Se habló de tregua, de proceso de paz, de reconciliación... mientras los pistoleros callaban las armas, sí, pero no entregaban ni una sola bala ni pedían perdón por sus crímenes. Los socialistas traicionaron entonces la justicia por cálculo electoral, y ahí estarán guardadas esperando que el PSOE, el PNV y BILDU, alcen las manos si pierden el negocio de gobernar para volver a sembrar el terror en las calles.
Y Pedro Sánchez, su heredero en la indignidad, ha ido aún más lejos. Ha convertido a Bildu -los herederos políticos de ETA- en socio de gobierno. Ha intercambiado poder por memoria, estabilidad por sangre. Hoy, aquellos que nunca condenaron los asesinatos de cientos de inocentes, aquellos que todavía llevan en las listas a exetarras con delitos de sangre, son tratados como actores democráticos respetables. Se sientan en el Congreso. Condicionan leyes. Reciben aplausos.
¿Y el PSOE? Silencio. Cómplice. Cómodo en la infamia. Han traicionado incluso a sus propios muertos, como Fernando Múgica o Ernest Lluch. No pueden llevar flores a las tumbas de los suyos, porque se las arrancarían las manos. ETA para el PSOE, junto con Marruecos, son el baluarte de ataque y defensa a España.
Miguel Ángel, desde donde estés, que sepas que hay españoles que no olvidan ni perdonan. Que seguimos exigiendo justicia. Que no aceptamos blanqueamientos ni pactos con asesinos. Que esta sí es la verdadera memoria histórica: la de un joven asesinado por defender la libertad en un ayuntamiento de Vizcaya.
El 12 de julio de 1997 no debe contarse como una anécdota, ni relativizarse bajo discursos de concordia impostada. Es deber moral de nuestra generación contarle a las futuras lo que ocurrió. Porque quien olvida, repite. Y quien calla, se hace cómplice.
Gracias, Miguel Ángel. Por tu ejemplo. Por tu valor. Por tu sacrificio.
Descansa en paz. Nosotros no descansaremos en la lucha por la verdad.