Utopía Realizable
En el balance del año que empieza a languidecer con la llegada de los días de navidad, es posible que la memoria se detenga en las diferentes estaciones de la ruta, pensar en logros conseguidos y todo lo pendiente, pero es importante reflexionar en los medios utilizados en el ascenso hacia la cima.
Generalmente, en esa conquista resulta irrelevante el carácter ético, porque basta aceptar esa lógica perversa de la sociedad inclinada hacia la justificación tolerante y no hacia la censura colectiva, una actitud que valida el pensamiento de Hannah Arendt cuando afirma que “Cuando todos somos culpables. Entonces no hay culpables, lo cual redunda en la banalización del mal”.
En ese pragmatismo, se cree, que inteligente es aquel que tiene fortuna y poder, cuando en una mirada interior, lo que queremos o dejamos de hacer es nuestra responsabilidad, ya que el “dejar hacer, dejar pasar” (laisser faire, laisser passer), mantiene tantas veces raíces de conformismo, frutos secos de desencanto y miedo que derrota la esperanza, lo que al final no permite quejarnos porque el silencio y aceptación son el funeral de nuestro destino.
Al abordar el tema social, quedamos muchas veces en discusiones estériles que ahogan caprichos, vanos razonamientos donde no se aceptan errores o toleran críticas, por cuanto “sólo hay dos valores indispensables para dignificar la vida humana: seguridad y libertad. Necesitamos de las dos. Seguridad sin libertad es esclavitud, y libertad sin seguridad es el caos”, como dijo Zigmunt Bauman.
Es cierto que la historia humana se escribe en borrador, está llena de tachones, frases sin sentido, palabras repetidas y párrafos sin terminar. Hemos borrado incontables veces frases del cuaderno humano, no tenemos todavía un capítulo sin guerra y sin locura en los siglos que hemos habitado este pedazo del universo. Pero aun así, nos queda la esperanza de ser cuerdos el día de mañana. De hecho, la realidad ha cambiado, porque si podemos reflexionar sobre las ideas que vale la pena difundir, estamos mejor que al principio, con la posibilidad de construir una utopía pero realizable.
Sin embargo, no hay que creer siempre lo que dicen quienes ejercen las decisiones de los demás, ya que “las convicciones políticas son como la virginidad: una vez perdidas, no vuelven a recobrarse jamás”. Lo que se necesita es capacidad para la experiencia y materializar la esperanza a partir de nosotros mismos.
La mayor riqueza de un país es su capital humano y los argumentos que invitan a pensar, para lo cual hay que desechar las interpretaciones sesgadas que inflaman emociones y generan un radicalismo que hiere sensibilidades.
Si lo que nos ofende o preocupa tiene solución, manos a la obra. En caso contrario, para que deplorarlo si este mundo carece de libro de reclamaciones. El cielo puede estar oscuro para unos, pero en la ruta siempre hay una estrella que ilumina a través de personas que dan color a la vida, y como aliciente está la poesía.