La tecnocracia futurista
En su Manifiesto Futurista (1909), Filippo Tommaso Marinetti, el teórico entusiasta de ese movimiento artístico italiano, en respuesta a la nueva dinámica tecnológica que había desatado la Revolución Industrial, exaltaba la velocidad como una nueva aportación estética, afirmando que un automóvil en marcha era más bello que la Victoria de Samotracia. Declaraba que no hay belleza sin lucha y agresividad, concibiendo el arte y la poesía como un asalto violento a lo desconocido para someterlo a nuestra voluntad. De ahí que exaltase la guerra como higiene de la civilización, el militarismo, el patriotismo, la anarquía, los ideales por los que estar dispuestos a morir y la misoginia. En su rebeldía juvenil, proponía quemar los museos, las bibliotecas y las academias y combatir la moralina y el feminismo. Se proponía cantar las masas proletarias, las revoluciones y el fervor de la industria y la locomoción. Glorificaba la violencia arrolladora de la máquina atravesando y renovando Italia, liberándola de la multitud de historiadores y anticuarios que se nutrían de su pasado. Siguiendo esta tendencia, una década más tarde Marinetti firmaba, junto con Benito Mussolini, el Manifiesto Fascista.
Y ahora resulta que los teóricos e inversores del Valle del Silicio (Silicon Valley) citan a Marinetti en su propio Manifiesto Tecno-Optimista. Para estos utópicos materialistas la tecnología ha sido una pieza clave de la evolución humana y especialmente del progreso acelerado de nuestra civilización, y consideran que a estas alturas contamos con los sistemas, la voluntad y las herramientas para realizar nuestro potencial humano y alcanzar niveles de vida y de ser superiores. Para ello cuentan con lo que denominan ‘la máquina tecno-capitalista’, o sea la simbiosis entre mercado y tecnología, como fuente perpetua de crecimiento y abundancia materiales. La inteligencia es para ellos el motor último del progreso, cuya realización requiere cantidades ingentes de energía, por lo que son partidarios de la proliferación de centrales nucleares y del aumento de la población, pues sostienen que, a mayor cantidad de gente, más ideas nuevas y más progreso tecnológico. Creen, al igual que Marinetti, en la conquista de la naturaleza, en someterla a nuestros designios interesados. Aunque ven en la tecnología un factor universal y altruista, rechazan toda la gama de dispositivos jurídicos y consideraciones éticas respecto al medioambiente y la responsabilidad social.
Estos tecnócratas son esencialmente adeptos de la teoría de la evolución, con su lucha por la vida y selección natural, que combinan con la economía de mercado de Adam Smith, con su ley de la oferta y la demanda, y la exaltación del superhombre de Nietzsche, con su insaciable voluntad de poder. De ahí que desprecien al ‘hombre pulga’ nietzscheano, al ser humano homogéneo, mediocre y conformista que se siente a salvo siendo pieza del engranaje socioeconómico de la sociedad moderna, la cual niega la voluntad de poder, que, a su vez, es la ambición humana y la aspiración de la vida misma. De ahí que consideren toda propuesta socialista o de estado del bienestar como la negación de su visión del paraíso tecno-capitalista. O sea que esta utopía materialista es una regresión a la cosmovisión decimonónica, la cual proponía un concepto darwinista de la humanidad, que se lanzó a la triple empresa del progreso industrial, el colonialismo y la guerra. Lo que estamos presenciando en los EUA es un rebrote de esa constelación biopsicosocial y de valores. El Manifiesto Tecno-Optimista está plagado de incoherencias, pero la contradicción última acaso sea que su ideario utópico y libertario desemboca en el nacionalismo militarista y dictatorial. De ahí que, al igual que Marinetti, los tecnócratas futuristas como Elon Musk se alíen con nostálgicos autócratas como Trump.
Una mattina mi son svegliato O bella ciao, bella ciao, bella ciao ciao ciao
Una mattina mi son svegliato e ho trovato l’invasor…