A temporada vencida
Se puede decir que, con la final de la liga de novilladas, celebrada el pasado domingo en Sanlúcar de Barrameda, la temporada taurina en España, a falta de algún festejo suelto, ha tocado a su fin. Sin grandes hitos que hayan hecho mecer los vuelos de la desbordante ilusión en los aficionados; sin embargo, la Fiesta, ha vuelto a dar señales de vida. Una vida menos vigorosa de lo que nos gustaría, es cierto; pero manteniendo el tono propio de ser numéricamente el segundo espectáculo de masas de nuestro país. Por detrás del fútbol y por delante de los tan laureados macroconciertos.
En términos generales se puede decir que la temporada que ahora termina ha vuelto dejar constancia del gran momento que vive la ganadería brava, de algunas -todavía pocas- iniciativas empresariales de atracción de público a las plazas de toros, de una buena baraja de matadores de toros y de unos cuantos novilleros, apuntando manera y pidiendo paso. La fiesta es algo tan mágico, que alberga en su imperfección todo lo que la hace solemne, bella, transgresora y trascendente. Grande, en resumidas cuentas.
Este año han vuelto a saltar a la arena muchos toros que han permitido hacer el toreo, a quienes se han puesto delante; en la infinidad de caracteres – algunos excesivos y carentes de sentido- que ahora se le atribuyen. Tal vez un compendio de los que es actualmente la ganadería brava, se pudo vivir en el gran encierro que echó Victorino Martín a la plaza de las Ventas en la corrida de la Hispanidad, en el cierre del periplo taurino venteño. Aquella tarde se vio la clase desmesurada de embestir a cámara lenta, la embestida franca y noble, la acometida temperamental y encastada, o la arremetida violenta que descompone al más pintado. Todo ello en seis toros de lidia, con más ejemplares bravos que hace algunas décadas. Con todo, no podemos olvidar que la obsesión por indultar, lejos de ser algo que ayude a la fiesta y a la ganadería; corre el peligro de vulgarizar el excepcional y serio suceso de perdonar la vida, cuando uno de los más sagrados fundamentos de la tauromaquia, y que más le llena de veraz contenido es la muerte del toro en la plaza. Tengamos en cuenta que cuando sube el nivel de excelencia en cualquier realidad, los primeros premios han de tener un nivel más alto, del que tuvieron.
No son pocas las plazas que con notable éxito han activado políticas de atracción de jóvenes a los toros, es algo a celebrar y agradecer, así mismo el ambiente festivo y bullanguero demanda un esfuerzo de empresas, y asociaciones taurinas por enseñar la amplia sabiduría del toreo a quien no la tiene, y puede querer adquirirla. Asimismo, los estamentos artísticos y empresariales, queriendo dotar de brillo al espectáculo, fuerzan una excesiva concesión de trofeos, derivando en la trivialización un rito sustentado en la sobriedad y en la medida justa. De forma que la verdad parezca verdad, y la mentira parezca mentira. Pues los abultados números de trofeos sólo inducen a la desconfianza del aficionado que lee tales noticias, una y otra vez.
La segunda mitad de la temporada, contó con el aliciente de la despedida de Enrique Ponce. Un recorrido solvente que dejó constancia y ratificación del paso por la fiesta de una indiscutible e histórica primera figura del toreo, dándole Madrid en su última corrida, lo que tantas veces le había negado. También merece destacada mención la temporada de despedida que ha llevado a cabo Pablo Hermoso de Mendoza, verdadero motor del arte del rejoneo en las últimas décadas; llegando a ocupar puestos mandones en el toreo- no sólo en el escalafón del rejoneo- durante toda su carrera.
La temporada venidera en el escalafón superior cuenta con la siempre estelar presencia de Morante de la Puebla, la constante comparecencia de figuras y toreros de ferias, la consolidación en figuras de los toreros emergentes, con Borja Jiménez a la cabeza; y la presencia ilusionante de toreros recién llegados desde el segundo escalafón. Donde se colocan Samuel Navalón, Ismael Martin, Jarocho y otros tantos que harán lo imposible por no quedarse parados en las arenas movedizas de la Fiesta.
Nuestra Fiesta tiene futuro entre los novilleros, con el Mene despuntado en las ferias de novilladas y en el circuito de Castilla y León, dando todas las muestras de ser un valor seguro. Junto a un Aaron Palacio, que no pierde la ocasión de dejar su impronta de quien quiere ser torero. Un escalafón liderado por un Marco Pérez, que no ha permitido que su paso por un gran número de plazas, dejara a nadie indiferente; dando la cara en toda circunstancia y remando contra todo viento. Tras él, el sevillano Javier Zulueta, poniendo el punto de su exquisita clase, sobre una – también nutrida- campaña. Junto a ellos una importante baza de novilleros de la cual podremos ver todavía cómo se separa el grano de la paja.