La vida es un carnaval
El carnaval nos plantea una realidad que, en el poco tiempo de vida que llevo —que ya es un tercio, si todo va bien y la suerte acompaña— me parece insoslayable: cada uno de nosotros se disfraza para adaptarse a las diferentes realidades, tanto del exterior como del interior.
“Yo soy otro”, decía mi tocayo Arthur Rimbaud, frase que se comprende si uno ha leído la novela de Dr. Haky y Mr. Hide; o la obra dotada de diferentes alter egos de Pessoa; o lo mismo que hacía Kierkegaard con sus diversos personajes.
De todas formas, no es necesario conocer esta literatura —aunque le invito, lector, a leerla, no le decepcionará— para entender que, a veces, incluso las personas más transparentes y coherentes consigo mismas deben adoptar actitudes distintas ante diversos escenarios.
Lo significativo y reivindicativo del carnaval es que, por un momento, uno puede ser rey, presidente, policía, militar o un superhéroe; se quita la máscara cotidiana y se pone otra, u otro disfraz, y por ese instante se revela al exterior su verdadera condición. Las máscaras, lejos de despersonalizarnos, sirven para evidenciar nuestra condición multipolar, moldeable y cambiante.
Aunque durante muchos años diversos filósofos y corrientes han buscado una esencia en la naturaleza humana, la realidad es que, si atendemos a las ciencias de la biopsicología —como la que exponen los hermanos Castro Nogueira en su ¿Quién teme a la naturaleza humana?— se nos indica que uno de los avances como especie fue la capacidad de interpretar la aceptación o el rechazo de nuestras conductas en los diferentes grupos en los que nos desenvolvemos. Lo que no va en contra de que tengamos experiencia de libertad, aunque ya yéndose al plano de la física los diferentes instantes del pasado, presente y futuro estén distribuidos en un mismo plano físico si nos viéramos desde la cuarta dimensión donde el tiempo es simultáneo. Para entender esto mejor está la escena de la biblioteca de momentos de la película Interestelar.
Vivimos, volviendo al argumento, según el hermano Luis de los Castro Nogueira —desafortunadamente ya fallecido—, en burbujas y pliegues de aceptación y de rechazo: ya sea en la familia, en los grupos de amigos, en los entornos laborales o en las corrientes filosóficas, todos se nutren, en gran parte, de una naturaleza firme pero cambiante que nos permite adaptarnos a nuestro entorno, gracias al condicionamiento que ejercen los demás sobre lo que realizamos o pensamos.
Está claro que, con esto, no hay que caer en fatalismo —o en la idea de que todo ya está dado de antemano—, sino reconocer cómo, muchas veces, nos vemos obligados a interpretar diferentes versiones de nosotros mismos sin que ello vaya en detrimento de nuestra autenticidad.
Desde el postmodernismo sabemos que la vida es un relato atravesado por el lenguaje y sus múltiples interpretaciones, y a través de él —y también mediante el lenguaje no verbal— expresamos cada día lo que somos en los distintos contextos.
Desearles, por tanto, una alegre celebración de esta bellísima condición que es la humana en sus fiestas de carnaval.